Desde que Maxime Chevalier escribiera su sugestivo ensayo Lectura y lectores en la España del siglo XVI y XVII (1976), la historia de la lectura se ha renovado radicalmente, reclamando la necesidad de conocer la materialidad del libro, sus condiciones de mercado, desvelando sus usos sociales, privados y colectivos. El estudio de Natalia Maillard emplea con acierto todos estos útiles de la historia de las prácticas culturales. Pero lo hace, además, sobre una base documental de extraordinaria solidez: el estudio de 720 bibliotecas particulares sevillanas del siglo XVI, lo que la convierte en la estampación más fiable hasta ahora del paisaje lector sevillano del Quinientos.

Sobresalen en los inventarios analizados el peso de las bibliotecas profesionales de los clérigos (liturgia y teología moral), letrados, médicos o mercaderes (con sus característicos libros de caja), pero no faltan las lecturas transversales, que cruzan todo el espectro social, y apuntan a un gusto moderno en el que destaca la historia (antigua y reciente), los libros sobre el Nuevo Mundo y hasta la literatura de divulgación científica (medicina, arquitectura, navegación). Claro que no faltan Celestinas y Amadises, compitiendo con el libro devoto. Y en algunas bibliotecas ricas, como las de don Pedro de Zúñiga o don Alonso Martel, compartiendo anaqueles, arquetas o cajones, con clásicos grecolatinos, literatura italiana y música.

Los usos del libro, asociados a otras prácticas como la oración en familia, la educación de doncellas o la costura, configuran, por último, un universo lector femenino hasta ahora poco conocido, que pierde brillo, sugiere la autora, por la censura y autocensura que sigue a la promulgación de los índices de Valdés y Quiroga que afectó más al romance. Sirva de ejemplo de la gran diversidad de ambientes lectores que reconstruye este trabajo ya indispensable para los interesados en la historia de la cultura lectora.