Enrique Vila-Matas | Escritor

"De la gente con certezas hay que huir enseguida"

  • El escritor barcelonés acaba de publicar 'Esa bruma insensata', una novela sobre la fe en el oficio literario y la incertidumbre como elemento esencial de la vida con el 'procés' como telón de fondo

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), retratado en un hotel del centro de Sevilla.

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), retratado en un hotel del centro de Sevilla. / José Ángel García

Llega Enrique Vila-Matas en traje informal y zapatillas de running de último diseño, con su típico aire huidizo y una advertencia que lanza antes incluso de sentarse: "De política no me preguntéis, porque luego eso será el titular y yo no me caracterizo por afirmar nada rotundamente". Pero cómo soslayar el hecho de que Esa bruma insensata (Seix Barral), su última novela, transcurre no sólo con el procés como telón de fondo, sino de hecho durante el fin de semana en que se produjo la supuesta proclamación de independencia de Cataluña.

"Hay una descripción del clima de incertidumbre en Barcelona. No se sabía qué iba a suceder. Era una situación rara, desconocida hasta entonces, flotaba una sensación de fin de trayecto que causó angustia", concede el escritor. Y nada más que rascar pese a la insistencia de un compañero que le pregunta si le gusta sentirse español: "Es como si me preguntan si creo en Dios. O por la vida de las hormigas en domingo. No sé qué decir. Gustar, lo que se dice gustar, a mí me puede gustar por ejemplo contemplar un cuadro".

Cualquier persona familiarizada con la obra de este renovador fundamental de la novela española en las últimas décadas sabe, de todos modos, que su obra siempre estuvo en las antípodas de la literatura ideológicamente programática o, como él las llama, de las "novelas ejemplares". Ese trasfondo convulso e incierto, con helicópteros sobrevolando Barcelona "como en Apocalypse Now", lo utiliza Vila-Matas, más bien, como correlato del catastrófico estado de ánimo del narrador de la novela y del "enfrentamiento entre dos conciencias", o dos maneras de concebir la literatura, que constituye el gran conflicto –en el plano sentimental tanto como en el literario– de esta historia.

A un lado, Simon Schneider, la voz que nos habla desde las páginas de Esa bruma insensata, título tomado de Raymond Queneau y que se refiere, explica Vila-Matas, a la vida misma, o a la concepción "neblinosa" que tiene él del hecho de vivir: "Uno espera que se levante la bruma para que veamos el río, y también lo que hay más allá del río". Al otro lado, el hermano de Simon, un enigmático escritor que se hace llamar Gran Bros y que goza de reconocimiento mundial desde su escondite en Nueva York, donde se le rinde culto por su singular poética, basada en el empleo de brillantes y precisas citas literarias... que le suministra precisamente el don nadie que es su hermano allá en España.

"Es ridículo seguir intentando registrar la realidad al estilo de Galdós: ese trabajo ya lo hace internet por nosotros"

Ese curioso y estrambótico oficio de proveedor de citas literarias, puramente vilamatiano, le sirve al autor para sacudirse ciertos clichés sobre sí mismo. "Muchas veces se me ha acusado de ser demasiado intertextual, así que he intentado bromear sobre ello. De todos modos yo ya no cito tanto, y cuando lo hago suelen ser frases inventadas, con lo cual tampoco tiene tanta importancia. A veces son también pequeñas bromas privadas. Si es que no pasa nada... Puesto que me río de mí mismo, eso me permite reírme también un poco de los personajes y de todo lo demás. Con el tiempo, en mis libros hay cada vez más humor", reflexiona el autor, que en esta novela, en efecto, comienza con un tono más solemne, casi trágico, para ir poco a poco deslizándose hacia un registro más ligero, casi propio de una comedia libresco-existencial.

Uno de los grandes temas de la novela, ciertamente de rabiosa actualidad, para decirlo con la expresión ya fosilizada, es la incertidumbre. "Una persona que tiene certezas, como decía Tabucchi, es un espanto. De la gente con certezas hay que huir enseguida. La certeza que sea, eh. Dime una certeza y te diré pues mira... Incluso si llueve te voy a rebatir que esté lloviendo. Todo es relativo, depende del punto de vista. Después de todo, estamos ahora en la época de la materia oscura, ¿no?", dice el escritor, que plantea en este libro otro tema central: el de la fe en la literatura como motor de sentido de la existencia misma. "La palabra creer, según cómo se use, me gusta. Creer en el arte, por ejemplo, me parece que está muy bien. Antes, para mí, estaba el problema de escribir o no escribir, como se reflejó en Bartleby y compañía, pero una vez que ha quedado comprobado que sí que escribía, el problema ha pasado a ser si seguir escribiendo o no".

El autor barcelonés, momentos antes de atender a este periódico. El autor barcelonés, momentos antes de atender a este periódico.

El autor barcelonés, momentos antes de atender a este periódico. / José Ángel García

Esa tensión forma parte esencial de la literatura del autor y no parece que vaya a resolverse nunca. "Con 20 años ya me despedía por la noche de mis amigos anunciándoles que había dejado de escribir, y todos me decían: pero si no has escrito nada todavía. Es decir, antes de escribir yo ya quería dejarlo", afirma Vila-Matas ejerciendo fielmente de sí mismo. La cuestión que sí tiene clara es, al menos, qué tipo de libros no tienen ya razón de ser para él. "Aquí se sigue pensando todavía en registrar todo al estilo Galdós, y yo no tengo nada en contra de Galdós, al contrario; pero eso es ridículo en estos tiempos, en los que ya todo lo registra internet. Ese trabajo lo hace internet por nosotros".

Si Bartleby y compañía era un libro bajo el influjo de Melville, Doctor Pasavento estaba atravesado por el espíritu de Maurice Blanchot, Hijos sin hijos por el de Kafka o Kassel no invita a la lógica por el sujeto colectivo del arte contemporáneo, el gran tapado –o no tanto– de Esa bruma insensata es esta vez Thomas Pynchon. "No ha sido nunca un autor importante entre mis lecturas. Pero admiro su trabajo y me interesa mucho, sobre todo, su puesta en escena de la paranoia global del mundo contemporáneo. A diferencia de otros libros míos, su presencia no supone ningún homenaje, más bien me río de esa coquetería de la invisibilidad, del esconderse. Hombre, durante muchos años a mí me habría encantado sacar una novela, no tener que dar ni una entrevista y vender en una semana un millón de ejemplares, claro, pero...", dice Vila-Matas, cuyos puntos suspensivos invitan a preguntarle por lo que significa para él la exposición pública y ese personaje excéntrico que él mismo ha acabado siendo para tantos lectores.

"Mi imagen ideal del escritor es la de un ser errante bajo la lluvia; odio a los escritores que se convierten en instituciones"

"Durante una época, en Barcelona tenían una imagen de mí de salir mucho, se creó una pequeña leyenda de alcance tan sólo local, en todo caso. La cuestión es que me pasaba toda la semana trabajando, porque yo siempre he trabajado mucho, pero claro, eso no se veía; pero luego pasaba cuatro horas por ahí las noches de los viernes y los sábados y la gente sólo veía al tipo que decía frases extrañas en las barras de los bares... Yo nunca he creado a propósito ninguna imagen, eso lo construyen siempre los demás –dice–. La máxima construcción a la que llego es a salir a hablar en público y poner una cara rara y misteriosa. Es una timidez que invierto para parecer como terrorífico, pero eso dura dos minutos. Y el caso es que alguna vez me he arrepentido de mostrarme como una persona normal después de tantos años de rarezas: tras una charla en Gerona durante la que estuve hablando con toda naturalidad con el público, vino un señor muy disgustado a decirme estoy decepcionado, es usted muy vulgar".

Dice Vila-Matas que su imagen mental, romántica e idealizada del escritor era y sigue siendo la de "un ser errante bajo la lluvia, sin nada, trabajando sin parar". Por eso, dice, le parece de lo más razonable "odiar a los escritores que se convierten en instituciones". "Son insoportables, nunca me han resultado atractivos", añade, en perfecta concordancia con su gusto por el "arte del fracaso", acerca de lo cual ha escrito muchísimas y cautivadoras páginas.

"El Nobel está muy desprestigiado. Bob Dylan es un genio absoluto, pero si antes de que él recibiera el premio era una tontería, después ya..."

Y sin embargo él ha sonado ya en más de una ocasión como candidato arriesgado al Nobel. ¿Qué pasaría entonces si él se convierte también en una institución? "Hará unos diez años me invitaron a un encuentro en Berlín con una crítica feroz y otra mujer, una rubia con melena a lo Anita Ekberg, que era jurado del Nobel –cuenta–. Alguien del público tuvo la ocurrencia de preguntarme eso mismo. Y yo dije: pues como cuando te toca la lotería, pediría que fuera secreto para que nadie me molestara. En ese momento vi cómo la mujer del Nobel me miraba con una cara de desprecio tal que sé perfectamente que aquello despejó toda posibilidad, que había tomado nota", comenta con una mueca burlona.

"Además, si me dieran el Nobel este año sería problemático porque habría otro ganador, u otra ganadora, y yo estaría convencido de que la otra o el otro sería inferior a mí, lo cual supondría un problema añadido y no habría manera de disfrutar aquello. Me imagino a los dos ganadores de este año, mirándose mutuamente con desconfianza", continúa ya en modo abiertamente zumbón. "Por otra parte, es algo que ya está muy desprestigiado. Para mí Bob Dylan es un genio absoluto pero el premio ha salido mal parado. Si antes de que se le dieran ya era una tontería, ahora ya...".

Recuerda también el escritor barcelonés que "durante una época se decía mucho en Cataluña que Baltasar Porcel sonaba para el Nobel, que era candidato, pero la verdad es que nunca había ninguna prueba de nada". "Nada", añade, "como no fuera que invitaba cada verano a su pueblo de Mallorca al único miembro del jurado del Nobel que al menos en aquel entonces leía en español; el mismo tipo que tuvo mucho que ver con que se lo dieran en su momento a Cela. Pues cada verano lo tenía Porcel a pan y cuchillo en su casa de Andratx. Allí se pasaba el del Nobel las semanas como un rey. Ésta sí que es una historia triste, tanto años aguantando a ese invitado... Bien mirado, da para una película. Éste podría ser el final: buenas tardes, señor, adiós, me vuelvo a Estocolmo; por cierto, no hay Nobel".

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