Ninguno de nosotros volverá | Crítica

De entre los muertos

  • Asteroide publica las dos primeras partes de la trilogía que Charlotte Delbo, detenida por su participación en la Resistencia, dedicó a recrear sus recuerdos de Auschwitz y Ravensbrück

Charlotte Delbo (Vigneux-sur-Seine, Isla de Francia,1913-París, 1985).

Charlotte Delbo (Vigneux-sur-Seine, Isla de Francia,1913-París, 1985).

Tenía algo menos de treinta años cuando fue detenida por la policía francesa, al servicio del ejército ocupante, y encarcelada en el famoso penal de La Santé, desde donde fue deportada en enero de 1943 al complejo de Auschwitz-Birkenau. Comunista encuadrada en las filas de la Resistencia, Charlotte Delbo se había despedido de su marido, el también résistant Georges Dudach, horas antes de que lo fusilaran en la cárcel, pero no podía ni imaginar entonces lo que le esperaba a ella misma. Aunque escrita poco después de la liberación, la primera parte de su memoria –Ninguno de nosotros volverá (1965)– no fue publicada hasta veinte años después, seguida de Un conocimiento inútil (1970) y de una tercera entrega –La medida de nuestros días (1971)– que no se recoge en la nueva edición de Asteroide. En el conjunto de las obras autobiográficas que recrearon los horrores del universo concentracionario bajo la dominación nazi, la aportación de Delbo destaca por lo elaborado de su testimonio y por la calidad de su escritura, que la distingue de otras narraciones cuyo valor es más documental que literario.

Ficha policial de la autora. Ficha policial de la autora.

Ficha policial de la autora.

El relato de Delbo destaca por lo elaborado de su testimonio y por la calidad de su escritura

La autora evoca tristísimas imágenes que conocemos por muchos otros relatos, pero lo hace de un modo especialmente memorable. Los muertos congelados, desnudos en la nieve como siniestros maniquíes. Las interminables horas del recuento a la intemperie. El frío que sacude las sienes e insensibiliza los miembros. La sed, las bocas sin saliva, la idea fija de beber a cualquier hora. Las marchas extenuantes a través de la llanura cubierta de ciénagas. El trabajo de carga en el viscoso lodazal. Los SS que azuzan a los perros contra esqueletos moribundos. Los camiones que transportan cadáveres y a mujeres todavía vivas, camino del crematorio. La arbitraria o sádica brutalidad de las kapos. Los continuos golpes con varas, porras, cinturones o correajes. Los gritos, los gemidos, los sollozos de las agonizantes. Las pilas de cuerpos inertes en el barracón moridero, habitado por enormes ratas. La orquesta que ejecuta intolerables valses en un escenario de pesadilla. El doliente recuerdo de la primavera en libertad, en uno de los capítulos más sobrecogedores del libro. Y los nombres de las desdichadas que no vivieron para contarlo: Yvonne, Alice, Hélène, Berthe, Mounette, Aurore, Yvette, Anne-Marie, Viva, Carmen, Lulu, Suzanne, Rosette, Lily, Marcelle... "Ninguno de nosotros –dice Delbo en la frase que cierra la primera parte, precedida por la que aparece en el título– debería haber vuelto".

Presas esclavas de Auschwitz. Presas esclavas de Auschwitz.

Presas esclavas de Auschwitz.

Estructurados en estampas que no siguen un curso lineal, los libros alternan el verso y la prosa

Estructurados en estampas que no siguen un curso lineal, los libros de Delbo, en los que se insertan pasajes retrospectivos como el recuerdo de la estancia en prisión o alusiones al presente desde el que escribe en un café, alternan el verso y la prosa, que a veces toma una forma descriptiva y objetivista y otras se demora en verdaderos microrrelatos. En la segunda parte, la autora se beneficia de un traslado que le ha permitido escapar de las tareas más brutales, pues aun siendo lamentables las condiciones de los presos políticos no eran tan extremas como las de los judíos, a quienes ha visto pasar en patéticas columnas. De ello dan fe escenas como la representación de El enfermo imaginario de Molière, una disparatada e incongruente cena de Nochebuena o el transporte a Ravensbrück. Curiosamente, será otra obra del mismo dramaturgo, El misántropo, adquirida a una gitanilla a cambio de su ración de pan, la que le sirva para ejercitar la memoria –verdadera obsesión, por una parte tormento añadido, por otra remedio para no enloquecer del todo– durante la última etapa del encierro, ya en el campo alemán donde las francesas supervivientes del contingente original –apenas medio centenar de las 230 mujeres que lo habían integrado– se dedican a coser uniformes.

La voz de la autora trasciende el dolor personal para expresar el de millones de condenados

Predomina una profesión de solidaridad que se aprecia en la estrecha relación entre las amigas o en la mirada compasiva, llena de piedad y ternura, hacia los compañeros de infortunio. Los hombres, titula escuetamente Dalbo, consciente de que ellas, sus cuerpos, su prohibida sociabilidad, su pudor ausente, pertenecen a otro mundo, aunque de hecho unas y otros, todos los "espectros retornados", compartirían los mismos sentimientos. "He vuelto de entre los muertos / y he creído / que eso me daba derecho / a hablar con los demás / y cuando me vi frente a ellos / no tuve nada que decirles...", leemos en uno de los poemas finales. En el último, muy expresivamente titulado Plegaria a los vivos para perdonarles que están vivos, escribe Dalbo: "Vuelvo / de más allá del conocimiento / ahora hay que desaprender / entiendo que de otro modo / no podría seguir viviendo". Lo hizo y su voz logró trascender el dolor personal para expresar el de los millones de condenados que padecieron la terrible experiencia de los campos, gentes de toda condición y procedencia que nos siguen interpelando desde aquellos lugares malditos en los que "el sufrimiento no tiene límites / ni el dolor fronteras".

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