Muere Javier Marías

El niño que soñaba con ser Di Stéfano

  • Tiene mérito ser un escritor tan bueno y encima estar al tanto de la historia del fútbol. Marías era un caso excepcional.

Javier Marías.

Javier Marías. / Manuel H. de León / Efe

Ayer al mediodía le mandé un mensaje a mi amigo Félix Calle preguntándole cómo había quedado el Calvo Sotelo, el equipo de mi pueblo. En su respuesta venían dos malas noticias: habíamos perdido contra el Villacañas, equipo de un pueblo de Toledo que antes de la burbuja inmobiliaria se había llenado de millonarios exportando puertas a medio mundo, y se había muerto Javier Marías. El rey de Redonda, una nefasta semana para las monarquías.

Podría montar un tenderete en el Jueves con todos sus libros. No imaginaba que el título de un artículo que hace casi 25 años publiqué cuando a su padre, el filósofo Julián Marías, le concedieron el premio Príncipe de Asturias, iba a resultar tan premonitorio. Lo publiqué en Diario 16 con el título Con flores a Marías. Flores ahora de muerte para un escritor que ha llenado de vida mis mañanas, mis tardes y mis noches, mis viajes en tren y mis esperas.

Ayer era blanca la negra espalda del tiempo. Así terminaba una columna en El País el 21 de mayo de 1998. La escribía la víspera de que el Madrid ganara en Amsterdam la séptima Copa de Europa, después de 32 años de sequía. Cuando ganamos la sexta en 1966, y utilizo el plural porque Javier Marías y yo compartíamos el mismo credo balompédico, el escritor tenía quince años. Los que tiene mi hijo Paco, a quien en cuanto termine de escribir estas líneas le enseñaré la portada de su libro Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol (Aguilar). En portada, cinco cromos: Di Stéfano, Gento, Puskas, Didí y Canario. Una fotografía de Javier Marías niño y Di Stéfano con un número 9 dibujado por él mismo.

Javier Marías era muy futbolero. Lo cual tiene un mérito increíble. A los escritores que escriben muy bien pero detestan el fútbol (Marías empieza hablando de Guillermo Cabrera Infante) no les puedo reconocer mucho mérito porque no pierden tiempo en una querencia que te lo roba con avaricia. Lo que tiene mérito es ser un escritor tan rematadamente bueno (sé que hay división de opiniones a este respecto) y encima estar al tanto de la historia del fútbol. Como Nabokov, como Camus, como García Hortelano.

“Carezco de espíritu investigador y de espíritu periodístico… nunca me precipitaría a las hemerotecas y bibliotecas ni a ese internet que no tengo porque sigo escribiendo a máquina y corrigiendo a mano”. Lo escribía Marías al final de Negra espalda del tiempo. Yo sí me he precipitado a mi estantería en busca de sus libros. Una adicción que surgió de forma casual. Román Orozco, delegado de El País en Andalucía, me encargó hace un cuarto de siglo que viajara a Madrid para hacer un reportaje sobre el AVE-móvil, la gente que empezaba a viajar hablando por el celular. En la librería de Santa Justa compré un ejemplar de Mañana en la batalla piensa en mí. Me atrapó en la primera línea y cuando llegué a Atocha no había prestado ni un segundo a la encomienda de mi jefe.

Ahijado de Juan Benet, en términos culturales era de formación británica, pero en Alemania lo adoran. Su prematura muerte me ha chafado la profecía: el año que se casaron mis padres le dieron el Nobel de Literatura a Juan Ramón Jiménez; el año que me casé con Sevilla, a Vicente Aleixandre; el año que me casé con María José, a Camilo José Cela. Cuando el 4 de junio se casó mi hija Carmen aventuré que este año se lo daban a Marías. Al menos su equipo ganó la Copa de Europa.

Leí con fruición la trilogía de Tu rostro mañana, le recomendé un día en la playa de Vila-Real de Santo Antonio a Kiko Veneno Los enamoramientos. Marías cumplía años el mismo día que mi madre; en uno de mis viajes a verla cuando se recuperaba de un ictus leí Así empieza lo malo, donde descubrí que el guionista de El Santo, Leslie Charteris, había traducido al inglés el Belmonte de Chaves Nogales. Me tomaré una tapa de bravas con Tomás Nevinson a su salud.

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