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Un poeta se da a sus lectores

  • El sevillano Gonzalo Gragera repasa las rendiciones de la entrada en la edad adulta con 'La suma que nos resta'. El autor consiguió por este libro el Premio de Poesía Joven RNE.

Gonzalo Gragera, ante el monumento a Antonio Machado del Palacio de Dueñas, en Sevilla.

Gonzalo Gragera, ante el monumento a Antonio Machado del Palacio de Dueñas, en Sevilla. / José Ángel García

Al comienzo de La suma que nos resta, su tercer libro, Gonzalo Gragera (Sevilla, 1991) se dirige al "cansado lector" que ha llegado a sus páginas y le confiesa: "(...) Hoy te acercas / buscando en mí no sé bien / qué precisión compartida". En ese primer poema, titulado Consideraciones previas, el autor muestra una lucidez impropia de su edad -aún no ha cumplido los 26 años- y ante su interlocutor admite sus limitaciones. "Y no dispongo de salvación alguna / ni ofrezco del enigma soluciones", asegura, aunque sí deja vislumbrar una esperanza, la de que quien se aproxime a su obra se identifique con ella. "Acaso el ánimo de que encuentres / en cada una de estas palabras, / en estas letras, / de tu nombre, / las iniciales", concluye ese texto.

Gragera, que ya había publicado anteriormente Génesis y La vida y algo más, y que por este nuevo libro se ha hecho con el Premio de Poesía Joven RNE, es fiel a una máxima que defendía Stendhal: que la escritura no consiste más que en disponer un espejo en el que el lector pueda sentirse reconocido. "Él se refería a la novela, pero yo extiendo esa convicción a la literatura en general, también a la poesía", sostiene. "No voy a ser tan soberbio como para decir que la que hacían no me parece una literatura legítima, pero la verdad es que cuando leo a los surrealistas, por ejemplo, me ocurre que no veo una conexión entre autor y lector, y eso me causa rechazo", prosigue. "Y el arte, pienso, debe meter al espectador en la obra, y un modo de hacerlo es pretender que el libro sea una suerte de espejo. Una forma de conseguir eso es volcar la vida en los versos", argumenta el poeta.

La suma que nos restaplasma el desencanto de un hombre que va entrando en la edad adulta y "conociendo las faldas interiores de la vida", explica el autor. En las líneas que escribe Gragera asoma la amenaza de una rendición, la de quien se interroga si tiene que renunciar a sus sueños propios y amoldarse a la existencia gris de los demás, a esa rutina de "medias verdades, facturas, / niños, trabajos. / Y las cenas de parejas / todos los sábados", como se lee en el poema Ah de la vida... contemporánea. "Escribí el libro cuando ya había pasado cierta juventud y entraba poco a poco en la madurez", expone el escritor, que en algunos pasajes se muestra inclemente consigo mismo. "No esperes de mí /más que este fraude / de las expectativas", anota en otro de los poemas del conjunto.

Pese a la crudeza de los asuntos que despacha, la propuesta de La suma que nos resta opta por el humor a la hora de hacer sus (amargas) cuentas. El antihéroe que se desnuda ante el lector es un "trapecista / entre las sílabas del fracaso", pero que relativiza sus derrotas desde la atalaya de la ironía. El destino quizás esté en "dejar los libros de Faulkner / por los catálogos: / por las revistas de Ikea / y los taladros. / Aguantar impertinencias / a tus cuñados", y no por ello hay que entregarse al dramatismo. "El humor en la literatura ha existido siempre, claro, pero a mí me han influido las voces de dos poetas como Miguel d'Ors y Javier Salvago. Este último tiene un libro que se llama La destrucción o el humor y en él habla de que el humor nos salva. Ante el desencanto, es más sana esa actitud que caer en la frustración", opina.

Como contrapunto a los claroscuros de la edad adulta, Gragera sitúa varios de los poemas en la luz de las playas de Cádiz y de Huelva en las que pasó su infancia y su juventud, "momentos en los que albergas muchas emociones, y que yo viví en la costa. Ese poso me evoca recuerdos, me inspira mucho", afirma. Sin embargo, precisa el poeta, el personaje que habita en las páginas de La suma que nos resta parte de sus emociones, pero no es exactamente él mismo, trasciende los contornos de su identidad. "Uno, cuando escribe, no cuenta su vida, plasma la experiencia personal, pero busca la experiencia universal, que lo que describe nos incumba a todos. Entender la poesía como un desahogo es un rasgo de la mala literatura", declara el sevillano.

Para el libro, Gragera ha elegido un planteamiento original, una estructura descendente en la que el recorrido empieza en el poema 36 y acaba en el primero. "Lo que viene a decir ese orden es que el poeta se va desprendiendo de sí mismo, como una flor que pierde sus pétalos o un cuaderno que se deshoja, se va entregando al lector, y la poesía es así una suma que nos resta", razona. "Ya de ti mucho no queda. / Eres resta en manos de otros. (...) ¿Entiendes esas cifras decrecientes? / Todo, o casi, lo has dado. / Resta de ti que en otros, quizá, es suma", concluye en uno de los poemas finales, con el que se cierra una travesía en la que Gragera ha ido girando de una escritura "más ligada a la experiencia, la del comienzo del libro, a otra más vinculada a la reflexión, a la meditación. Como si el viaje empezara en la capa superficial de la poesía y se fuese adentrando en su núcleo más profundo". Una madurez inusual que Gragera muestra también cuando se refiere al Premio de Poesía Joven RNE, que recibió por unanimidad. "Es una inyección de autoestima, pero hay que mantener la distancia y el escepticismo con tu obra, y no creer que has hecho nada insólito. Más en alguien de mi edad, de 25 años, cuando lo tienes todo todavía por construir".

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