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Emily Dickinson compra en Carrefour

  • Rodrigo Muñoz Avia publica 'La tienda de la felicidad', una novela "optimista y luminosa" sobre un hombre que se relaciona con el mundo, únicamente, a través de los correos electrónicos

El escritor Rodrigo Muñoz Avia, en una fotografía promocional de ‘La tienda de la felicidad’.

El escritor Rodrigo Muñoz Avia, en una fotografía promocional de ‘La tienda de la felicidad’. / Julia Muñoz Merino

Rodrigo Muñoz Avia (Madrid, 1967) evita en la medida de lo posible, antes de adentrarse en las páginas de un libro, toparse con alguna sinopsis que condicione su experiencia como lector. "Si es posible no miro la contraportada. Y si es un autor del que me fío, o una obra que por lo que sea intuyo que me puede gustar, prefiero no informarme demasiado", asegura. Por esa razón le envió a su editora el borrador de La tienda de la felicidad sin anticiparle, por ejemplo, que en ella ahondaba en el humor que ya derrochaba en textos como Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos, o que la ficción podía catalogarse como novela epistolar, aunque en vez de cartas se sucedían los correos electrónicos. La sorpresa de la editora debió de ser mayúscula cuando en el comienzo se encontró con un mensaje de Carrefour Online que informaba de que no podría suministrarle al protagonista productos como pechuga de pollo fileteada o colorante alimentario.

La tienda de la felicidad, que publica Alfaguara, es la historia de Carmelo Durán, un hombre solitario pero menos huraño de lo que él cree que se comunica con el mundo a través de emails. Un antihéroe excéntrico y adorable al que Silvia Nanclares define con acierto como "un Ignatius J. Reilly de Chamberí" y cuya peripecia se le ocurrió a Muñoz Avia por su experiencia con un supermercado que, por alguna razón, olvidaba una y otra vez llevarle, cuando hacía el pedido, un paquete de Gambas Peladas Delfín Ultracongeladas. "Mi perplejidad es tal", escribirá su protagonista al comercio, "que sólo puedo sospechar que una o varias de las personas encargadas de la cadena de distribución son adictas a las GPDU, que, imagino yo, chupetean en el interior de sus bocas a la manera de refrescantes y sabrosos caramelos. Cada vez que veo un camión de reparto de Carrefour Online le juro que imagino mi bolsa de GPDU junto a la palanca de cambios del conductor".

"El origen de la novela viene de ahí", señala Muñoz Avia, "de las gambas que no me traían. Empecé a mandarles correos un poco gamberros, con humor, y supongo que alucinarían con ellos, pero a mí se me ocurrió la idea de una novela estructurada con esos mensajes. Al fin y al cabo, uno trata de contar una buena historia que refleje el mundo en que vivimos, la realidad del entorno. Y a mucha gente le pasa como a mí, que trabajo en casa y me relaciono con todo el mundo a través del ordenador", defiende el madrileño.

Las líneas que se intercambia Carmelo Durán con sus familiares, con unos vecinos que recelan de sus extravagancias o con Mari Carmen, encargada de la atención al cliente en Carrefour, van alumbrando las contradicciones de "un tipo que se aísla, que dice cosas como que los conceptos de libertad y soledad se parecen mucho, pero que a la vez tiene una gran necesidad de comunicación, no hace otra cosa en la novela que mandar señales hacia el exterior", resume el autor, para quien ese carácter "gruñón y provocador" de su protagonista es "un mecanismo de defensa".

"El 'spam' no es un género literario, pero se acerca a la poesía del absurdo", dice el autor

Aunque Muñoz Avia optó por un título irónico –la felicidad, por mucho que nos empeñemos, no puede comprarse–, su novela devuelve a los lectores la confianza en el ser humano. "Sí, creo que me ha quedado un libro luminoso, optimista", admite el narrador. "Carmelo puede ser un poco insoportable en el trato con los demás, pero le acabas cogiendo cariño. Y algo que me ha sorprendido es que mucha gente se reconoce en él. Me alucina que el mundo esté lleno de Carmelos", celebra entre risas. "Aunque no me extraña: todos estamos hartos de que abusen de nosotros los servicios de atención al cliente, de que nos sea imposible comunicarnos con la compañía telefónica, de esta espiral de andar todo el día con el teléfono y los whatsapps", añade Muñoz Avia, feliz de que en un contexto en el que "se estigmatiza al que es asocial, al que no forma parte de este sistema hiperestimulado, hiperactivo", se valore a "un eremita que decide quedarse en su casa. Está en su derecho".

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

A la deliciosa lectura que proporciona La tienda de la felicidad contribuye no sólo ese personaje memorable: también los correos no deseados que le llegan, verdaderos disparates que Muñoz Avia suma a la conversación. Sí, esos mensajes que procuran métodos fáciles para ganar dinero, advierten de que la Coca-Cola mata o Cristo te ama y de que a las mujeres "les importa el tamaño del pene" dan color a la rutina de Carmelo. "Hay a quien le ha chocado esa decisión de incorporar estos textos, y admito que yo mismo tuve mis dudas. Me daba miedo que ese ruido que es el spam lo tiñera todo. Pero vi que funcionaba. ¡Algunos de esos mensajes son tan delirantes! Con sus traducciones automáticas, la imaginación tan loca que tienen... Es exagerado reivindicarlos como un género literario en sí mismo, pero no andan lejos de la poesía del absurdo. Y creo que potencian la soledad del personaje: hay días en que sólo recibe spam, que no hay señales de nadie, y como son textos tan cutres, tan sórdidos a veces, esa posibilidad resulta muy desasosegante".

El autor, que publicó hace un par de años un libro dedicado a sus progenitores, los artistas Lucio Muñoz y Amalia Avia, La casa de los pintores, se vio sorprendido por la pandemia cuando ponía fin a La tienda de la fecilidad. "Estalló todo y tuvimos que confinarnos, y yo me sentí muy inseguro. Hablar de un personaje que se aísla por voluntad propia era demasiado light para lo que nos estaba ocurriendo. Pronto entendí que la novela hablaba de unas circunstancias que existían antes de todo esto, que llevamos mucho tiempo parapetándonos detrás de las pantallas, teniendo una comunicación con los otros un tanto ficticia. En muchos sentidos, creo que estamos más solos que nunca".

"Y, además", recuerda con resignación, "coincidió que en esas semanas todos hablaban de Emily Dickinson, que aparece en el libro, pero yo puedo demostrar, lo prometo, que la gente que se encierra siempre me despertó mucha curiosidad. Me intriga, por ejemplo, la vida de las monjas de clausura. Y uno", concluye, "escribe para preguntarse por lo que no conoce".

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