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Proust, Premio Goncourt | Crítica

Bomba Proust

  • Coincidiendo con el centenario del Goncourt a la segunda parte de 'En busca del tiempo perdido', Thierry Laget analiza la controversia suscitada por un reconocimiento inesperado

Marcel Proust (París, 1871-1922) recibió el Goncourt en plena madurez narrativa.

Marcel Proust (París, 1871-1922) recibió el Goncourt en plena madurez narrativa.

En sólo unas semanas se cumplirán cien años de la concesión del Premio Goncourt a la segunda entrega de la Recherche de Marcel Proust, A la sombra de las muchachas en flor, un dato que puede parecer meramente curioso o anecdótico pero tiene su importancia en la historia de la literatura y de la recepción del modernismo. Publicado por Ediciones del Subsuelo el mismo año de su aparición en el país vecino, este libro del narrador, ensayista y crítico Thierry Laget ofrece un documentado y amenísimo recuento de la acogida dispensada al inesperado galardón por parte de la traumatizada sociedad francesa de la inmediata posguerra, en la que el reconocimiento del exquisito Proust cayó –suena frívolo decirlo, tras los millones de obuses que habían dejado millones de muertos y mutilados, pero precisamente fue esa la percepción que tuvieron los contemporáneos– como una verdadera bomba.

Portada de 'Le Journal' del 11 de diciembre de 1919, con Proust en primera plana. Portada de 'Le Journal' del 11 de diciembre de 1919, con Proust en primera plana.

Portada de 'Le Journal' del 11 de diciembre de 1919, con Proust en primera plana.

Parecía obsceno y quizá lo fuese, pero la alambicada novela de Proust sigue marcando una de las cimas del siglo

Con agilidad y excelente pulso narrativo, Laget empieza por contar la historia del premio instituido por los hermanos Goncourt frente al de la Academia Francesa, que desdeñaba a los narradores –y por lo general a los autores no consagrados– en favor de los poetas. Pero el maduro Proust, que moriría sólo tres años después, no respondía para nada al tipo de la joven promesa. La agria polémica suscitada por la concesión alcanzó tonos extraordinariamente virulentos, pero acabaría encumbrando a Proust –y de paso a la Academia Goncourt y a la editorial Gallimard– al olimpo de los inmortales. Parecía obsceno que tras la formidable matanza de la Gran Guerra los jurados apostaran –la otra novela finalista era obra de un excombatiente que relataba el horror de las trincheras, reconocida sólo unos días después con el recién fundado Premio Femina– por una incursión retrospectiva en las delicias de la belle époque. Parecía obsceno y quizá lo fuese, pero de hecho el libro de Roland Dorgelès, que así se llamaba el otro finalista, es hoy uno más entre los cientos de recreaciones testimoniales nacidas de aquella espantosa carnicería, en tanto que la alambicada novela de Proust –aunque ciertamente fruto de algo que podríamos llamar "onanismo sentimental", como le reprochaban sus escandalizados enemigos– sigue marcando una de las cimas del siglo.

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