LA VIDA EN TIEMPOS DE PAZ | Crítica

Jep Gambardella en versión agria

  • Francesco Pecoraro, arquitecto y urbanista romano, ajusta cuentas consigo mismo y con su generación en 'La vida en tiempos de paz', una novela hermosa y ferozmente desencantada

Jóvenes paseando en Vespa al italiano modo, en una imagen de los años 60.

Jóvenes paseando en Vespa al italiano modo, en una imagen de los años 60. / D. S.

Digamos desde el inicio que La vida en tiempo de paz de Francesco Pecoraro (Roma, 1945) no es una novela o no sólo una novela. La narración, en su mayor parte, viene a ser el borbotón, el monólogo crudo, la expiación de un hombre en caída libre, que se ha asomado ya esa edad en la que el tiempo nos alcanza sin poesía alguna.

El ingeniero Ivo Brandani ha sido enviado al extranjero por su empresa para sustituir un coral marino muerto por otro sintético. Mientras espera a que su avión parta del aeropuerto de Sharm el-Sheij, un turístico enclave situado entre el Mar Rojo y el golfo de Aqaba, el pasajero ajusta cuentas con su vida y con el mundo que ha vivido y al que, en justa proporción, ha contribuido a establecer como modelo occidental.Decía Borges que en un solo día del hombre se hallan los días del tiempo. En este caso podría valernos la escala borgiana. En la sala de embarque las horas de espera se convierten en el reloj de arena de la memoria y la contrición. Brandani es hijo de una generación, la nacida a partir de 1945, que ha podido disfrutar en Europa de unos años de paz o de una supuesta paz estética.

Se nos dice de antemano que la de Pecoraro es "la gran novela europea del presente". Disentimos, pero no porque no se trate de un texto valioso. El ajuste de cuentas del autor, si bien trasladable a otros países occidentales, se hace en clave italiana, con un particular desencanto por la capital romana. Al lector le molesta que se le hurte el nombre de Roma y le sea sustituido por el mayestático "Ciudad de Dios". Igualmente le irrita que se citen los genéricos referidos a la península y a los peninsulares en lugar de decir Italia y los italianos. Si por algo aceptamos la desazón de Brandani es porque su soliloquio tiene una raíz cultural moderna muy italiana y, por ello mismo, lo aceptamos como queja propia también.

El escritor, arquitecto y urbanista Francesco Pecoraro (Roma, 1945). El escritor, arquitecto y urbanista Francesco Pecoraro (Roma, 1945).

El escritor, arquitecto y urbanista Francesco Pecoraro (Roma, 1945). / D. S.

La narración alterna pasajes referidos a los recuerdos de Brandani/Pecoraro con otros excursos derivados de una mente obsesiva (el aprecio por la aeronáutica y por el modelo Spitfire, la lucha a muerte entre la fauna marina como fábula del capitalismo voraz, la conquista de Bizancio por los otomanos y la lectura microbiana que hay que extraer de ello: el tubérculo que ataca y devora un cuerpo ajeno que debiera extinguirse por sí mismo). Se alternan, pues, la voz omnisciente de un narrador con el tono confesional, en primera persona, del protagonista.

Hay dos viajes al pasado iniciático en todo lo que se narra de forma torrencial. Un primer viaje acude al oráculo de la infancia, cuando el niño Ivo descubre los pormenores de esa pompa irisada. Luego vendrá la adolescencia, que discurrirá en los veranos frente al mar Tirreno. La época luminosa se diluye con los otros códigos grises, los que se forjan el resto del año por los barrios de Roma en los que anida la nueva clase media.

Aunque Pecoraro no hace alusiones concretas, en la novela creemos reconocer parte de la crónica social, política y cultural de la Italia más reciente

De la infancia a la incipiente vejez aparece siempre la sombra, odiosa, traumática, del padre. Brandani decide estudiar Filosofía y Letras, justo en el convulso año 1968. Luego, tras conocer el ardor de las aulas (los trágicos sucesos del 1 de marzo de aquel año en Villa Giulia, la incubación de las posteriores Brigadas Rojas), se decantará por Ingeniería. El cambio refleja el paso del homo philosophicus al homo faber. Esto es, el carpetazo a la subversión intelectual y el despertar al mundo práctico de quien se sentía atraído por la belleza técnica de los grandes puentes (curiosamente, la generación profesional de Brandani coincide con la del desarrollismo que impulsará obras hoy maltrechas como la del fatídico puente de Génova).

Descreído sesentón, a menudo escatológico y malhablado, elegimos el feroz retrato que Brandani/Pecoraro dedica a Italia mientras contempla desde el avión –la aeronave lo acerca ya a destino– cómo la trituración del suelo patrio refleja con palmaria nitidez la retícula de un estado fallido.

En La vida en tiempos de paz, si bien su autor no hace alusiones concretas, creemos reconocer parte de la crónica social, política y cultural de la Italia más reciente. Se nos vienen a la mente las películas sobre marginales de Pasolini dedicadas a Roma. Escuchamos de fondo alguna que otra canción doliente de Franco Battiato (Povera patria). Bajo el influjo de la Democracia Cristiana y del Partido Comunista, deducimos la violencia política de los años de plomo (el tremendo atentado de la estación de Bolonia o el asesinato del primer ministro Aldo Moro, al que Leonardo Sciascia dedicó un libro sobrecogedor).

El politólogo Giacomo Marramao sostiene que el asesinato de Aldo Moro cambió la historia de Italia y tuvo como corolario la llegada al poder del ínclito Silvio Berlusconi. En cierto modo, el mundano Jep Gambardella de La gran belleza es hijo de esta capitulación nacional. El ingeniero Ivo Brandani podría ser otro Gambardella, pero en versión agria. Por lo que nos cuenta, él ha participado también de esta misma mutación colectiva.

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