Miqui Otero. Escritor

"Ahora somos más vulnerables, o al menos lo decimos más"

  • Miqui Otero publica 'Rayos', una novela de ecos generacionales sobre crecer y madurar ambientada en la España de 2007, justo antes de la Gran Debacle.

Miqui Otero (Barcelona, 1980), retratado en las inmediaciones de la Alameda de Hércules de Sevilla.

Miqui Otero (Barcelona, 1980), retratado en las inmediaciones de la Alameda de Hércules de Sevilla. / juan carlos muñoz

Estamos en Barcelona, corre el año 2007, cuando todo el mundo empezó a darse por enterado de lo que muchos ya venían experimentando desde bastante antes -que algo, casi todo, iba muy mal en España-, y el joven Fidel Centella, a sus veintitantos, acaba de mudarse al piso de sus colegas de siempre en el Raval. Mientras trabaja como becario en un periódico y da tumbos entre dos chicas, averiguando a trompazos en qué consiste eso de querer de verdad a alguien, su padre enferma, sus amigos cambian, se alejan, maduran (tal vez sí, tal vez no), y él empieza a comprender que ser adulto, o vivir a secas, es convivir con la sensación -o la certeza- de que uno jamás va a ser el dueño de su propia vida; y que saberlo puede ser angustioso y también, a veces, excitante. En Rayos (Blackie Books), su tercera novela tras Hilo musical y La cápsula del tiempo, Miqui Otero entrega, en fin, una historia de iniciación a las amargas leyes de la vida adulta que con ternura y rabia, partiendo de su raíz autobiográfica, porta consigo un aire generacional.

-¿Qué estado de ánimo puso en marcha esta novela?

-Una necesidad de dominar el miedo y de explicar la tristeza con buen humor. Supongo que también la necesidad de atrapar ese momento de la vida antes de que fuera tarde para explicarlo con entusiasmo. Una novela de formación, en realidad, siempre es una novela de deformación. A mí me gustan porque hablan, como decía Zweig, de ese momento en el que aún confundes azar y destino. Lo leía hace unos días en una novela: no es el saber, sino la ilusión, lo que nos permite avanzar. Supongo que en eso consiste: ilusión y miedo. Y ese es el tono exacto que buscaba: alguien triste que intenta sonreír. Eso en lo íntimo. En lo colectivo sí había una necesidad de explicarme ese momento clave en lo que todo pareció desmoronarse.

-¿Por qué eligió ambientar la historia justo en ese preludio del estallido de la crisis?

-Porque me interesan más los síntomas que las enfermedades. Los síntomas son equívocos, anticipan lo que vendrá, pero lo hacen a veces con trampa. El Raval, por ejemplo, el antiguo Barrio Chino de Barcelona, funciona aquí como canario en la mina. Se dejaban ver ya presiones inmobiliarias, gentrificación y una generación de jóvenes demasiado autoconscientes que sufrirían con el derrumbe.

-Establece en la novela una comparación recurrente entre la generación de nuestros padres y la de los treintañeros...

-Creo que las cosas se explican bien por contraste. En este caso, la generación de mis padres, que emigró, y que supo superar sus dificultades, contrapuesta a la mía, que luchó con sus deseos y los vio frustrados. A menudo pensamos que cualquier mirada al pasado es un enjuague nostálgico, y no. Los recuerdos tienen sentido si te ayudan a entenderte. En mi caso, mis miedos o cobardías tienen que ver con muchas cosas, desde el esfuerzo de mis padres, mi educación en un colegio concertado religioso y, claro, lo que tú estás dispuesto a dar. La imagen clave de la novela es, en mi opinión, y por eso ese es el título de la novela que escribe Fidel, Las sillas musicales. Ese juego en el que bailas una música y te paras para sentarte y hay que competir. Se nos dijo que la música no pararía jamás y que si lo hacía todos tendríamos silla. Pero la música se detuvo y cuando fuimos a sentarnos las sillas eran de mala calidad, como esas de las cantinas del Oeste que se rompen con el primer golpe. Es lo que le ha sucedido a mucha gente de mi edad.

-Cuando abandona el refugio familiar, Fidel Centella se siente "encerrado fuera de casa". ¿Ser adulto consiste en fingir que nunca se siente uno así, desprotegido sin remedio?

-Pasar por ser una persona adulta implica tratar a tu yo infantil y juvenil como a un ex compañero del colegio. Siempre que llega un mal momento nos sentimos como niños disfrazados de adulto en una función escolar: las americanas, las mangas de la camisa, ese sombrero ridículo, todo nos viene grande. Supongo que ser adulto es fingir, como dices, cada vez mejor. Incluso hacerlo no siempre llevado por sentimientos nobles.

-¿Son de verdad tan blandos y quejicas los jóvenes?

-Diría que sí. Y no es malo siempre. Somos más vulnerables, o al menos lo decimos más. Pero es evidente que tenemos otros problemas y algunos son preocupantes. En todo caso, los nacidos en 1980 y los nacidos 10 años después no han pasado por lo mismo. Es algo que hay que renovar continuamente, la agenda de conflictos. Es lo que decía Montaigne: así como la letra pequeña de un texto nos molesta, así nos molestan también los problemas pequeños.

-La nostalgia, sentencia su narrador, es "ponerte camisetas que te gustaban mucho y ahora no te caben". ¿Usted que relación tiene con la nostalgia?

-La nostalgia es horrible, reaccionaria, tóxica, paralizante. But I like it. Quiero decir: si la nostalgia te hace más reflexivo, si aumenta tu capacidad analítica, si te empuja a acariciar los detalles y los gestos, entonces está bien. Siempre que no te impida ser crítico con el pasado ni castre tu capacidad para imaginar futuros.

-La novela, en las partes de Diana, la pija guay, recuerda mucho a Marsé. Es bien conocida también su afinidad con Kiko Amat y su vínculo, familiar también, con Francisco Casavella. ¿Qué significan para usted?

-Podría escribir un ensayo con esta pregunta... Kiko Amat es un escritor-flecha; señala direcciones, transmite su entusiasmo y siembra pistas para que las recorras. Y no sé qué escritor sería si no hubiera comprado Últimas tardes con Teresa en el rastro de mi barrio un domingo y hubiera leído la obertura de las serpentinas y confetis allí, con los ojos como platillos de café. Esa mezcla que tiene Marsé de rabia y calidez, de pirotecnia y piel, de resentimiento no exento de empatía, palpita todo el rato en lo que busco. Para el Pijoaparte todo es una toma de la Bastilla. Fidel es menos épico y más contradictorio: una mezcla de resentimiento y fascinación; un no querer ser un arribista y un querer explorar otras vidas posibles. En cuanto a Casavella, una vez me dijo: "A que no tienes huevos de escribir una novela antes de los 30". La publiqué a esa edad, pero llegué tarde para cobrarme la apuesta. No miraría el mundo de la misma manera si no fuera por sus lecturas y, desde luego, sería peor persona y peor escritor. Lo echo mucho de menos. Me gustaría que leyera esta entrevista. Aun así, al principio quieres ser como los que más te gustan y luego, mira tú, te pones estupendo y pretendes decir que tú también tienes algo que contar y que, además, lo vas a contar con tus armas. Que pueden ser peores, pero son las tuyas. Y no sirven para matar a los que te inspiraron, sino para avanzar en otras direcciones.

-¿Cómo se lleva con la Barcelona de estos días?

-Es una ciudad tradicionalmente abierta al mar que ha olvidado qué es lo que entró por ahí, y no lo que llega y se va en avión de línea low cost. Es cada vez más severa con sus vecinos y más complaciente con los turistas. Es pequeña y se cree grande, se quiere cosmopolita pero brilla cuando es algo más provinciana, parece conservadora pero nunca le sale. Es contradictoria. Y por eso la quiero aún más y por eso la critico y por eso, entre otras cosas, es tan literaria.

-¿Aspira 'Rayos' a ofrecer alguna clase de verdad generacional?

-Estas cosas son un poco como el honor en las novelas dieciochescas y decimonónicas. El honor te lo da el resto de la sociedad, no te lo arrogas tú. Yo parto de la anécdota hacia lo general, de lo íntimo a lo colectivo. Y un texto no lo hace sólo el que lo escribe.-¿Por qué cuesta tanto hoy asumir puntos de vista colectivos, y de hecho, por el contrario, la tendencia parece ser ir más hacia lo personal, aunque lo personal pueda ser también político?

-Estamos en una era especialmente narcisista, y todos sabemos ya el desenlace de ese mito... Parece que a la gente le gusta más escribir que leer. Hay una ola de lo personal que conecta en otras capas con ese relato colectivo desde lo personal que son las redes sociales. A mí me gusta emplear esa experiencia para algo más. Por eso esta novela arranca en la obsesión íntima para conectar con otras preocupaciones. Si no piensas en ti mismo, en quién eres, tienes un problema. Pero si sólo piensas en ti mismo, en quién eres, no has entendido nada. Jack London decía en El talón de hierro: "Entender el mundo sólo con tu experiencia es como intentar volar tirando de las lenguetas de tus botas". Pues eso.

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