La ballena | Crítica

La catedral verde

  • En su nueva colección, Serie Menor, Periférica publica este breve y enigmático relato de Gadenne, 'La ballena', de fuerte carácter surreal, pero gravado ya por una pesadumbre, inusual en la vanguardia de anteguerra

Imagen del malogrado escritor francés Paul Gadenne, 1907-1956

Imagen del malogrado escritor francés Paul Gadenne, 1907-1956

Paul Gadenne, escritor desconocido en España, es quien firma este relato de carácter surreal, marcadamente de posguerra. Publicado por Camus en 1949, La ballena especula sobre la aparición de lo extraordinario en algún lugar de la costa francesa, y la posterior expectación, el fatigado desorden, que dicha aparición suscita entre sus vecinos. Que lo extraordinario sea el cuerpo de una ballena blanca, con las obvias connotaciones bíblicas que ello supone, desde el Leviatán levítico a Jonás, acrecentadas ambas por Melville, no hace sino otorgar un inmediato carácter simbólico a lo que, en apariencia, no era sino la lenta putrefacción de un cetáceo en una playa apartada.

En La ballena nos encontramos con una formulación de lo surreal que no elude lo sagrado e incluye, ya, la huella existencialista

¿Por qué hemos dicho que La ballena es marcadamente de posguerra? Desde el lejano tiburón hembra de Lautréamont, desde aquel “tiburón en forma de cariño” que imagina Aleixandre glosando Los cantos de Maldoror, la imaginería surreal ha perdido su ominoso vigor, su alegre e irracional pujanza (una pujanza que no excluye el crimen, la locura, la profanación o el beso), y tras la guerra se mostrará en una crepuscular dormición, cuyo mejor exponente quizá sea Bataille, a quien sólo parece interesarle la muerte y su agónica trasposición sexual. En La ballena, pues, nos encontramos con una formulación de lo surreal que no elude lo sagrado e incluye, ya, la huella existencialista. Al contemplar el cadáver del cetáceo, los colores de la putrefacción, -la ballena convertida en una suerte de catedral verde-, los protagonistas llegan a una emoción extática cuyo impulso primordial es la disolución. La disolución en el todo del animal, y la confusión de hombre y cetáceo, no como en el abrazo bestial de Lautréamont, donde el monstruo y el joven se amaron a dentelladas, sino como un paciente regreso a lo inorgánico.

Se trata, probablemente, de una fábula sobre la vida, sobre su ajada y misteriosa hermosura, contemplada desde la perspectiva de la extinción. Ese tono irisado y putrefacto de La ballena es, al cabo, quien nos indica que la muerte es la realidad primera del autor; acaso la única realidad del siglo.

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