De libros

Páginas que prenden mecha

  • Para todo escritor, el libro que consiguió introducirlo en el arte de la fabulación guarda un aura especial.

Antes de todo, están los libros de la emoción. Luego llegan los demás: los que muestran nuevas formas de contar, los que te enseñan a pensar, los que se hacen residuales. Pero los primeros, los que consiguen arrancar el motor, son los títulos que dejan sin aliento. Y aquí pueden incluirse tanto nombres de calado intelectual transfronterizo como clásicos de la literatura juvenil, del cómic o de los cuentos infantiles. Todo vale. En este inusual Día del Libro, varios autores comentan cuáles han sido sus títulos "iniciáticos": los responsables de que consideraran que no podía existir nada mejor, nunca, que inventar historias como aquéllas.

"En mi caso -comenta el malagueño Juan Jacinto Muñoz Rengel-, de niño leí los libros habituales de la literatura infantil (Ende, Dahl, Durrell) y de chaval los clásicos de la literatura juvenil. Sin embargo, no fue hasta una edad muy concreta cuando se despertó en mí la percepción de la obra como algo creado y tomé verdadera conciencia del escritor que hay detrás de los libros, de toda esa dimensión. En ese momento, estaba leyendo Siddhartha de Herman Hesse, Crónicas marcianas de Ray Bradbury, La vida está en otra parte de Kundera, y las novelas distópicas de Huxley, Orwell y William Golding".

El autor de De mecánica y alquimia (premio Ignotus 2010 al Mejor Libro de Relatos) apunta, no obstante, que no puede "estar seguro de si no habría ocurrido exactamente lo mismo si hubieran sido otros los títulos" los que hubieran caído en sus manos. "Quizás era una cuestión de conjunciones vitales difícil de explicar", reflexiona.

Bradbury es también referente para Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978), que adquirió unas "ganas voraces de leer (y también de escribir)" con Fahrenheit 451: "En ella, el protagonista forma parte de una de las brigadas que persiguen y queman los libros en un mundo en el que estos están prohibidos -comenta el Premio Ojo Crítico de Narrativa con Nada es crucial-. Pero un día, comienza a rescatarlos de la hoguera, dando forma a un relato apasionante sobre el valor y la fuerza de las palabras como arma de resistencia contra el poder establecido".

Fernando Iwasaki escoge a varios autores imprescindibles a la hora de conformar el listado de libros que lo "convirtieron en lector". "Aquellos que me mantuvieron -confiesa- leyendo hasta el amanecer: los Cuentos Completos, de Edgar Allan Poe (traducidos por Julio Cortázar); Historias de cronopios y de famas -también del belguiano-; La palabra del mudo, de Julio Ramón Ribeyro; El libro de arena, de Jorge Luis Borges y La Cartuja de Parma, de Stendhal". "Todos leídos -indica el autor de Neguijón- entre los 14 y los 16 años, a esa edad en la que la crítica de la pasión pura es más importante que la crítica de la razón pura".

Julio Cortázar es tótem común con la ganadora de la última edición del prestigioso Premio Tiflos de Cuento, la gaditana Nieves Vázquez. Para la escritora -que presentará a mediados de mayo La velocidad literaria y otros no-ensayos-, hubo un "antes y un después de Cortázar. Pero, antes de Rayuela -reflexiona-, los textos que más me impresionaron en el Bachillerato fueron el cuento La noche boca arriba, también de Julio Cortázar, y la lectura de Cien años de soledad, de García-Márquez. Fue ahí, con 15 años, que me dije: 'Ahí es donde quiero estar'. Se me reveló que hay otra forma de ver la realidad, que existen otros mundos que se pueden contar y que las cosas se pueden ver de otra manera, mediante una labor que constituía, además, una forma perfecta de escaparse".

A la autora de El mes más cruel, Pilar Adón (Madrid, 1971) le resulta difícil "escoger sólo un título", pero finalmente, se decanta por Primer amor, de Turgueniev. "Lo leí siendo bastante jovencita -explica- en unas vacaciones de verano, y, que yo recuerde, es el primer libro que me hizo llorar al final, por el propio argumento pero también por la hermosura de la prosa. Creo que fue el primer libro con el que no quería llegar al final (algo que ahora me suele pasar muy a menudo), y que me inició en una especie de manía que me dura hasta hoy, y que consiste en leer varias veces el párrafo final o la última hoja, como si no quisiera despedirme de la historia ni de los personajes. Se convierte así la lectura del final en una especie de adiós prolongado. Lloré leyéndolo pero por la propia delicia de haberlo leído, y yo creo que aquello me atrapó y me hizo pensar que yo quería lograr algo así".

Este afán de imitación también está presente en el título iniciador de Jesús Maeso (Úbeda, 1949), el ganador del penúltimo Premio Caja Granada de Novela Histórica. Maeso comenta que, a la literatura, lo acercó la lectura "en general" de los clásicos, "que en mi niñez y juventud era lo que se leía -dice-. Aunque a mí, me abrió el mundo de la creación literaria el escritor cubano Alejo Carpentier. Su novela El siglo de las luces me animó a imitarlo, cosa que jamás conseguiré. Me conquistó por su lenguaje excelso, luminoso, cálido y estéticamente irreprochable y porque hacía unas descripciones verdaderamente irrepetibles en la literatura".

"Como muchos, yo me enganché con cinco o seis años, leyendo la colección de Los Cinco, y El príncipe valiente de Harold Foster -comenta, por su parte, la escritora Eugenia Rico-. Luego leí El guardián entre el centeno y me pareció que estaba escrito sólo para mí: esa es la sensación que nos producen las grandes novelas, que parecen responder a una pregunta que queríamos hacerle al mundo. Con Crimen y castigo aprendería que el mundo también nos hace preguntas a nosotros, y que a veces las grandes novelas no nos hacen sentir más grandes sino más solos".

Los detonantes en literatura no se reducen, por supuesto, a los caracteres de imprenta. El dueño de El reino blanco, Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950), se rinde a una de sus pasiones más conocidas al afirmar que "fueron los tebeos, los viejos y entrañables tebeos apaisados de los años 50 y 60 del siglo pasado los que me introdujeron en el vicio de la lectura". Entre los títulos que lo secuestraron para las letras, clásicos del género en la época como El Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, El Espadachín Enmascarado, El Cachorro, El Capitán Trueno, El Duque Negro, Aventuras del FBI o El Inspector Dan. "Fueron esos tebeos -continúa- los que me abrieron las puertas de la literatura, proporcionándome la posibilidad de habitar universos paralelos de aventura, de riesgo, de heroísmo".

Claro. Podemos ser héroes, que dirían los Bowie. Y lo que es más: podemos ser, incluso, selectos villanos. No hay sensación igual.

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