adelanto editorial

El exilio

Serenidad sí, pero no frialdad. Voy a tratar de explicarle a usted un poco los factores que me han ayudado a mantener la ecuanimidad y, en fin, el equilibrio moral y mental. En primer término, mis ideas respecto de la sociedad y de la política han sido siempre ideas moderadas, liberales, con un temple realmente conservador, es verdad; ese, siempre; a tal extremo que, cuando he coleccionado mis escritos políticos para publicarlos primero en México, luego en Puerto Rico, y ahora aquí, me encontré con que todo, absolutamente todo lo que yo había escrito, aun en fechas ya remotas, lo puedo suscribir hoy. Y como no tengo la impresión de que esté fosilizado mentalmente, ello quiere decir que mi pensamiento no ha incurrido nunca en exaltaciones ni extremos. ¿Cuánta gente de mi generación podría decir lo mismo?

No arrepentirse de lo que uno ha escrito y de las cosas a las que les ha puesto su firma debajo. Yo no tengo que quitar una línea de cuanto he publicado durante el tiempo de Primo de Rivera, después bajo la República, y luego en el exilio. Todo tiene congruencia interior y todo lo puedo seguir suscribiendo. Claro está que las apreciaciones mías se refieren a situaciones que pueden haber cambiado. Y ahí es donde viene la evolución: en el juicio respecto de las condiciones de la realidad. Pero, en cuanto a lo que la gente llama la ideología, en eso no. Por otra, mi distancia u objetividad respecto de la historia. Yo no he sido político activo nunca, porque, entre otras cosas, me repugna la política en cuanto actividad. Me repugna no en un sentido moral, entiéndalo, sino en el sentido de que no va con mi temperamento. Cuando la gente me dice: ¿y usted no ha escrito teatro? Pues tengo la capacidad, que creo haber demostrado, de lograr la autorrevelación del personaje imaginario. ¿Y por qué no ha hecho usted teatro? Pues porque me conozco, y sé que mis piezas las hubiera metido en un cajón o las hubiera publicado, si podía; pero no tengo las condiciones de carácter necesarias para meterme en el ambiente teatral y en toda esa cosa de la intriga y la presión y el forcejeo.

No tengo esas condiciones. No es tanto por orgullo como por falta de capacidad para ello. Pues es la misma razón por la cual la política me repugna: porque soy incapaz de entregarme a ese juego exterior de actividades conducentes en definitiva a pequeñas cosas. De modo que político no lo he sido, no lo soy y no lo seré nunca. No me interesa. No es lo mío. Y siendo así, tampoco estoy envenenado, como puede estarlo el que se ha metido en la refriega y ha sacado unas contusiones, unos moretones o unas cicatrices. No; mis heridas son obra de la fatalidad; así las percibo yo. En cuanto a mi visión de la historia, tampoco me he aferrado nunca al concepto corriente de España. Cuando salí del país, pensé: bueno, esto se ha terminado. Vamos a seguir viviendo. Pensaba y sentía que podía seguir viviendo fuera de España y sin España. No he tenido nostalgia. Tampoco eso es frecuente. Muchos exiliados han estado lloriqueando por España, y siguen lloriqueando por España. Luego, si vienen aquí, lo que se encuentran no es lo que ellos entienden por España, porque los países cambian. Y España ha cambiado profundamente. Han estado, pues, clamando por una ilusión vana.

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