Teatro

Nabokov y el temblor de la vida

  • La Uña Rota publica 'Tragedia del señor Morn', una obra de teatro que el autor de 'Lolita' escribió siendo joven y en la que ya se vislumbran la libertad, poesía e inventiva de sus textos posteriores

Vladimir Nabokov  (San Petersburgo, 1899-Montreux, 1977), fotografiado en su madurez con su cazamariposas.

Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899-Montreux, 1977), fotografiado en su madurez con su cazamariposas.

"Somos falsos, ciegos / estamos, y es difícil vivir solo / a la vida confiándonos (...) ¿Qué son las pasiones? / Fallos de traducción... ¿Qué es el amor? / Una rima perdida en el traspaso / a nuestra discordante lengua", sostiene Ganus, uno de los personajes de Tragedia del señor Morn, una obra de teatro en la que un joven Vladimir Nabokov, aún en la veintena, ya anticipaba los temas que atravesarían su producción literaria –esa dolorosa perplejidad ante la existencia que invade a sus personajes o la sacudida que provocan la pasión y el deseo– y dejaba vislumbrar la libertad, la poesía y la imaginación que más tarde convertirían textos como Pálido fuego o Ada o el ardor en cumbres de la literatura contemporánea.

La Uña Rota publica ahora en España este drama que no llegó a editarse mientras su creador vivía –el original no vio la luz hasta 1997, cuando apareció en la revista Zvezdá, veinte años después de la muerte de Nabokov– y en el que el autor de Lolita, que aún no había adoptado el inglés como lengua de sus escritos, se expresaba todavía en ruso. La pieza, como señala el responsable de su primera edición, Andréi A. Bábikov, acusa la influencia que Shakespeare ejerce sobre el dramaturgo, que para entonces había "escrito cuatro obras breves para teatro, todas bajo la sombra de los dramas en verso de Pushkin". Un referente que Nabokov no se molesta en ocultar: en una escena, un personaje que no quiere revelar su identidad se caracteriza como Otelo y llega a sentir que abrasan su alma los celos del moro de Venecia: "Hay algo que no entiendo", dice. "Es como si este / espeso maquillaje me encogiera el / corazón".

Nabokov, que entonces tenía cierta reputación entre los exiliados rusos gracias a sus versos, publicados bajo el seudónimo de Sirin, conoció a la que sería su esposa, Vera Slónim, en una fiesta en la capital alemana en 1923, el año en que empezaría la difícil redacción de Tragedia del señor Morn. En las cartas que dirige a su compañera le informa de sus padecimientos: "Necesito posponer mi llegada a Berlín en un plazo indeterminado, en vista de la interminable lentitud con la que trabajo. A veces, después de todo un día de esfuerzo creador, sólo consigo escribir dos o tres líneas. He desechado desde la segunda escena la historia de Klian y todo lo que respecta a esa parte. Ahora forcejeo en las turbias aguas de la sexta escena. Me cansa sentir que mi cabeza parece una bolera, y no puedo dormirme antes de las cinco o las seis de la mañana. En las primeras escenas hay mil modificaciones, tachaduras, añadidos...", anota Nabokov en una misiva. En otra carta lamenta haber perdido la energía de la primera juventud: "Cuando tenía diecisiete años, escribía de media dos poemas al día, cada uno de los cuales me llevaba unos veinte minutos. (...) Ahora, trabajando diecisiete horas, no puedo escribir más de treinta líneas al día".

El autor no vio la obra publicada: no se editó hasta dos décadas después de su muerte

La peripecia de un rey que abdica después de haber sido retado a un duelo por un marido ofendido no es más que la premisa con la que Nabokov compone un complejo tapiz sobre la naturaleza humana: tanto el monarca como los conspiradores que pretendían derrocarlo y las mujeres que se mueven a su alrededor no son sino víctimas de esa zozobra llamada existencia: celos, pasiones, arrebatos, arrepentimientos, esperanzas frustradas se suceden en la boca de los personajes. "En hora mala bromeó Dios / cuando hizo el mundo", dice Morn, un rey tan descontento y perdido como sus súbditos en una obra que dialoga constantemente con la muerte y en la que se reflexiona sobre la imposibilidad de ser feliz. "Qué amable, muerte, que arrancaste / de mí aquella ternura: libre soy, / libre y loco... más de una vez / habremos / de coincidir, oh, dadivosa muerte", dice al principio de la obra Tremens, el cabecilla de los revolucionarios. "No, no puede ser que llamen / a esto felicidad. ¡Muerte es, y no felicidad!", exclamará unas páginas más adelante Ella, la hija de Tremens.

Portada de 'Tragedia del señor Morn'. Portada de 'Tragedia del señor Morn'.

Portada de 'Tragedia del señor Morn'.

El volumen de La Uña Rota incluye un prólogo del traductor Rafael Rodríguez, en el que explica su decisión de cambiar el pentámetro yámbico con el que Nabokov emulaba a Shakespeare en el original por el endecasílabo clásico, "verso asiduamente cultivado en nuestra lengua desde que fuera importado de Italia en el Siglo de Oro", y un anexo final en el que se reproducen algunas notas del joven dramaturgo sobre su creación y sus personajes. Algunas frases destilan ese lirismo sorprendente, no exento de ironía, tan habitual en el corpus del autor : A Klian lo define como "piquito de oro cobarde, que cree saber amar. Individuo en la onda de Morn. Poeta detestable"; de Midia, la mujer que con su infidelidad provocará el duelo primero y cuyo corazón conocerá diversos terremotos a lo largo del texto, dice: "Astuta amante, apegada al boato y la alegría". En esta obra temprana, Nabokov ya mostraba su genio sin igual.

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