Karina Sainz Borgo. Escritora

"Las buenas novelas no enmiendan la realidad. Plantean problemas, más bien"

  • La autora regresa tras el éxito de 'La hija de la española' con 'El Tercer País', historia de la amistad de dos mujeres en un territorio fronterizo.

  • Presenta el libro este martes en Sevilla.

La periodista y escritora Karina Sainz Borgo, fotografiada en una anterior visita a Sevilla.

La periodista y escritora Karina Sainz Borgo, fotografiada en una anterior visita a Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

"¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto?". La pregunta, extraída de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, sirve como cita preliminar de El Tercer País (Lumen), el libro con el que la periodista venezolana afincada en España Karina Sainz Borgo regresa tras el fenómeno de La hija de la española. La nueva novela transcurre en un espacio espectral, fronterizo, donde conviven "el bien y el mal, la leyenda y la realidad", los que aún viven y los que se fueron. En esa tierra donde la pobreza tal vez sea otra forma de parentesco, Angustias, marcada por un nombre que es un "zarpazo" y por el drama de haber perdido a sus hijos, encuentra un descanso en su calvario junto a Visitación, una "negra dicharachera, que bailaba, fumaba y bebía" y que, como la Antígona de Sófocles, posee la piedad para dar sepultura a quienes no pueden permitirse una tumba. La autora (Caracas, 1982) confirma su estatus con una obra de prosa excepcional que presenta este martes a las 19:30 en Sevilla, en la Biblioteca Infanta Elena, en un acto programado dentro del ciclo Letras Capitales del Centro Andaluz de las Letras y en el que estará acompañada por el profesor de la Universidad de Sevilla José Manuel Camacho.

–Define Mezquite como "un lugar donde no era necesario ponerse de rodillas para hacer penitencia".

–Como buen territorio fronterizo, como lugar en el límite, me proponía una serie de cosas. El paisaje es prácticamente el centro del drama, de la travesía que emprenden estas dos mujeres. Es un lugar al que llegan los que no tienen nada, ni un sitio donde ser enterrados. Y por eso Angustias Romero termina en Mezquite. Ella huye con sus hijos gemelos, que mueren en el camino y a los que guarda en una caja de zapatos, justamente para que alguien la ayude a darles sepultura. Y ahí se encuentra con Visitación Salazar, la reina de este territorio muy violento y sin ley. Ahí es donde el lector va a encontrar esa relación tan marcada con la tierra que tiene el libro.

–Ha mencionado a las dos protagonistas, dos mujeres muy distintas que frente a los hombres del libro, que encarnan los sentimientos más primarios –la violencia, el juego–, representan la lealtad.

–Ellas, dentro de ese mundo anómalo y tan bestial, encarnan la capacidad de sentir compasión, de demostrar piedad al prójimo. Es uno de los elementos que más las caracteriza, aparte de estas dos personalidades tan diferentes que tienen. Angustias es muy estricta, muy espartana, muy discreta, y Visitación es lo contrario: es la gula y la lujuria. Es como el contraste entre Eros y Tánatos, la pareja que forman...

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

–En este sentido, es hermosa esa idea que defiende Visitación, que se adscribiría a la estela de Eros: lo más importante de enterrar muertos, dice ella, es estar viva...

–Eso es lo que me gusta de esa mujer, que tiene una conciencia de la vida muy acusada, muy lúcida. Es lo que le permite encarar un mundo tan áspero y tan difícil. Se lo comenta a Angustias, que parece haber olvidado que no ha muerto, que ni come, ni duerme ni bebe, que no disfruta.

–Cuenta la peripecia de las protagonistas con una prosa bellísima. El estilo, para usted, ¿es como un personaje más?

–Gracias por eso que dice. Si hay algo que tengo claro es que lo que escribo debe poseer una naturaleza literaria. Yo hablo de la realidad, sí, de estas mujeres que se enfrentan a un entorno hostil, que desafían leyes absurdas que deciden caciques o delincuentes, que se empeñan en darles una sepultura digna a quienes no la tienen. Y esa historia me remitía a Antígona, que es como una de las grandes figuras del libro, resucitada y llevada a la frontera.

–La novela, de hecho, se abre con una cita de la obra de Sófocles, y otra de Pedro Páramo, de Rulfo, un autor cuyo aliento –como quizás también el de Faulkner– parece respirar en estas páginas.

–No lo oculto, sí. Rulfo es un autor canónico dentro del siglo XX latinoamericano, porque logra domeñar esa naturaleza de Faulkner que usted ha citado, ese paisaje ficticio, esa creación total, pero al mismo tiempo hace una novela como Pedro Páramo, donde lo sobrenatural, el elemento mágico, oscuro, irreal, llega a convertirse en el centro de todo. En el libro no sabes bien quién habla, si está vivo o está muerto, y ese regreso del hijo al pueblo para ajustar cuentas... A mí esa obra me condicionó, marcó mi manera de desarrollar el territorio, de diseñar la estructura, plantear quiénes cuentan y cómo cuentan. Y me apetecía plantearlo como un homenaje a Rulfo desde el sentido común, sin desvariar. Y Antígona es un texto que siempre me ha provocado preguntas y paradojas, que es lo que yo le pido a la literatura.

"Rulfo y su ‘Pedro Páramo’ me marcaron. Quería hacer un homenaje, sin desvaríos, desde el sentido común"

–Hay una escena en que Angustias canta, y su voz, se dice en la narración, es "el único árbol que daba sombra". ¿Le interesa la literatura como un medio para dar voz a los desposeídos?

–Entiendo lo que comenta, y es una idea muy tentadora, pero... Eso suena muy voluntarioso, muy bienintencionado, y yo creo que la literatura es aquello que te mete en problemas, que te plantea desafíos, que te pone ante un espejo en el que no siempre te quieres mirar, donde tampoco quieres que te incluyan. Es bonito eso de dar voz a los que no la tienen, pero para mí las novelas no poseen un propósito, no corrigen la realidad, no reparan un daño, no enmiendan... La buena literatura, más bien, plantea problemas.

–El New York Times la comparó en su debut con Borges y con Coetzee. Tanto halago que despertó La hija de la española, ¿no la paralizó? ¿Sintió presión en el regreso?

–Eso me comentaban, que iba a ser un proceso complicado la escritura de la segunda novela. Pero voy a ser honesta: yo entré de manera muy natural al proyecto. Lo fui redactando mientras promocionaba la primera, lo cual me obligaba a moverme y a cambiar constantemente el punto de vista. Eso, de alguna manera, hizo posible que abordara una novela literariamente más ambiciosa y humanamente más compleja. Y ese proceso, como decía, surgió de manera natural. No fue violento, no fue impostado ni forzado.

–En su novela hay una peste como la que hemos vivido, pero con otros síntomas: afecta a la memoria.

–Y es uno de los males más contagiosos, el olvido. Pensé mucho mientras escribía El Tercer País en lo triste que es que una persona ni siquiera tenga derecho a una sepultura, que termine así olvidada y desdibujada. Es como si esa vida no hubiese existido, lo que me resultaba muy conmovedor.

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