Allozar | Crítica

Palabras como ramas entrelazadas y robustas

  • La jiennense Yolanda Ortiz Padilla convoca a sus antepasados desde sus versos

Yolanda Ortiz Padilla. / JOSÉ TORRES

Yolanda Ortiz Padilla. / JOSÉ TORRES / M. G.

Allozar, la palabra hermosa y casi perdida que da título al último libro de Yolanda Ortiz Padilla (Jaén, 1981), hace referencia a un campo de allozos, almendros silvestres. Pero también a un lugar geográfico concreto, El Allozar, en Jaén, donde nació el padre de la autora, que en uno de los poemas interviene para advertir: "pero en mi allozar hija / nunca hubo almendros".

Echan raíces así estos versos en un territorio paradójico en el que lo biográfico debe entenderse de forma abierta, como una exploración ancestral desde el presente en primera persona: "mi cuerpo ocupa / poco a poco / el tamaño de mis antepasados / hombres y mujeres hechos de tierra". De fondo, la familia como mito o conjunto de mitos vinculados por la sangre pero sobre todo por el relato común: "la palabra de tu boca en mi boca / carne compartida somos".

Las citas que entrecomillamos revelan la propuesta formal, en la línea de libros anteriores de Ortiz Padilla, especialmente Tierra de malvas (Piedra papel, 2019): versos sintéticos, preñados de elipsis, que suprimen incluso la puntuación y las mayúsculas pero no renuncian al rodeo semántico cuando conviene, por ejemplo al desplegar el fascinante imaginario de la naturaleza: "el tiempo de la chicharra y el autillo / se desliza suave junto al sol y sus márgenes / al compás que marca / la fruta madura el asombro / de la luciérnaga".

La sintaxis abrupta de este libro, galardonado en 2020 con el Premio Internacional de Poesía Gerardo Diego y publicado ahora por El Desvelo Ediciones, va desgranando el pasado familiar a veces en escenas de una violencia terrible, que trascienden la amabilidad anecdótica de otros libros de familia. Ritual es la palabra más repetida en la obra, no en vano. En el mismo ritual de relatar cierto horror doméstico hay algo así como un ajuste de cuentas con el silencio: "En esta casa / nunca pronunciamos la herida / hemos aprendido a intuir su dolor / sentarnos cerca y callar / hasta que cure", explican unos versos sobrecogedores. Pocas páginas después, esa declaración se expandirá en un eco más social que apunta a otro de los ejes básicos del poemario, la opresión machista: "Las mujeres de mi aldea / […] taparon con vergüenza sus sexos y sus bocas y decidieron / que todo esto / debía permanecer / sellado".

En otros poemas, por último, ese expansivo yo lírico que atraviesa generaciones se repliega y nos deja conocer o intuir un presente menos colectivo, un perfil más íntimo que iremos componiendo de forma fragmentaria por rasgos como su calculado temor a la desgracia o por algunos apuntes de su vida amorosa. Pero de principio a fin cada una de las palabras, cada una de las ramas “robustas y entrelazadas” de este campo de allozos, parece asumir que toda experiencia individual está sumergida en una corriente que la moldea y la supera: “[…] ¿dónde / lo aprendí? ¿quién / escribió mi deseo?” preguntan significativamente otros versos.

La naturaleza retorcida del almendro y su flor anticipada, clarividente, reflejan muy bien la escritura de Yolanda Ortiz Padilla en Allozar. No había mejor título.

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