Una íntima convicción | Crítica

Extraordinario 'thriller' judicial

Olivier Gourmet protagoniza 'Una íntima convicción'.

Olivier Gourmet protagoniza 'Una íntima convicción'.

Aquí hay director. Lo que se dice de los toreros que en sus primeras faenas demuestran cualidades se puede decir del debut de este cineasta francés que tiene para el trhiller psicológico con apuntes críticos las buenas maneras cinematográficas que tantas veces -desde los grandísimos Becker y Melville a Chabrol, Corneau Giovanni, Verneuil, Granier-Deferre o Delannoy- ha dado grandes o estimables títulos al cine francés. Es Antoine Rimbault, formado como montador, autor de cuatro cortometrajes, apasionado -como los otros realizadores citados- por las historias de temática judicial.

Tanto que su cortometraje Vos violences fue interpretado por el prestigioso y mediático abogado penalista Éric Dupond-Moretti, que en cine se ha interpretado a sí mismo en Les salauds (Claire Denis, 2013) o a un juez en Chacun sa vie (Lelouch, 2015), mientras que en esta película -basada en un caso real- ese siempre excelente actor que es Olivier Gourmet le interpreta a él reconstruyendo uno de los muchos casos famosos en los que intervino: el de Suzanne Viguier, tras cuya desaparición su marido, profesor de derecho de la Universidad de Toulouse, fue acusado de su asesinato y sometido a una intensa presión policial, judicial y mediática durante una década para al final ser absuelto. Todo gira en torno al principio de la íntima convicción, que en el derecho anglosajón toma la forma de "más allá de toda duda razonable", que define la convicción personal del juez en su análisis de las pruebas y exposiciones.

En las películas de juicios, se basen en hechos reales o no, las complicaciones de las tramas son tan fundamentales como las habilidades o argucias de los abogados, los encubrimientos de los testigos, el desarrollo de las investigaciones, la ambigüedad del caso juzgado y la retórica del defensor y el fiscal. Pero en cine siempre es más importante, por ser lo decisivo, la puesta en imagen. Y Rimbault debuta con una sobria firmeza y una contención sorprendentes en quien se enfrenta a su primer largometraje.

Logra que interesen tanto los componentes de intriga del perfecto guión como el minucioso análisis crítico del funcionamiento de la justicia francesa; logra que a través de un soberbio montaje se rompa el tradicional carácter teatral de las películas de juicios sin sustraerle, a la vez, sus retóricos atractivos; y logra -gracias a la inclusión de un complejo personaje de ficción que sirve de guía- implicar al espectador en una apasionante trama de intriga sin restar seriedad a los planteamientos jurídicos y éticos.

En este sentido perfecta, imprescindible desde ahora en toda antología de cine judicial, la película cuenta con unas intensas pero nunca excesivas interpretaciones de Marina Foïs, Olivier Gourmet y Laurent Lucas. Lo dicho: aquí hay director.

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