Cultura

La muerte no es una ficción

  • En uno de los debuts más llamativos de la temporada, Gabriela Ybarra narra en 'El comensal' una historia familiar real, la suya, marcada fatalmente por el asesinato de su abuelo a manos de ETA.

el comensal. Gabriela Ybarra. Caballo de Troya. Barcelona, 2015. 176 páginas. 16 euros.

El comensal siempre ha estado sentado a la mesa de los Ybarra. Su cubierto completo y su silla vacía tenían su hueco reservado en la mesa de esta familia vasca de Neguri, el barrio de la aristocracia económica de Getxo, Bilbao. "Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí. Tiene plato, vaso y cubiertos. De vez en cuando aparece, proyecta su sombra sobre la mesa y borra a alguno de los presentes. El primero en desaparecer fue mi abuelo paterno".

La autora, Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983), que debuta con esta novela, es la nieta de Javier Ybarra, que fue representante intelectual de la aristocracia mencionada arriba, y asesinado por ETA en 1977, tras un secuestro tortuoso. Su abuelo se había dedicado a la política (fue alcalde de Bilbao y presidente de la Diputación de Vizcaya), fundó El Correo y El Diario Vasco y ejerció de continuador de toda una "obra" iniciada por su progenitor décadas antes.

Gabriela no había nacido cuando a Javier Ybarra lo sacan de su casa unos etarras la mañana del 20 de mayo de 1977, pero su asesinato es un hecho que, sin ninguna duda, marca la vida de una niña cuyo padre ha perdido de esa forma al suyo; cuyo padre ha de llevar escolta; cuyos padres son conscientes de que un comando de la banda terrorista los tiene en su punto de mira. La extorsión los obliga a trasladarse a Madrid en 1995 y esta mudanza acrecienta el silencio que sobre el tema se proyectaba en la familia. Su padre y su madre quieren vivir al margen de eso (todo lo que envuelve la violencia etarra), ocultar el miedo o el dolor -o ambos- a la niña que crece apaciblemente en un ambiente y en una época en que muchas otras familias afirmaban vivir tranquilas, de espaldas al conflicto, como sin notarlo; probablemente, en su afán de ocultar la misma inquietud de los Ybarra.

Pero ocultar el dolor, todo aquello que nos preocupa, tal vez sólo consiga aletargarlo, y que en algún momento decida salir motu proprio. En el caso de la autora el detonante fue la muerte de su madre, que fallece de cáncer seis meses después de su diagnóstico. Decide hablar de esta muerte, del padecimiento del cáncer, de la convivencia diaria con la enferma y sus cuidados. Y es entonces cuando surge la necesidad de indagar en el asesinato del abuelo. Y aborda ambas desapariciones desde un lugar paradójicamente alejado del yo. Habla de la muerte para asumirla, para no esconderla, la saca a la luz para vencer los miedos. Pero aunque la voz de la narradora es la voz de la Gabriela real, aunque en las primeras páginas de la novela advierta que hay pasajes tamizados por la imaginación, o completados cuando los datos que poseía eran inconclusos, y aunque El comensal sea una novela autobiográfica y en sus páginas autora, narradora y protagonista sean una, es llamativa la distancia desde la que Ybarra afronta la narración.

La novela narra primero el asesinato de su abuelo y luego la muerte de su madre. En una especie de tercera parte inicia una síntesis, una fusión de los dos acontecimientos y sus consecuencias, que transmite la sensación de estar comunicándose en directo, retransmitiéndose ("Anoche soñé que viajaba en el asiento trasero de un taxi...", "He encontrado en Facebook a Kepa, un amigo del colegio...", "Mi padre ha estado varios días llamándome por teléfono..."), marcando así muy claramente los tiempos: el pasado lejano (que no vivió pero forma parte de ella), el pasado reciente (inicia la novela un año después del fallecimiento materno, ocurrido en 2011) y el presente (el tiempo de la escritura).

Gabriela Ybarra es escueta en los detalles, no se sitúa como el centro de la narración ni se postula como víctima. No busca tu compasión, no está buscando que nadie le pida perdón: está escribiendo su duelo en forma de diario heterodoxo (intercala noticias del asesinato de su abuelo, artículos de prensa, espacios emitidos por la radio, alguna foto, fragmentos de correos electrónicos). E igual que ella misma encuentra paralelismos con su padre en el afrontamiento de sendas pérdidas, también en esta forma de escribir hay algo de semejanza: su padre comenzó a anotar lo importante de la enfermedad de su mujer desde el primer instante en que les anuncian que tiene cáncer. Gabriela apunta (casi asépticamente) sensaciones o un sueño relevante, cosas que hizo los días circundantes a la muerte, particularidades del entierro. Es neutral, entre otras cosas, porque no ahonda en su pérdida desde ella y no sólo porque la relacione con la de su abuelo, sino porque Gabriela mira a otros enfermos, a las reacciones de sus hermanas, a los que mataron a Javier Ybarra (los busca en internet, les pone cara), o busca el sitio donde lo tuvieron secuestrado (en el Alto de Barazar) y viaja hasta allí sola. Ni siquiera visita el sitio con el hijo del que allí padeció: va sola, con el coche prestado de unos amigos...

Sólo después de tener lista su novela, empieza a hablar con su padre del tema. Hasta ese momento, escribe sin querer verse influida. Y digo todo esto porque en El comensal es muy importante el estilo: a pesar de la magnitud de los temas que la conforman, es el estilo de esta novelista debutante lo que hace que la novela sea tan potente. Me gusta su toma de postura, su enunciación sencilla (traslada la sensación de ser ella misma así, sencilla, en las formas, en su levedad) y la franqueza. En El comensal no hay una confesión ni un desahogo, hay una habilidad y un talento relevantes para contar dos historias; dos historias distantes pero unidas por lo significativo.

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