De libros

Palabras de fuego

  • 'Los naufragios del Batavia'. Simon Leys. Traducción José Ramón Monreal. Ediciones Acantilado. Barcelona, 2011. 87 páginas. 11 euros.

El Batavia, buque de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, naufragó al sur de Australia a primeros de junio de 1629, cuando se dirigía a su enclave comercial de Java. Gracias a la proximidad de unos islotes, buena parte de los náufragos pudieron salvar la vida y aguardar el rescate. Sin embargo, no es este desenlace el que da fama universal al Batavia. Su celebridad proviene de los numerosos crímenes que se cometieron por obra de Jeronimus Cornelisz, el sobrecargo adjunto, en la terrible soledad de aquellas islas.

El plan de Cornelisz, hombre tímido y cruel, de un raro misticismo, era hacerse con el oro del Batavia, eliminar al resto de los náufragos y esperar un barco de salvamento. No obstante, Cornelisz y sus cómplices fracasaron finalmente, y el relato de aquellos crímenes y sevicias dio la vuelta al mundo en el siglo XVII. Tres siglos más tarde, sin embargo, es la moderna curiosidad por el oprobio, por la expresión violenta del poder, la que lleva a Simon Leys a ocuparse, en este inquietante opúsculo, de las atrocidades del Batavia. Quiere decirse, pues, que el libro de Leys (nacido en la capital belga en 1935 y seudónimo de Pierre Ryckmans) está más cerca de El miedo en Occidente de Delumeau, o de Las brujas y su mundo de Julio Caro Baroja, donde se estudia el proceso a las hechiceras de Zugarramurdi, que de los Naufragios y comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Es el fondo religioso de los crímenes de Cornelisz, y su extraña relación con la herejía del pintor Torrentius, lo que determina la hipnótica fascinación de aquellos sucesos.

Porque ésta es, sin duda, una historia de fascinación y de crimen. Antes de subir al cadalso, los propios secuaces exigieron que Jeronimus Cornelisz fuera ejecutado en primer lugar para que, muertos ellos, no convenciera a los jueces de su inocencia. ¡Tal era su capacidad persuasiva! En última instancia, ahí parece radicar el enigma del Batavia: un hombre tímido, cobarde, poco agraciado, que sin embargo susurraba palabras de fuego.

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