Cultura

El problema del otro

  • 'EL ÚLTIMO DE LA ESTIRPE'. Fleur Jaeggy. Trad. Beatriz de Moura. Tusquets. Barcelona, 2016. 192 páginas. 17 euros.

En una reseña anterior, relacionábamos la escritura de Jaeggy con la obra de los hermanos Klossowski y con aquella suerte de malignidad infantil que domina en la pintura de Balthus. Entonces citábamos a Derrida para explicar la duplicidad anímica que se evidencia en Jaeggy, y que no se halla en el surrealismo sino como síntoma de enajenación o de locura, y en cualquier caso, como flujo onírico. Hay, sin embargo, una figura prerromántica que puede explicar, siquiera superficialmente, esa basculación de los personajes de Jaeggy, que tienden a confundirse y a colonizarse mutuamente, sin que sepamos bien quién nos habla. Dicha figura es la figura del doble, el mito del doppelgänger, que encontramos ya en el XVIII de Jean Paul y de Hoffmann, pero que Borges utilizará con suma inteligencia, y con la fatigada ironía que acostumbraba, en su relato El doble.

Como digo, el surrealismo no incurre en esta duplicación sino como una vía mediata a la ínsula perdida del inconsciente, y que es posible identificar en el análisis que hace Freud de la Gradiva de Jensen. Se trataría, por tanto, de un yo ampliado, poroso, inextricable, pero individuo al cabo, y no de un desdoblamiento, a la manera de Pessoa, que sí cabe señalar en el doppelgänger. Aun así, el doble es un doble de nosotros mismos, y una visión externa de nuestra propia individualidad, vulnerada por esta aparición fantasmagórica. De ahí el terror visceral que suscita dicha figura. Sin embargo, en los relatos de Jaeggy hay una ulceración del yo -del yo infantil, más permeable y difuso-, que parece trasmigrar de un individuo a otro. De ello se deriva una conciencia del mal que, en cierto modo, emana de esta fragilidad de los personajes, cuyas acciones, cuya responsabilidad moral, se enturbian y confunden. La duplicidad en Jaeggy es una duplicidad multípara, un yo proliferante, y no el fruto de una escisión gemela, en el sentido en que la entienden Gautier y Hoffmann. De modo que cuando el narrador nos hable, no sabremos con precisión quién ha hecho qué. Y tampoco sabremos por qué lo hicieron, fantasmas que se persiguen y se acucian.

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