Cultura

Maravillosas mentiras

  • El sello La Piedra Lunar inicia su andadura con una nueva edición de la 'Historia verdadera' de Luciano

Historia verdadera. Luciano de Samósata. Trad. de Francisco Socas. La Piedra Lunar. Sevilla, 2013. 112 páginas. 10 euros.

"Toda vez que entre los sucesos reales de mi vida no tengo nada que valga la pena contar, me inclino hacia un tipo de ficción más instructiva que la de los otros, pues al menos una cosa digo verdadera: que estoy fantaseando. [...] Escribo acerca de cosas que ni vi, ni a mí me pasaron, ni oí de ningún testigo, cosas que ni han ocurrido ni, por su propia naturaleza, son posibles. Por tanto, que los que esto lean no crean nada". En este famoso pasaje de Luciano de Samósata -que suena así en la nueva versión de Francisco Socas- se encuentra una de las más claras definiciones de un género, la novela, para el que los griegos no inventaron un término, aunque ello, como explica Carlos García Gual, no quiere decir que no existieran novelistas en la Antigüedad. Es verdad que estos fueron tardíos y no muy prestigiosos -pues habían elegido un registro difuso y no sancionado por las preceptivas que era, a decir de Weinreich, "un bastardo impresentable en la buena sociedad literaria"-, pero por su difusión no menor y sobre todo por su papel de precursores de una forma de literatura destinada a vivir siglos de esplendor en el mundo que 'renació' tras el relativo olvido de las letras clásicas, nombres como Aquiles Tacio, Longo de Lesbos o Heliodoro de Émesa tienen su importancia en la historia de la literatura antigua. Entre esos pioneros se contó Luciano, el escéptico, jovial y bienhumorado autor de uno de los primer relatos no filosóficos que situó al hombre en la Luna, desde entonces nuestra compañera de ensueños y fabulaciones.

De la mano del joven pero ya veterano editor Alberto Marina Castillo, que aúna entre sus múltiples intereses el oficio de los libros, la crítica literaria o musical, la agitación trasnochada y la docencia universitaria, el sello La Piedra Lunar ha iniciado su andadura con uno de los libros más singulares que nos legó la Antigüedad, expresamente traducido por un prestigioso latinista, el mencionado profesor Socas, que prepara para la misma editorial una nueva versión de las Geórgicas de Virgilio. El ya retirado titular de la Hispalense, un verdadero maestro de los que no se limitan a ser sabios o a posar como tales, ha dedicado buena parte de su labor filológica a los humanistas del Renacimiento, pero tampoco ha dado la espalda a los autores antiguos, como atestiguan sus ediciones de Lucrecio, Ovidio, Juvenal o Marcial, a quien Marina Castillo ha dedicado su tesis. La relación entre ambos, profesor y discípulo, dicho sea de paso y aunque nos apartemos por un momento del buen Luciano, ejemplifica a la perfección lo que esperamos de quienes se dedican con pasión y generosidad a la desmedrada vida universitaria, que por fortuna no se limita a las conspiraciones departamentales en las que desperdician su tiempo -y el menguante presupuesto del Estado- quienes no han entendido que una parte fundamental de su tarea tiene que ver con la formación no sólo académica.

Entre el siglo I antes de Cristo y el III o IV después de la Era, los autores citados y otros cultivaron esa forma libérrima, fantástica o sentimental pero en todo caso apolítica, emancipada del mito y no menos ajena a la historia, que mostraba aspectos cercanos a la comedia. Nacido en Siria, Luciano, que vivió en el siglo II y posiblemente tuvo el arameo como lengua materna, aprendió el griego en la escuela, pero su mundo es el de la Roma imperial cuyas provincias orientales tenían la lengua de Homero -o más bien la 'común' helenística, que también dominaban los romanos instruidos- como segundo o primer idioma, cuyo prestigio literario se mantenía intacto pese al declive político del solar de origen. Encuadrado en el movimiento filoático que los estudiosos han llamado Segunda Sofística, Luciano fue algo parecido a un philosophe del XVIII o a un intelectual avant la lettre, aunque como dice Socas "no logró ser (por suerte para la literatura) un filósofo cabal y estricto". La originalidad de Luciano radica en su intención paródica, que puede compararse a la de Cervantes -así lo sugiere el traductor- en relación con los libros de caballería, sólo que en el caso del griego, que también rebasó su propósito, el objeto eran los fantasiosos relatos etnográficos de los viajeros, pródigos en maravillas indemostrables. Esta edición de La Piedra Lunar, en fin, se presenta embellecida por los sobrios y hermosos dibujos del arquitecto e ilustrador Juan Socas, cuyo delicado tono minimalista contrasta con el contenido más bien desaforado de la Historia. Amamos muchos otros libros de los griegos que celebran la belleza de los cuerpos o de las ideas, las hazañas de los héroes o las historias, realmente verdaderas, de los antiguos, pero en este viaje imposible encontraremos una mirada lúcida, afilada, sonriente -"en nada nos eres ajeno", escribía Savater en su Invocación a Luciano- que anuncia la edad moderna.

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