Literatura

Luis Landero: todo queda en familia

  • El autor extremeño regresa a las librerías con 'Lluvia fina', tal vez su novela más amarga

  • El espíritu de Chéjov flota en esta historia donde los parientes menudean los trapos sucios en diálogos confluyentes

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) ante la Biblioteca Infanta Elena, donde ha presentado este martes su libro de la mano del CAL.

Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) ante la Biblioteca Infanta Elena, donde ha presentado este martes su libro de la mano del CAL. / Belén Vargas

Con los años, novela tras novela de Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948), hemos ido acuñando un término peculiar para definir ciertas situaciones o personajes. Lo llamamos el landerismo, la cosa landeriana, que viene a ser una especie de maravilloso sofrito, de pócima en suspensión entre la vida y los sueños, la realidad y la fuga, la conspiración y el destino.

El landerismo comenzó a fraguarse con el mítico Faroni de Juegos de la edad tardía (1989), la primera de las inspiraciones del autor. Ahora, tras nueve novelas escritas, el lector se topa con Lluvia fina. He aquí más bien un calabobo amargo, en donde una aparente familia del montón airea, cada cual a su modo, todo un menudeo de trapos sucios.

Pese a todo el landerismo se halla, aunque en minidosis, en alguna que otra escotilla de aire soñador. Pero es cierto que el odio y el recelo acumulado llegan a anular el natural escape hacia los sueños que es propio en el mundo narrativo del autor. No obstante, como se repite a lo largo de la novela, nada es inocente. Ni siquiera los sueños son inocentes.

"La novela es amarga porque la historia lo pide. Tiene perfiles trágicos y está inspirada en una noticia real que apareció en el periódico. Había algo en ella que me hacía un efecto llamada para escribir la novela", explica Landero a este diario. En su relato reúne a una familia formada por una adusta madre y tres hermanos (Sonia, Andrea, Gabriel). El marido de Sonia se llama Horacio, quien viene a ser, como todos, un trampantojo entre lo que es y lo que aparenta ser, aunque su caso sea el más siniestro. De fondo aparece la figura risueña, ensoñadora, de un padre ya fallecido, pero que podría ser un fantasmilla del citado landerismo.

Y Aurora, la esposa de Gabriel. Sin ella no se entiende el andamiaje de la novela. Es el personaje sobre el que cae toda la llovizna de heridas, de reproches, de cuentas sin saldar. "Aurora es fundamental. En ella confluye todo, actúa como caleidoscopio de la historia cuando toda esa lluvia fina se convierte en torrente".

Landero no cuenta una sola historia, sino varias, según oigamos hablar a los personajes. Sonia, Andrea y la madre le cuentan a Aurora sus cuitas, siempre a través del móvil. La técnica narrativa, basada en diálogos confluyentes (pero que dan una idea de perspectiva múltiple), la empleó en parte Landero en El guitarrista (2002). Aparte, "Vargas Llosa ya usó esta fórmula que permite escribir diálogos a varias bandas, en el que el tiempo se entremezcla", continúa.

A Lluvia fina se le ha tildado de novela amarga (y aquí no hemos evitado la tentación). Pero Landero cita a Ernesto Sabato. "Él decía que casi todo el arte es trágico. Mi novela resulta amarga. Pero es que cualquier telediario es más amargo que mi novela".

Cuando uno lee cómo está escrita Lluvia fina tiene la sensación de que está asistiendo a la representación paralela de una obra teatral. Hay como un imaginario de teatro, de escenario oscuro, en el que unos focos delatores alumbran al personaje que habla. "La estructura tiene algo de representación teatral. El espíritu de Chéjov está flotando además en la novela. Mi editor me ha dicho que podría hacerse de ella una película o una obra de teatro".

Landero ha podido escribir tal vez su novela más oscura. Pero el autor, veterano a sus setenta y tantos, no se ha oscurecido de puertas adentro. "Sigo escribiendo igual. Aspiro a decir a lo inefable, a escribir novelas maravillosas. Sigo teniendo fe, convicción y tozudez". Lo dice riéndose. Pero lo hace con ese despego que da saber que se ha alcanzado la sabiduría de los propios límites.

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