Cultura

El enigma Rimbaud

Hace tiempo que sabemos que la poesía moderna, con permiso de los románticos y del padre Baudelaire, la inventó un niñato veleidoso e insoportable que apenas se lavaba. Su nombre era Arthur Rimbaud y todo en su corta vida fue un desastre. Cuanto más sabe uno de su paso por la tierra, de los años arrebatados y fecundos de la adolescencia en los que escribió el puñado de versos que le han asegurado la inmortalidad, esa quimera, o de la apenas documentada decadencia posterior que convirtió al genio precoz en una desdibujada caricatura, más absurdo y detestable resulta el personaje. No había en él ninguno de los nobles rasgos que han solido distinguir a los grandes poetas, por ejemplo Verlaine, que fue su amante y protector y tuvo una vida más bien desdichada pero siempre conservó, como nuestro Darío, incluso en los momentos más negros, un aura indefinible de dignidad en la derrota. Rimbaud, por el contrario, fue un destructor a la manera de los punkies, un jovenzuelo arrogante que había leído cuatro libros pero sintió, con qué incomprensible lucidez, que era necesario inaugurar, desde el desprecio absoluto por lo anterior, un tiempo nuevo.

Otros mitos de la juventud caen con los años en el olvido, cabe decir que felizmente, pero Rimbaud es indestructible. Fue un hombre execrable, se mire por donde se mire. Sin embargo, ahí están las Iluminaciones o Una temporada en el infierno, el verso poderoso e inaugural que abrió el camino de todos los ismos. Esta biografía no aporta ninguna novedad, o apenas nada que no nos hubiera contado ya el libro de Graham Robb (Tusquets, 2001), pero es un ensayo ameno, entusiasta y bien escrito, que compendia las razones por las que el enfant terrible por excelencia es, todavía hoy, un poeta imprescindible, además de repasar, con cierto desparpajo, los momentos estelares de la vida del poeta. Ya habíamos leído el trabajo de Edmund White sobre Proust (Mondadori, 2001), igualmente breve y divulgativo, que comparte con este nuevo esbozo biográfico la insistencia en el componente homoerótico -inevitable, por otra parte- y la capacidad para resumir en pocas páginas una propuesta estética compleja. En definitiva, el libro de White -aparecido al mismo tiempo que su novela Hotel de Dream, protagonizada por el malogrado narrador y periodista Stephen Crane, en la nueva colección de Lumen que los editores han titulado, como la letra, Futura- no resuelve ni podría resolver el enigma Rimbaud, pero se ofrece como una valiosa introducción para que los lectores inquietos profundicen por su cuenta, sabiendo, claro, que los misterios que merecen la pena nunca tienen solución.

Edmund White. Trad. Nicole d'Amonville. Lumen. Barcelona, 2010. 206 páginas. 19,90 euros.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios