En el corazón del bosque | Crítica

Un rincón en el mundo

  • Jean Hegland narra los entresijos de un mundo desmoronado a la vez que nos invita a reflexionar sobre todo lo que entendemos como refugio

En el relato, del marco mágico de la infancia, el bosque ha llegado a ser lo amenazante.

En el relato, del marco mágico de la infancia, el bosque ha llegado a ser lo amenazante. / Álex Cámara

Nell y Eva son hermanas y viven, claro, en el bosque. En un bosque que tiene todo lo que se puede pedir de él: es, a la vez, amenaza y refugio. Una selva que subraya su condición cuando la máxima punk del fin del mundo tal y como lo conocemos entona sus acordes.

En ese escenario, ambas chicas prosiguen con sus rutinas. Eva sigue ensayando sus ejercicios de ballet; Nell continúa preparándose para ingresar en Harvard, porque sin duda un día el mundo volverá a girar, ¿no es cierto?Aún hay víveres – "latas de tomate, remolachas, judías verdes, compota de manzanas, albaricoques, macarrones, latas de atún"–. Pero ya no hay, por ejemplo, electricidad. Ni teléfono. Ni, quizá lo peor, gasolina.

Aparecida justo al inicio del confinamiento, En el corazón del bosque (Errata Naturae) habla precisamente de vulnerabilidad y reclusión. Sus propuestas dan en la línea de flotación porque nosotros somos, justo en este momento, niños recluidos en el bosque (y quizá no perdamos esa condición durante algún tiempo). Por eso, su forma de señalar, sus advertencias, resultan tan brutalmente cercanas. Esa imagen de la que todos habíamos oído hablar, pero que no habíamos experimentado, y ahora sabemos que sí, que así es cómo funciona: una rana no nota que la temperatura del agua va subiendo si se hace progresivamente. Y así, de repente, un día aparece muerta, sofocada o hervida. Sin darse cuenta.

Al vivir en una cabaña perdida en la nada, los cortes de luz no eran una novedad para las protagonistas, por ejemplo. Al poco, lo anormal era el día que había electricidad. Con un poco más de tiempo, ni siquiera buscaban el interruptor en las habitaciones.

La narración presenta, también y por supuesto, alguna guerra lejana. Y una enfermedad, una especie de gripe, que diezma a la población. Y cantos de sirena de que las cosas tal vez sean distintas en la otra costa, en el este.

La autora, Jean Hegland, recurre a esa figura que nos resulta tan exótica de la "educación en casa" para subrayar el aislamiento endémico de sus protagonistas. Dos hermanas que parecían fuera de la realidad pero, también, suficientemente rodeadas de asepsia –suficientemente "modernas"– como para no saber vivir del bosque. El bosque, que era lo mágico en su infancia, se ha convertido en lo umbrío.

Sabemos que así es cómo funciona: la rana no nota que sube la temperatura del agua

La propuesta de Hegland –cuyo clima recuerda al de Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jacksonresulta potente y perturbadora porque pone en duda un axioma en el que estamos, además, envueltos: el refugio es el refugio y no va a pasar nada en él. El mundo se derrumba pero nada malo puede atravesar esta puerta. El mundo se derrumba pero yo hago pan. El mundo se derrumba pero aquí, entre estas paredes, aún es posible encontrar cosas evocadoras, hermosas. El mundo se derrumba pero, al menos, aún puedo brindar.

En su fe en un futuro, Nell se dedica a estudiar –a falta de todo– la enciclopedia. De concepto en concepto, recuerda historias relacionadas. Por ejemplo, el testimonio de una india nativa de la zona, superviviente de todo, contra todos. A mediados del XIX, "los hombres blancos" llegaron a su poblado y mataron a su familia. A su hermanita, un bebé que ni siquiera sabía andar, le partieron el tórax y le sacaron el corazón. Sally Bell, la india superviviente, fue andando hasta el bosque con aquel pequeño corazón en la mano y allí pudo malvivir, junto a unos cuantos. No muchos pudieron contarlo, porque no tenían recursos y los harapos de ropa se les deshacían en esos inviernos tremendos. "Esto quiere decir la enciclopedia cuando cuenta que, en 1900, había menos de 20.000 indios viviendo en California".

En el corazón del bosque encierra un rumor potente: no sólo ese que nos dice que la inteligencia es la adaptación al medio, y hasta qué punto le hemos dado la espalda. También pone, negro sobre blanco, ese aleteo que hemos ignorado durante tanto tiempo: en 50 años, habrá regiones inhabitables por el calor; sequías;subida del nivel del mar; bolsas de metano liberándose. Y sí, pandemias. De corrido, es la narración de un apocalipsis. Queramos verlo, o no, la temperatura del agua ha ido escalando.

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