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Walser y el arte de la fuga

  • Jamás triunfó en la literatura, aunque Kafka, Musil, Benjamin o Mann lo admiraron.

Walser muerto en la nieve el 25 de diciembre de 1956 junto a Herisau.

Walser muerto en la nieve el 25 de diciembre de 1956 junto a Herisau.

Como enfermo mental nunca quedó claro si Robert Walser fue un loco esquizoide. Algunos galenos que lo trataron concluyeron que no era esquizofrénico en sentido estricto (a partir de 1925 sí empezó a padecer alucinaciones y voces oscuras). Más bien parece ser que sufrió el llamado síndrome de Asperger, que evidencia un retraimiento pronto y crónico. Autodidacta de formación (y cultísimo como demuestra en sus paseos con Carl Seelig), nunca triunfó en literatura, aunque Kafka, Musil, Benjamin o Thomas Mann lo admiraron.

Como queda antedicho fue un asiduo paseante ("sin pasear estaría muerto"). Pero nunca fue ni viajero ni trotamundos (sólo residió un tiempo en Alemania). Y eso que nadie hubo más renuente a permanecer en un domicilio fijo. Vivió a trasmano en Basilea, pero también en Ginebra, Berna, Berlín, Múnich o Zúrich (sólo aquí, en Zúrich, residió hasta en 17 techos distintos, como afirma Jürg Amann en Robert Walser. Una biografía literaria). Sólo se le recuerda cierta estabilidad en Basilea, alojado como huésped en una buhardilla del hotel La Cruz Azul. Allí se pasaba de diez a trece horas seguidas escribiendo.

Tampoco se le conoció empleo ni oficio estables. Solía despedirse de sus molestos trabajos para poder escribir a tiempo completo. Jamás disfrutó de una economía holgada. En su hora más baja padeció arrebatos de ira enferma y trasegó bastante con el alcohol. Pero esos picos a la baja quedaron casi olvidados al ingresar como ejemplar interno en el manicomio ("el manicomio es el monasterio de la vida moderna", escribió Canetti).

La personalidad de Robert Walser se refleja en su peculiar estilo literario. Como se ha dicho ya, se debe a la dimensión de lo ínfimo, al fabuloso crisol de lo nimio. Cierto es que tras la jovialidad que sentía por las emociones mínimas habitaba una tremenda soledad. Y no es menos cierto que su ironía, su alegría festiva hacían como de disolvente cuando quizá creía sentir que la penuria y el vacío le estaban cincelando un rostro fijo. Walter Benjamin dijo sobre él que "al escribir se ausenta" (de nuevo el enigma de la ceniza, la autocremación de la que hablaba Sebald).

Escribió gran número de relatos. Siruela acaba de editar ahora también Desde la oficina, piezas todas ellas que al modo kafkiano reflejan el sombrío mundo burocrático en la vida moderna. Famosos son sus Microgramas (1924-1931), todo un arcón de prosas transcritas con apretadísima caligrafía sobre papeles usados (y de no más de 2 milímetros de alto).

El club de los walserianos no se pone de acuerdo sobre qué novela concita más la genialidad del autor. La atmósfera de Los hermanos Tanner (1907) y de Jakob von Gunten (1909) tiene claros dejos autobiográficos. Pocos argumentos resultan tan del autor como el de El ayudante (1908), donde se narra la extraña fidelidad fatalista de un ayudante de su señor, que es un inventor de objetos inútiles, jugador y arruinado, y de su melancólica esposa. Todos sus personajes, en fin, parecen como derrotados y convalecen de algo. Pero nunca nos resultan sombríos. Robert Walser jamás se quejó de nada.

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