Beber o no beber | Crítica

A bordo del vaso

  • Lawrence Osborne narra sus experiencias con el uso, el abuso y la prohibición del alcohol para conocer la cultura etílica en Oriente y Occidente

Lawrence Osborne (Londres, 1958).

Lawrence Osborne (Londres, 1958). / Gatopardo Ediciones

Lawrence Osborne ha vivido en una docena de países y en ciudades como Nueva York, Londres –donde nació hace 62 años–, México, Estambul. Desde hace algún tiempo reside en Bangkok. Y al tiempo que ha vivido en todos esos sitios también ha bebido en todos ellos. O lo ha intentado. Y con perseverancia. La suficiente como para escribir este libro en el que el autor de Los perdonados –también en Gatopardo Ediciones, como la mayoría de sus libros publicados en España– relata sus experiencias etílicas, y también –muy a su pesar– abstemias, esforzándose en esquivar éstas en lugares del planeta en el que ya no empinar el codo, sino llevarse tan sólo un vaso al coleto, puede acarrearte consecuencias mil veces más desagradables que la peor de las resacas.

"Quizá todo bebedor sueña con su propia abstención y todo musulmán o cristiano abstemio sueñe con una copa al final del arcoíris", reflexiona Osborne mientras deambula por la ciudad de Solo, también conocida como Surakarta, de donde procedían los terroristas de la masacre de Bali y en cuyas escuelas religiosas predican la yihad contra el turismo de Indonesia. También "un lugar con seiscientas mil personas y ni un solo bar, la receta perfecta para la locura".

Quién sabe si con un punto de locura, pero desde luego con la temeridad de la que se precia todo aventurero, y Osborne lo es, o al menos lo ha sido, con una prolífica obra en la llamada literatura de viajes, la génesis de este libro se halla en un encargo de la revista Playboy, que envió al autor de El turista desnudo –bien abrigado con 10.000 dólares y en clase business– a Pakistán para que contara cómo bebe la gente en el país santuario de Bin Laden, su última morada, un sitio en el que el alcohol entra y se mueve ilegalmente por todas partes. Más que desafiar a su organismo y retar a su hígado, Osborne se jugaba, literalmente, la cabeza. Y lo dicho, no por la resaca.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Si la mayor parte del libro, con el subtítulo Una odisea etílica, está dedicada a las a veces muy imprudentes correrías etílicas del escritor a través de países musulmanes se debe a que Osborne –escribe narrando la respuesta que da a un grupo de árabes que interpelan al occidental, solitario y cocido en vodka– se ha tomado unos meses de descanso para viajar y beber por el mundo islámico, y sin embargo "también para comprobar si puedo desintoxicarme, curarme de un excesivo arrebato alcohólico. En realidad, se trata de una crisis personal, una curiosidad particular. Quizá me lleve varios años". Y lo hace en un territorio en el que debe tener mucho cuidado con las pítimas. El Corán no es especialmente feroz contra el alcohol. Cierto que desaprueba su consumo, pero no lo prohíbe de manera explícita. El libro sagrado sí es implacable contra la ebriedad, "el misterio más primitivo". La curda es lo que provoca la ira del profeta. Y ahora la de sus más fanáticos e intransigentes acólitos, como el grupo de jóvenes vestidos de blanco que quieren hacer ver a Osborne, mientras las mezquitas predican a través de los altavoces, "los desastres que la plaga del alcohol ha traído al mundo occidental".

Así que no hay en Beber o no beber –que data de 2013 aunque ve ahora la luz en España– farras de grupo. Se imponen la intimidad y la discreción, tan del gusto de Osborne –y de toda una legión de individuos–, que no sólo le da a la priva sin compañía en ciudades de muyahidines, donde se nos antoja obligado con toda esa insolidaridad fanáticamente abstemia, sino también en su hábitat natural. Osborne agradece, en el bar, "esa clase de soledad que resulta muy especial" y se pregunta por qué Edward Hopper no la pintó más a menudo siendo "la soledad del bar tan absoluta, tan apabullante".

Pero más tarde o más temprano, ese ejercicio en solitario –el libro se abre con el consejo de Epicuro "vive en secreto"– deviene en colectivo. Como escribe Osborne al hacerlo sobre la bebida –reconociendo que "sus efectos nunca pueden calcularse a corto plazo, pero tampoco son veraces los textos derivados del ansia de redención y confesión"–, los "hilos de mil y un bebedores unen estos lugares". Y todos ellos, a la mañana siguiente de una cogorza, en el norte y en el sur, en un hemisferio u otro, sienten que el cuerpo es una máquina averiada cuya recuperación, lo saben todos, va a llevar horas. Cada vez más a medida que la fecha de fabricación de ese organismo se va haciendo más y más remota y por tanto, inexorablemente, la de la obsolescencia se va aproximando. Esa mañana en cuestión, después de la merluza, el servidor está roto. No sirve. Y el administrador del sistema informa de su disfunción. Todo está cortocircuitado. Y cada cual es su propio informático, pero con tan leve conocimiento de lo que ocurre que opta por Reiniciar.

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