Cultura

El extranjero en casa

  • Anagrama incorpora a sus fondos 'La literatura nazi en América', un nuevo argumento para cimentar la leyenda del gran nómada que encontró su patria en las letras

Cuando le mencionaban el término exilio, Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) rehusaba cualquier apreciación al respecto e insistía en que nunca había hecho de semejante bandera su causa particular. El tiempo, sólo siete años después de su muerte, prematura e injusta, le ha terminado dando la razón. Bolaño fue chileno en Cataluña, español en Santiago y apátrida en México, pero este nómada frágil, que se quemó los ojos a costa de leer más de la cuenta y que perdió la dentadura por pura desnutrición, tuvo su patria en la literatura. Hoy, resulta difícil decir cualquier cosa sobre el autor de 2666 porque parece que ya está todo dicho; seguramente hasta se ha dicho más de la cuenta, especialmente desde que su obra comenzó a ganar notoriedad en el mercado anglosajón, habitualmente cerrado a cal y canto a la producción castellana. Pero se hace difícil evitar el asombro cuando se constata que entrar a escribir sobre Bolaño se traduce en descifrar la leyenda y a la vez en sostenerla, en admitir que biografía y ficción son prácticamente lo mismo, (con)fundidas en este extraño pedestal que la posteridad se empeña en levantar. De hecho, el propio Bolaño dedicó su vida al mismo empeño: su escritura es siempre biográfica. Propia o ajena, es igual: escribir, decía, significa siempre ser otro. Absolutamente. Otro que no se puede saber de antemano quién es.

Por esa indisolubilidad casi religiosa, Bolaño demostró siempre un interés obsesivo por las vidas de sus escritores. Por las conexiones que unen la experiencia y la obra. Ejemplos decisivos son el Archimboldi de 2666 y los trasuntos de Los detectives salvajes. Pero quizá la aportación fundamental del escritor sea La literatura nazi en América, que publicó Seix Barral en 1996 y que ahora recupera Anagrama para su catálogo, según el mismo proceso que siguió hace un par de años la novela La pista de hielo. Jorge Herralde se adjudica así un nuevo tanto en su empeño por hacerse con el corpus completo del escritor: ya hizo lo propio con su obra poética, publicada primero en Acantilado y posteriormente reunida y ampliada también en Anagrama mediante el volumen La universidad desconocida. Con esta nueva adopción, que en su momento abrió las puertas de Bolaño a una primeriza proyección dentro del panorama literario hispano, el sello barcelonés da un paso definitivo en su ambicioso proyecto.

En La literatura nazi en América da cuenta Bolaño de las vidas de una serie de escritores imaginados, lo que no quiere decir inexistentes. Resuenan en estos episodios ecos evidentes de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob y La sinagoga de los iconoclastas, de J. Rodolfo Wilcock, aunque también de Lem e, inevitablemente, de Borges. En palabras de su autor, el libro es "una antología vagamente enciclopédica de la literatura filonazi producida en América desde 1930 a 2010, un contexto cultural que, a diferencia de Europa, no tiene conciencia de lo que es y donde se cae con frecuencia en la desmesura". Más allá de esta premisa, La literatura nazi en América constituye una galería de personajes desarraigados, extremos y acólitos de esa absoluta superación de límites humanos: señoras de la alta sociedad que buscan en el alcohol y en Sor Juana Inés de la Cruz consuelo ante la infidelidad de sus esposos, militares que dan vueltas al argumento de su próximo relato mientras torturan a sus víctimas, hijos de nazis refugiados en Venuezuela y Chile capaces de bordar sonetos conmovedores aunque mal escritos como Diálogo con Herman Goering en el Infierno, campesinos guatemaltecos amantes de la ciencia-ficción que inventan colonias espaciales con nombres de ciudades alemanas y que terminan escribiendo a sueldo en Hollywood, miembros de una hermandad aria en la que se lee con pasión a Dionisio Ridruejo y en la que caben tanto negros como agentes de Ku-Klux-Klan, poetas haitianos degradados a rapsodas de bares y otras adorables criaturas. Ante todo, La literatura nazi en América es, seguramente, el libro más divertido de Bolaño, en el que la risa que brota de la perplejidad se guarda menos reservas.  Como la vida.

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