Cultura

Por las calles del viejo París

  • Serrano Cueto publica un libro evocador e inclasificable, con ficciones breves y narraciones y estampas surgidas de sus vivencias en la "urbe legendaria".

PARÍS EN CORTO. Antonio Serrano Cueto. Valparaíso Ediciones. Granada, 2015. 164 páginas. 15 euros.

Un hombre solo pasea por las calles de París. Su voluntad dispuesta a captar cada mínimo detalle, eso que se le escapa al turista apresurado que cuenta tan sólo con unos pocos días, tal vez con unas pocas horas, para beberse de un trago las excelencias de una ciudad que es realidad y mito. En su búsqueda incesante, no se conforma con los lugares comunes, rastrea la vida latente en los cafés menos concurridos, en las calles menos transitadas. Se guía por sus lecturas, por su intuición, por sus gustos personales. Se pierde para encontrarse en el laberinto de emociones que le provoca cada nuevo hallazgo. Y sabe ver lo que otros no alcanzan.

Ese hombre solo podría ser el escritor y poeta Antonio Serrano Cueto. Una estancia de investigación de tres meses en la Universidad de la Sorbona le deparó la posibilidad esperada, quizás ansiada, de tomarle el pulso lentamente a una ciudad que a nadie deja indiferente. Fruto de sus largos paseos, de sus lecturas, de sus muchas anotaciones, de las fotos y de los recuerdos guardados únicamente en su retina y en su memoria es este París en corto.

El lector se enfrenta a un libro difícil de clasificar, en la estela de un tipo de literatura miscelánea que, poco a poco, va ganando terreno en el panorama literario actual. Relatos cortos, microrrelatos, estampas o anotaciones de un dietario conviven como formas de expresar la realidad poliédrica de una ciudad revivida desde la distancia. Macerado el recuerdo, asimilada la experiencia, Serrano Cueto comenzó a darle forma a este libro, que tiene como absoluta protagonista a una ciudad que el autor convierte en un personal ecosistema en el que conviven personajes del presente y del pasado; realidades superpuestas que dan profundidad y redimensionan el paisaje conocido de "una urbe legendaria".

Dos narraciones muy breves enmarcan esta colección: Soñar en París y El deseo. En la primera, el autor ejerce de singular maestro de ceremonias. Coloca al lector en la posición de partida, reconoce con él que estar en París es un sueño hecho realidad, aunque le advierte: "Pero lo que usted no puede intuir es que el verdadero sueño, el sueño que se enrama en frondosas pesadillas, está a punto de comenzar". En la última, lo despide desde la puerta del Musée de l'Érotisme con un guiño cómplice y lo deja "dubitativo en la antesala de las dos puertas en litigio: la del deseo y la de la renuncia".

Bajo este pórtico, un puñado de originales narraciones y estampas extraídas directamente de la experiencia personal y literaria del autor, protagonizadas, las más de ellas, por personajes solos que deambulan, aman, sufren y sueñan por la calles, plazas, cafés, casas y monumentos de París. Una urbe conformada por diminutos átomos dispersos cuyos latidos disonantes se escuchan a miles de kilómetros de distancia. Personajes recuperados de las páginas de la historia o transeúntes anónimos con los que Serrano Cueto se ha cruzado una sola vez en la vida. Todos ellos forman parte de una constelación inquietante. Algunos de estos personajes solitarios reaparecen de forma intermitente en varios relatos articulando el devenir de una historia que al lector le toca reconstruir.

El autor renuncia a ser narrador omnisciente y prueba con todas las personas del verbo como modo explícito de abordar múltiples perspectivas. Gracias a esta voluntad incluyente, el lector se siente esperado, atendido y recompensado; puede erguirse como protagonista o como espectador de excepción de estas narraciones agrupadas bajo cuatro capítulos de títulos más que elocuentes: El Sena, El patrimonio urbano, No sólo tipos decentes, Residentes y visitantes y La noche.

París en corto esconde también una guía de ficción que permite al lector adentrarse en un recorrido por esos lugares menos conocidos de la ciudad, espacios que únicamente pueden descubrirse si se dispone del tiempo y la sensibilidad necesarios para dejarse llevar por las lentas tardes paseadas hacia ninguna parte. Estos relatos transmiten ese placer de la vida lenta, reconcentrada, detenida en la reflexión certera, aderezados con sentido del humor y con ironía. Historias puestas en cuarentena el tiempo necesario para no caer en el lirismo hueco.

En estas narraciones introspectivas, de prosa cuidada y bien medida, la ciudad de la luz se matiza de sombras. El autor profundiza en la idea de una urbe compleja y mestiza en la que hay lugar para la alegría y para el horror -como los recientes acontecimientos se han encargado de corroborar-. Una ciudad acogedora y decadente, que siempre seduce al visitante, que engancha al que tiene la suerte de vivir en ella, de formar parte de ese grupo escogido de mortales que alguna vez tocaron el paraíso o bajaron a los infiernos bajo el cielo de París.

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