En este breve volumen se recoge, sin embargo, un vasto problema: la temporalidad del tiempo y el modo en que la sociedad actual interpreta y digiere tal misterio, enunciado ya por Agustín de Hipona. Bauman ha emprendido una fenomenología del mundo contemporáneo, en la que se exponen, sin aclararlos, los vertiginosos flecos de una realidad que permanece opaca a nuestra mirada. No ocurre así con este Ser sin tiempo, donde el motivo último de sus páginas coincide con su expresión primera, visible desde el título. Se trata, en consecuencia, de exponer las razones por las que el hombre del XX-XXI se ha quedado -literalmente- sin tiempo, y sobrenada la actualidad urgido por innumerables estímulos.

Como paso previo, sin embargo, Cruz establece que El tema de nuestro tiempo no es, como quería Ortega, el vínculo de razón y vida, sino esta desaparición del tiempo, de su profundidad, de su consistencia, que a la vuelta convierte la realidad humana en un presente perpetuo, radicalmente ayuno de perspectiva. ¿Cuál es, según Manuel Cruz, el origen de esta curiosa fantasmagoría? Sin entrar en precisiones históricas, Cruz adjudica a la sociedad de consumo, y a su estrategia de la insatisfacción, la titularidad de un modo abrupto y discontinuo de concebir la existencia, cuyo resultado más obvio quizá sea la irrelevancia de la Historia -y en cierto modo, su incomprensión-, dada la disponibilidad del ayer, de su rastro, de su abundante testimonio, que internet permite a sus usuarios. Aun así, este acceso inmediato al pasado prescinde necesariamente de la reelaboración que hizo posible tanto la magdalena de Proust como la obra de Michelet, Sánchez-Albornoz y Arnaldo Momigliano: vale decir, impide una conciencia de continuidad, de inmersión en el flujo de la vida, de la que hemos sido extraídos de un modo violento e indoloro. El resultado, un resultado paradójico y abisal, que no excluye el terror y tampoco la parodia, quizá pueda encontrase en las palabras del poeta Eugenio Montejo: "A cada paso aquí soy otro".