Juan soto ivars

"El censor siempre cree que la sociedad es más estúpida que él"

  • El autor reflexiona en 'Arden las redes' sobre las nuevas formas de censura emanadas de la ultracorrección política y propagadas en los entornos digitales.

Juan Soto Ivars (Águilas, Murcia, 1985), en la redacción de 'Diario de Sevilla'.

Juan Soto Ivars (Águilas, Murcia, 1985), en la redacción de 'Diario de Sevilla'. / juan carlos muñoz

-"Postcensura". ¿No nos bastaba con la censura?

-Yo necesitaba un concepto nuevo, llámalo postcensura o como quieras, pero no me sirve censura porque no es lo mismo. Con la censura sabes a qué te enfrentas, al Estado, y a que te secuestren la publicación, te pongan una multa...; con la postcensura no, no hay ley, o sí: la libertad de expresión; nace de ella, y puede venir de tus amigos, de ti mismo. La sorpresa en todo esto ha sido que las redes sociales nos dieron la libertad absoluta para expresarnos, pero mucha gente empezó a usarla para pedir a otros que se callaran.

-¿Esta tendencia a la Inquisición está en nuestra naturaleza y las redes no son más que una plataforma más, o hay algo específicamente perverso en la dinámica de las redes sociales?

-Las dos cosas. Por una cuestión que tiene que ver con la propia condición humana, lo que se premia en las redes es la irritación, la ofensa, el ataque. Si hablas bien de alguien nadie te va a hacer caso, pero si lo pones a caldo, ¡eh!, ahí sale ya el morbillo. Te dan premios por odiar. Tú vas a lograr una gran reputación si señalas con mucha contundencia a tus enemigos, pero no enemigos personales, eso da igual, tienen que ser enemigos gigantescos, universales, de todas las mujeres, de otras razas... Para algunos, cualquier mindundi se puede convertir en un pequeño Hitler y la cuestión es que muy pocos casos he visto yo de linchamientos con buena puntería.

-¿En qué momento se convirtió Twitter en un Campeonato de la Superioridad Moral?

-Fíjate, la cosa es que los primeros linchamientos de Twitter eran buenos. Me explico. Eran, por ejemplo, una multitud atacando a una empresa poderosa que había cometido una práctica abusiva contra un cliente sin ingresos. El problema es que esa misma energía se fue canalizando hacia personas normales y corrientes y hacia usos lingüísticos. Si tú crees que hacer un chiste está empeorando las condiciones de vida de las mujeres españolas, entonces la censura es algo constructivo. Yo creo que son hechos que no tienen nada que ver. En el libro hablo de algo que comentó Žižek; contaba que en la antigua Yugoslavia él y sus amigos se pasaban el día metiéndose con una sucia alegría los unos con otros, los bosnios con los serbios, los serbios con los croatas, los croatas con los de más allá..., y que cuando comenzaron las tensiones de verdad, antes de la gran matanza, lo primero que desaparecieron fueron esas bromas. El lenguaje y una broma zafia a veces sí pueden ser formas de opresión, pero en contra de lo que piensan los políticamente correctos yo creo sobre todo que el humor, también el negro, el bestia, sirve para aliviar tensiones. Yo he hecho chistes racistas y no soy racista. Pero el censor siempre cree que la sociedad es más estúpida e infantil que él, que lo que quiere es proteger a la sociedad, hombre.

-Nos vendieron que internet iba a ensanchar las libertades, que gente que no había tenido nunca voz iba a tenerla sin tener que superar filtros institucionales, mediáticos, etcétera... Y da la impresión de que el debate se ha estrechado y se ha polarizado, de hecho: ante cualquier polémica, sea importante o ridícula, es todo blanco o negro, sin matices, y en medio, nada...

-Sí, nada, o pieles de plátano para resbalarte. Era imprevisible que una herramienta tan maravillosa como las redes sociales se haya convertido no ya en un filtro más, sino en uno de los mayores peligros para la libertad de expresión que existen hoy. Cada uno quiere recortar por su lado creyendo que tiene motivos para ello: las feministas por el machismo, el católico por lo blasfemo, el gay por lo homófobo... Y entiendo que quieran hacerlo, entiendo que su sentimiento de ofensa es legítimo, pero no lo es que en nombre de esa ofensa quieran recortar la libertad de expresión. Ésta tiene un precio, siempre lo tuvo, que es escuchar cosas que nos parecen horrorosas, y ese precio hay que pagarlo, pero esto no se entiende ahora.

-¿Ve pues un retroceso real en la libertad de expresión?

-Lo hay. No está en el libro porque lo acabé antes de que sucediera, pero el caso de Cassandra Vera es muy interesante. Demuestra que la censura vertical ha vuelto, porque el artículo 578 del Código Penal es censura franquista, exactamente igual que la que había en la dictadura, pero a mí lo que me llamó la atención incluso más que esa condena injusta fue cómo muchos la justificaron y se emplearon a fondo en convertirla en un monstruo. Y tú eres una pobre chica de 21 años que las ha pasado putísimas, porque eres transexual, y de una familia muy humilde, y que sí, has dicho cosas muy bárbaras en Twitter, pero... joder, es que no ha hecho más que eso. Me asusta más el linchamiento, la justificación social, que la condena.

-En todo esto juega un papel determinante la progresiva sustitución de las ideas por los sentimientos en la esfera pública. ¿Es éste el quid de la cuestión?

-No se puede explicar esta nueva censura sin el apasionamiento. Y eso tiene que ver, creo yo, con la crisis económica, con la pérdida de oportunidades, con la incertidumbre en la que vivimos. Todos necesitamos puntos de apoyo, y esos puntos de apoyo ahora se han convertido en identidades sentimentales. Por ejemplo, tú eres una mujer sin talento, fea, antipática, que te va mal todo, estás en el paro, tu vida es una mierda... pero hay una cosa que nadie te puede negar: eres una mujer; entonces puedes entregar parte de tu fracasada existencia a ese colectivo, y como te digo éste te puedo decir cualquier otro, y no hace falta siquiera que hayas leído algo sobre la historia del feminismo, porque siempre vas a poder fingir en las redes que eres la más feminista de España. Todo, al final, se convierte en pensamiento mágico. Esa pasión por las identidades colectivas hace que perdamos el norte, y ahí es donde no se puede debatir...

-Es que los sentimientos no se debaten; se debaten las ideas.

-Y además si yo te discuto algo tú no te ofendes con lo que te he dicho, sino conmigo. Cuando escribo un artículo y empiezan a decir que soy un podemita o un facha, depende de la semana, no me están discutiendo una visión particular sobre el asunto que sea, están lanzándome una etiqueta para desacreditarme, de modo que todo lo que diga yo queda ya enmarcado ahí y por tanto desautorizado a sus ojos. Son críticas sentimentales: tú eres mi enemigo y no voy a hablar contigo. Por eso este libro no trata sobre libertad de expresión, sino sobre democracia. Esta imposibilidad de mantener un debate racional, constructivo, en el fondo nos indica que ya no tenemos visiones ni proyectos en común. Cada uno intenta defender lo suyo, todo muy pueblerino. Y en este panorama tan atomizado siempre gana la derecha. La extrema derecha. Ya se vio en Estados Unidos. Trump ganó surfeando sobre las olas de la ira. ¿Y la izquierda a qué se dedica? A pelearse para ver quién defiende con mayor pureza a quién, y quién está más oprimido. La derecha es más pragmática, siempre sabe dónde está el poder de verdad.

-¿En qué medida son responsables los medios tradicionales de estas dinámicas?

-No lo sé. Todos tenemos algo de responsabilidad en mayor o menor medida. Pero sí creo que es urgente que la prensa deje de hablar de las redes sociales y de sus supuestos escándalos. Antes eran 4.000 y ahora 10.000 tuiteos, creo, los que bastan para que algo sea trending topic; bueno, pues 10.000 personas fingiéndose enfadadas no son noticia. Y si los medios lo dan, es su responsabilidad hinchar esos linchamientos, expandir la basura de las redes sociales.

-Entramos ya en el terreno del dichoso clickbait, esa pugna desesperada para captar a la gente que a lo mejor no ha conocido otra forma de informarse que a través de Facebook...

-Y se informan mal. Son las mentes sutiles. Tu amigo que te dice que en los periódicos sólo hay manipulaciones y por eso no los lee pero luego pontifica: "bah, Putin no es ambicioso, en realidad odia el poder, lo que pasa es que...". Toda esa peña que piensa que sabe más que los periodistas. Pero de esto tiene la culpa en gran parte la propia prensa por sus malas prácticas. Los periódicos han mentido mucho sabiendo que mentían.

-A mi alrededor todo el mundo parece harto de Facebook, pero no lo dejan. ¿Por qué?

-O se quitan y a la semana vuelven. Las redes nos dan una descarga de serotonina muy fuerte. Mira, yo escribo novelas, me puedo llevar con una un año, dos, tres años, sale publicada, me hacen cuatro reseñas, doy seis entrevistas, no la lee nadie. Pero pongo algo en Facebook y en dos minutos tengo 200 me gusta. "Amén, eres mi ídolo". O gente insultándome. Mi vanidad se ve premiada en Facebook, mientras que trabajos más duros como una novela o como este libro no tienen esa gratificación. Somos inseguros, tenemos carencias, días horribles, te puede dejar tu novia esta noche, pero abres el ordenador, pones que estás jodido, empieza todo el mundo, esa gente que no existe, los amigos de Facebook, a darte mimitos... y pasa algo raro en tu cabeza, sigues jodido pero hay una especie de bulimia que se alimenta de ese falso aplauso. Es difícil dejarlas, pero pronto va a ser revolucionario hacerlo, igual que en mi generación, con 16 años, lo guay era fumar a escondidas, para los chavales de ahora va a ser no usar redes sociales.

-¿No podemos vivir sin una permanente puesta en escena?

-Hay dinámicas, está claro. No somos como en las redes sociales. Ni somos tan guapos como en Facebook, ni somos tan furiosos y tan concienciados como en Twitter, ni estamos tan buenos como en Instagram. Cada red social genera un retrato de Dorian Gray.

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