César Aira. Escritor

"No esperen en mis páginas buenos sentimientos. La literatura no es eso"

  • El narrador argentino, un creador poco amigo de las convenciones y uno de los nombres más admirados de las letras actuales, recibe en Sevilla el Premio Formentor por el conjunto de su obra

César Aira, en el Hotel Barceló Sevilla Renacimiento antes de recibir el premio.

César Aira, en el Hotel Barceló Sevilla Renacimiento antes de recibir el premio. / José Ángel García

"Yo siempre quería probarlo todo. Todo. No se me escapaba nada. Era un caso extremo de culo veo, culo quiero. Supongo que es una característica de todos los niños, pero en mi caso ya se había vuelto un rasgo casi exhibicionista. Podía haber algo en mi personalidad que exacerbaba la curiosidad natural de la infancia", señala la protagonista (y narradora) de Yo era una niña de 7 años, una de las obras que forma parte del centenar de libros que el argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949) ha concebido en su larga y siempre estimulante trayectoria. El propio autor podría suscribir esas frases: su bibliografía brinda una constante invitación al juego, una cita perpetua con el asombro, como admitió este sábado en Sevilla, donde recogió el Prix Formentor 2021 en reconocimiento a su carrera y se sumaba así a una prestigiosa nómina que incluye a otros creadores incontestables como Samuel Beckett, su paisano Borges, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Javier Marías, Roberto Calasso, Annie Ernaux o Cees Nooteboom, el último de los galardonados y de quien Aira toma el testigo.

En un acto en el Hotel Barceló Sevilla Renacimiento, el escritor pronunció un discurso titulado Una educación defectuosa en el que se remontó a su infancia y recordó que, "por efecto de las lecturas de las que ya estaba intoxicado", reservó la atención "para lo maravilloso. No concebía como digno de mi atención sino lo que estuviera facetado en mil caras, el diamante en cuyo corazón innumerable se reprodujeran las imágenes de mi realidad personal. Ese diamante era un objeto alegórico, pero resultó real", contó en su intervención. "Ahí estuve un día, en Dresde, en la Bóveda Verde o Gabinete de Maravillas de los reyes sajones, a la salida del cual me detuve ante el maravilloso diamante verde del tamaño del corazón de un niño. Ese objeto existe en la realidad, y en la realidad exhausta de los circuitos turísticos. El color, inusitado en un diamante, se debe a que en sus eras bajo la tierra sufrió radiaciones de uranio. Tiempo después leí el diario que llevó el niño Arthur Schopenhauer, futuro filósofo, a los ocho o diez años, en cuyas páginas registra el momento cuando, de paso por Dresde con sus padres, visitó esa misma cámara y se detuvo ante el diamante. Anotó a continuación que, al salir a la calle después de contemplar durante horas los juguetes de oro de los reyes, sintió un gran asombro al ver que los coches y la gente y las casas no eran todas de oro".

Unas horas antes, en un encuentro con la prensa, el narrador admitía haber conservado a sus 72 años esa curiosidad voraz de la infancia. "Sí, me identifico con los niños en su enciclopedismo, eso de que lo quieran saber todo", declaró. "Ahora lo veo en mi nietito, me sorprende cómo pasa él de un interés a otro. Los dinosaurios le fascinan una semana, a la siguiente son los autos… Y si uno le pregunta por los dinosaurios, por ejemplo, te dirá: No, no, ya no. Y entonces estará con el fútbol. Yo tengo muchas inquietudes, como ocurre en esa atmósfera de la escuela primaria, donde en una hora se estudia Historia y a la siguiente Botánica… Una vez le conté a un periodista en Dinamarca, para hacerlo más exótico, que cuando era chico o adolescente leí una novela policial barata, y ahí el caso se resolvía cuando el detective se fijaba en que habían pintado una puerta con una pintura específica. O sea, concluí, que el novelista tiene que saber de pinturas y de puertas, tiene que saberlo todo. Y yo me dije: ¡Yo quiero ser así! Qué infantil, ¿no?", expresa con un súbito pudor.

"Lo artístico va a salirse siempre de lo normal. Acepto que soy raro, y, es más, me gustaría ser rarísimo"

No se puede entrar en la inventiva desmedida de Aira sin sentirse "contagiado", como asegura Basilio Baltasar, director de la Fundación Formentor y presidente del jurado que le ha concedido el premio. El gesto aparentemente inofensivo de comprar un helado –de frutilla– puede acabar en un homicidio, lo que sucede en Cómo me hice monja, un libro donde, por cierto, nadie se entrega a la vida religiosa. Si miramos al cielo, podemos encontrar un pez cósmico, una suerte de salmón gigante, como ocurre en Las aventuras de Barbaverde. Pero Aira, tan audaz e impredecible en sus ficciones, niega que juegue todas sus cartas al delirio. "Para escribir necesito dos cosas, eso siempre fue así. Al principio llegué a esa conclusión de forma intuitiva, más tarde me di cuenta de cómo funcionaba. Lo primero es tener una idea paradójica, algo raro, como en los cuentos de Borges, que tienen algo extraño, que funciona matemáticamente", argumenta. "Pero también me hace falta algo del otro lado, algo mío, personal, algo que me toque. Si sólo fuera lo primero sería como hacer fuegos de artificio, palabras cruzadas, y si fuera sólo algo personal mis obras serían como esos textos que se escriben hoy día, de desahogo personal, algo narcisista. Así que en mi universo conviven la idea intelectual y lo emocional. Y creo que cuando entran en comunicación esos dos extremos sale algo interesante".

Un momento de la entrega del premio. Un momento de la entrega del premio.

Un momento de la entrega del premio. / José Ángel García

Con la edad, lamenta Aira, quizás el fuego de la inspiración ha perdido la intensidad de antaño. "Es cierto que con el tiempo se va haciendo menos fácil encontrar la chispa. Antes me venían constantemente ideas para los argumentos, tanto es así que aparecían en la mitad de la redacción de un libro, y me apresuraba a terminar esa novela de cualquier modo para poder empezar otra. Ahora no", explica. "Quizás porque me he vuelto más exigente. Porque también tengo lectores, amigos, periodistas que te hacen elogios, y eso te genera también una responsabilidad", sopesa. La mecha, en todo caso, ha prendido lo suficiente: un amigo suyo estima que ha publicado "unos 110 libros, yo no los he contado".

"Estoy en contra de las campañas para promover la lectura. Nos obligan a todo, que leer sea opcional”

Aira considera un ingrediente fundamental el humor, "pero no tiene por qué haber carcajadas, me interesa más esa sonrisa de satisfacción, sentir cierta plenitud intelectual ante lo que te propone el libro". Además, muestra su convicción de que las situaciones "extravagantes" que describe deben ir acompañadas de "una prosa clara. Mi modelo podría ser Dalí: él pinta elefantes imposibles con una técnica académica".

El novelista y traductor, que se jacta de ser del linaje de los surrealistas –"cuando me mudé a Buenos Aires, en el 67, todos lo éramos"–, nunca sucumbió a las convenciones. "Me han dicho que soy raro, pero un escritor, si no es raro, ¿qué es?", defiende con orgullo. Porque para el autor de Ema, la cautiva o El congreso de literatura, "lo artístico va a salirse siempre de lo normal, así que acepto lo de raro. Es más, me gustaría ser rarísimo".

Aira sabe que su apuesta "por el placer del juego" no casa con quienes le piden a la literatura un mensaje. "No esperen en mis páginas", advierte, "nada de buenos sentimientos, loas a la democracia y a los derechos humanos. Eso lo puedo sostener como ciudadano, pero no como escritor, no me interesa", expone un narrador que estuvo "en la cárcel por un pecado de juventud, por creer en unas ideas", pero que luego se volvió "apolítico". Y esa postura está, afirma, en las antípodas del Nobel. "Siempre justifican la elección del ganador con razones morales. En los diarios, el otro día, cuando premiaron a este tanzano [Abdulrazar Gurmah], observé cómo la Academia sueca hablaba de su oposición al colonialismo, su retrato del inmigrante. ¡Y las noticias no decían nada de cómo escribía, ni una sola reflexión sobre literatura!".

César Aira. César Aira.

César Aira. / Cati Cladera / Efe

Lo dice un experto al que le encanta investigar, que realizó un ambicioso Diccionario de autores latinoamericanos y del que ahora se han recuperado artículos en los que vuelca su opinión sobre el hecho literario, un volumen que publica Random House con motivo del Premio Formentor y que responde al nombre de La ola que lee. Textos en los que, por cierto, se comporta como un crítico insobornable. Admira a Borges y a Manuel Puig, pero por lo general se muestra inmisericorde con sus paisanos. "La novela argentina actual, quién lo duda, es una especie raquítica y malograda. La complicación insensata que hace ilegibles a tantas de estas novelas es un efecto, precisamente, de su falta de pasión. Se escribe por escribir", anotaba en 1981. En persona, cuatro décadas después, su visión del panorama no mejora. "Sé lo que se hace. Me mandan libros, leo los suplementos culturales, me mantengo al día. Pero en Argentina hay una oleada casi incomparable de autoficción, jóvenes escritores que hablan de sí mismos y en monólogos... Bueno, no quiero hablar mal de ellos. Pero sí puedo decir que nueve de cada diez libros que abro son relecturas. Ahora estoy con un estudio pormenorizado de los Sonetos de Shakespeare. Y que conste que no me releo a mí, por autodefensa".

Aira se declara "en contra de las campañas para promover la lectura. Ya nos obligan a demasiadas cosas, dejemos que la lectura siga siendo optativa, que lea el que quiera leer. Siempre me he parecido absurdo que desde el Estado se promueva la lectura: se necesita gente que trabaje, no que se encierre en su casa a leer", opina el argentino. Pese a ese aparente desafecto, valora y aprecia a quienes entran en sus ficciones. "Voy a contar una anécdota un poco tonta. Un día, yo iba caminando por Buenos Aires y un señor que pasaba me dijo: Adiós, Aira. Yo me pregunté quién sería, porque no lo recordaba, y él me comentó: No, si usted no me conoce, yo soy un humilde lector. Y yo me quedé pensando: ¿Cómo que humilde lector? Si es un lector que me lee a mí, es un lector de lujo. Humilde lector es el de esos best-sellers que se venden en montañas en las librerías".

"Leo muchos clásicos porque ahora hay demasiada gente haciendo autoficción, hablando de sí misma"

Aira quiere pensar que el Premio Formentor es "el último" que suma a su currículum. "Cuando te dan un premio tienes que escribir un discurso de aceptación, y eso me cuesta más trabajo que escribir siete novelas. No quiero plata, no quiero honores. Y con lo difícil que se ha vuelto el mundo ahora, no quiero viajar", confiesa. Prefiere quedarse en casa, escribiendo a mano, como es costumbre. "Siempre lo hice. Los periodistas con lo que estuve antes se escandalizaron porque les dije que yo amo los objetos de lujo, y que tengo una colección de lapiceras carísimas. No puedo explicarlo bien: quizás yo sea barato y por eso necesito cerca productos de lujo, perfumes franceses, whisky single malt…", enumera con su particular humor. "Y corrijo muy poco, o nada, pero es que soy muy lento escribiendo y mido mucho cada frase, porque vengo de la traducción. Está todo tan pensado que después no hay mucha necesidad de revisarlo".

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