Obituario. Antonio Gala

Don Antonio, poeta

Antonio Gala

Antonio Gala / José Martínez Asencio

Antonio Gala comenzó firmando, allá por los primeros 50, como Antonio Gala Velasco, cuando aún no había cumplido el cuarto de siglo y su poesía -porque Gala empezó como poeta- era una poesía sensual y dramática, de fuerte contenido religioso. Un primer libro suyo, que quizá no alcanzó a publicarse, llevaba por título Dios al acecho. Y el acechado, claro, era un joven Gala Velasco cuyos compañeros de brega poética fueron Fernando Quiñones, García Baena, Aquilino Duque, José Hierro, el grande y olvidado Julio Mariscal, Pilar Paz Pasamar, Carlos Edmundo de Ory, Caballero Bonald y tantos otros. El caso, sin embargo, es que Antonio Gala Velasco no alcanzó su fama como poeta, sino que se acuñó, ya verídica imagen de sí mismo, como don Antonio Gala, dramaturgo, novelista y orador punzante e infalible.

Un alcalde con buen humor puso en su casa natal de Brazatortas (Ciudad Real): “En esta casa nació el poeta andaluz Antonio Gala”. O cosa muy por el estilo. La cuestión es que Antonio Gala fue un andaluz vocacional que si bien rememoraba la poética y erótica del reino nazarí, tenía algo de senador romano, vale decir, de Séneca remoreno y pulcro, cuya moralidad -la de Séneca-, es la que luego sustanciará, con gran talento sintético, en sus Troneras, que leímos desde los noventa en El Independiente El Mundo. Alguna vez Jesús Quintero me contó, divertido, sus tenidas dialécticas con Gala, cuando hicieron juntos televisión. Para entonces, Gala, era ya el famoso novelista, el tertuliano impar, el repentizador letal y viperino, como antes había sido el dramaturgo de éxito. Previo a todos ellos está, sin embargo, la voluntad de ser Antonio Gala, la tarea agotadora de vivir en escritor, como un hombre acuñado en un metal distinto. En esta imagen romántica del escritor, amonedado en un perfil mejor e inalterable, Gala sobrevivió a otros dos escritores que compartieron dicho empeño, Cela y Umbral, laboriosos canteros de sí mismos. Y así ha ocurrido con Antonio Gala (o eso le deseo), hasta esta hora final en que el poeta, el dramaturgo, el novelista, el articulista, el orador y el guionista han hecho mutis, todos a un tiempo, por el foro.

A Gala se le debe, por otra parte, una idealización de la cultura árabe en España, de enorme repercusión, así como un protagonismo de lo femenino que quizá se hallara al fondo de su éxito literario -porque Gala fue un autor de extraordinario éxito-, desde Anillos para una dama a La pasión turca. Era el año 1951 y el poeta Gala Velasco se dirige al Señor en estos términos: “Haz de mí lo que quieras. Tú eres grande y yo apenas / una mota de polvo prendida en tu sandalia./ Puedes hacer incluso el milagro terrible / de rasgarme del todo y llevarme a tu amor”. Que así sea, don Antonio, mota de polvo, orador esdrújulo, andaluz fantasioso y memorable.

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