Sangre, poesía y pasión | Crítica

La novela del Real

  • Alianza publica el original acercamiento del periodista Rubén Amón al bicentenario del Teatro Real de Madrid

Interior del Teatro Real desde el escenario

Interior del Teatro Real desde el escenario / Javier del Real

El 19 de noviembre de 1850, coincidiendo con la onomástica de la reina Isabel II, La favorita de Donizetti sirvió para la inauguración en Madrid de un nuevo teatro de ópera, el Teatro Real. El proyecto había sido puesto en marcha por Fernando VII en 1818 (lo que justifica, un poco por los pelos, las actuales celebraciones por el bicentenario, que ¡empezaron en 2016!) y se enmarcaba dentro de la iniciativa de renovación urbanística de toda la Plaza de Oriente. El edificio, que se levantaría en el espacio que ocupaba el antiguo Teatro de los Caños del Peral, demolido para la ocasión, fue diseñado en forma hexagonal por el Arquitecto Mayor de la Villa de Madrid, Antonio López Aguado, quien apenas pudo ver el inicio de las obras, retrasadas hasta 1830, pues murió en 1831.

Aunque nacido como iniciativa pública, el déficit generado en la primera temporada de vida del teatro aconsejó rápidamente su gestión mediante el régimen de concesión empresarial, y así, con épocas mejores y peores, se mantuvo el Real hasta que en 1925 fue cerrado por el riesgo de derrumbe. Por el estado de ruina pasaron años, gobiernos y regímenes. A principios de la década de 1960 se habló incluso de su demolición, llegando a proyectarse un nuevo teatro de ópera para Madrid que se erigiría en el Paseo de la Castellana, pero finalmente el Real fue restaurado y usado como sala de conciertos entre 1966 y 1988. Se decidió entonces volverlo a su función original. Las complejas obras de remodelación no se iniciaron hasta 1991 y la reapertura se retrasó hasta el 11 de octubre de 1997 con un programa doble dedicado a Falla (el ballet El sombrero de tres picos y la ópera La vida breve). Han pasado veinte temporadas por la segunda vida lírica del Real y el centro funciona ahora gestionado como una fundación que ha logrado reducir el capítulo de subvenciones públicas por debajo del 30% de su presupuesto, algo inalcanzable aún para el resto de grandes teatros españoles (Liceo, Les Arts, Maestranza, entre los más importantes).

200 años del Teatro Real

Sangre, poesía y pasión - Rubén Amón Sangre, poesía y pasión - Rubén Amón

Sangre, poesía y pasión - Rubén Amón

Hasta aquí, un resumen rápido de la historia del Real. Si quieren algo más excitante, métanse en las páginas de este libro que ha escrito Rubén Amón con la pasión del comulgante y el oficio del narrador. Pero no esperen una historia al uso. No encontrarán aquí un recorrido lineal por los hechos que han ido configurando los 200 años de historia del teatro. Esos hechos son casi excusas para un recorrido, algo caótico y desmañado, por los dos últimos siglos de ópera. Amón escoge a un personaje (o varios) para anclar cada uno de los ocho capítulos en los que divide el libro, pero después se mueve en su torno con absoluta libertad, saltando por las décadas con la soltura del desprejuicio, arrimándose, en pasos a veces cadenciosos y otras abruptos, a los nombres y los acontecimientos que le resultan más significativos y estimulantes. En el primer capítulo, el protagonista es el propio teatro y su capacidad de resistencia a las dificultades. Por eso el título de La fuerza del destino (por eso, y por la relevancia de la presentación del título verdiano en el coliseo madrileño, con presencia del compositor). Siguen Verdi (capítulo 2), Meyerbeeer y Adelina Patti (3), Wagner (4), Julián Gayarre (5), Frühbeck de Burgos junto a otros célebres de la batuta (Karajan, Bernstein), algunos cantantes frustrados por llegar tarde a la nueva etapa lírica del teatro (Caballé, Kraus, Berganza) y el promotor (algo más que eso) Alfonso Aijón (6), Plácido Domingo (7) y Gérard Mortier (8).

Un estilo suelto, grandes dotes de adjetivación, digresiones y divagaciones frecuentes

El orden es cronológico, sí, pero sólo en apariencia. Hay datos, claro, pero tan desordenados que la falta de un índice onomástico resulta algo más que clamorosa. En cada caso, los hilos que vinculan a estos personajes con el Real están ahí, pero se desdibujan. Amón sigue trayectorias, cuenta anécdotas, revela duelos artísticos (y personales), hace descripciones y valoraciones, se posiciona (por ejemplo, muy a favor de los actuales gestores del centro), todo ello con un estilo suelto, grandes dotes de adjetivación, digresiones y divagaciones frecuentes y más de una repetición que no parece premeditada, sino fruto del descuido o la falta de tiempo para la revisión.

Pero es que no es esta la obra de un historiador, ni siquiera la de un periodista, sino la de un novelista juguetón y audaz. Pasen y lean.

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