Valencia-málaga

Broma de mal gusto (5-1)

  • El Málaga perpetra un inexplicable ridículo en Mestalla, pues encaja cuatro goles en seis minutos. Las opciones de acceder a la cuarta plaza se reducen a prácticamente un milagro.

El Málaga se ha abonado a los imposibles, a zarandear a su gente de tal manera que quede una factura anímica terrible. La hazaña de Dortmund se convirtió en cuestión de un parpadeo en una lanza atravesada en el costado. La tremenda frustración que quedó fue un éxtasis de recuperación en el descuento contra Osasuna. Pero ayer el bajón tiró por la borda todo el espíritu renovado hace una semana. Apenas hay diez días en la secuencia. Lo de Mestalla, tan inesperado, escoció. En seis minutos, sólo seis, cayó una tormenta en la portería de Caballero. Cuatro goles, cuatro palos, cuatro desgracias. Casi ni daba tiempo a sacar de centro. Y se esfumó la lucha por ir a la próxima Champions, quién sabe si también la confianza para ir a por la Europa League. El partido, una broma de mal gusto, deja una duda mayúscula anexa al bochorno: ¿qué Málaga es el que queda para las jornadas finales?

Cuesta admitir el ridículo en un equipo que este año tocó el cielo con sus manos. Pero lo hicieron. Desde el punto de vista matemático es prácticamente inviable que un equipo marque cuatro goles en seis minutos. Los blanquiazules demostraron que puede pasar, más allá de un refinado ejercicio de puntería del contrario. Un rebote, una contra, un penalti, un saque de centro esperpéntico, todo ello cupo en esos dichosos cuatro minutos, en los que los jugadores del Málaga se hicieron de cristal de manera alarmante. El tanto de Parejo, con el balón bailando sobre el cuerpo para convertirse en un afortunado rechazo, descubrió ese equipo frágil de Sevilla, Anoeta y Dortmund. Tres goles en 45 minutos ante el Betis, los mismos pero en media hora en San Sebastián, el drama de la prolongación en Alemania y los cuatro tantos en seis minutos en Mestalla. Esperpentos realmente extraños en un equipo que, más allá de toda su estética futbolística, este año ha destacado por ser un conjunto bastante sólido.

En un pispás, la motivación del cara a cara con el Valencia para apurar las opciones de acceder a la cuarta plaza se convirtieron en un combate desesperado por salvar el average. Es lo único que mantuvo a salvo el cuadro blanquiazul, que tuvo algo más allá que un día malo. El batacazo fue muy reconocible en un sistema defensivo inexistente. Camacho e Iturra parecían deberse dinero; Weligton y Demichelis estaban tan incrédulos contando cuántos indios llegaban solos a su área que se descentraron en la tarea de defender. El retrato de la derrota es el 2-0. Sissoko sortea rivales sin aparentes problemas, con Iturra y Jesús Gámez tirándose al suelo a destiempo para frenar su cabalgada. A su centro, blandito, no llega Jonas para rematar de tacón, el balón se pasea el área como por la alfombra roja del Festival de Cine y Soldado se toma un café antes de machacar a Caballero. Si algunos reclamaron más picardía entre el segundo y el tercer gol de Dortmund, en cuestión de 30 segundos se pasó de la celebración del tercero al cuarto.

Baptista conservó el average con un sensacional golpeo de falta en la prolongación. El brasileño, hambriento, fue de lo poco rescatable. Poco después Banega reabrió la pesadilla, ya ni Caballero estaba en el partido. Con el miedo incluso de igualarse la peor derrota de Pellegrini, la del Bernabéu (7-0), al menos el equipo tuvo la decencia de no derrumbarse para conservar el 4-0 de la ida. Incluso Baptista, Joaquín y Sergio Sánchez casi dejan algo de maquillaje en el electrónico. No merece la pena fustigarse más, ya se produjo durante los 90 minutos. Ahora cabe más bien preguntarse si existe la suficiente entereza moral para alternar la necesidad de acabar en puestos europeos (si el TAS no quitase la sanción y el equipo estuviera fuera de plazas europeas, la sanción de un año se mantendría para la próxima temporada) con todo el desorden institucional de futuro que preside a este equipo. Ya hubo resurrección antes. Una temporada tan sobresaliente deja crédito tras esta pesadilla. El Málaga se ha abonado a los imposibles, a zarandear a su gente de tal manera que quede una factura anímica terrible. La hazaña de Dortmund se convirtió en cuestión de un parpadeo en una lanza atravesada en el costado. La tremenda frustración que quedó fue un éxtasis de recuperación en el descuento contra Osasuna. Pero ayer el bajón tiró por la borda todo el espíritu renovado hace una semana. Apenas hay diez días en la secuencia. Lo de Mestalla, tan inesperado, escoció. En seis minutos, sólo seis, cayó una tormenta en la portería de Caballero. Cuatro goles, cuatro palos, cuatro desgracias. Casi ni daba tiempo a sacar de centro. Y se esfumó la lucha por ir a la próxima Champions, quién sabe si también la confianza para ir a por la Europa League. El partido, una broma de mal gusto, deja una duda mayúscula anexa al bochorno: ¿qué Málaga es el que queda para las jornadas finales?

Cuesta admitir el ridículo en un equipo que este año tocó el cielo con sus manos. Pero lo hicieron. Desde el punto de vista matemático es prácticamente inviable que un equipo marque cuatro goles en seis minutos. Los blanquiazules demostraron que puede pasar, más allá de un refinado ejercicio de puntería del contrario. Un rebote, una contra, un penalti, un saque de centro esperpéntico, todo ello cupo en esos dichosos cuatro minutos, en los que los jugadores del Málaga se hicieron de cristal de manera alarmante. El tanto de Parejo, con el balón bailando sobre el cuerpo para convertirse en un afortunado rechazo, descubrió ese equipo frágil de Sevilla, Anoeta y Dortmund. Tres goles en 45 minutos ante el Betis, los mismos pero en media hora en San Sebastián, el drama de la prolongación en Alemania y los cuatro tantos en seis minutos en Mestalla. Esperpentos realmente extraños en un equipo que, más allá de toda su estética futbolística, este año ha destacado por ser un conjunto bastante sólido.

En un pispás, la motivación del cara a cara con el Valencia para apurar las opciones de acceder a la cuarta plaza se convirtieron en un combate desesperado por salvar el average. Es lo único que mantuvo a salvo el cuadro blanquiazul, que tuvo algo más allá que un día malo. El batacazo fue muy reconocible en un sistema defensivo inexistente. Camacho e Iturra parecían deberse dinero; Weligton y Demichelis estaban tan incrédulos contando cuántos indios llegaban solos a su área que se descentraron en la tarea de defender. El retrato de la derrota es el 2-0. Sissoko sortea rivales sin aparentes problemas, con Iturra y Jesús Gámez tirándose al suelo a destiempo para frenar su cabalgada. A su centro, blandito, no llega Jonas para rematar de tacón, el balón se pasea el área como por la alfombra roja del Festival de Cine y Soldado se toma un café antes de machacar a Caballero. Si algunos reclamaron más picardía entre el segundo y el tercer gol de Dortmund, en cuestión de 30 segundos se pasó de la celebración del tercero al cuarto.

Baptista conservó el average con un sensacional golpeo de falta en la prolongación. El brasileño, hambriento, fue de lo poco rescatable. Poco después Banega reabrió la pesadilla, ya ni Caballero estaba en el partido. Con el miedo incluso de igualarse la peor derrota de Pellegrini, la del Bernabéu (7-0), al menos el equipo tuvo la decencia de no derrumbarse para conservar el 4-0 de la ida. Incluso Baptista, Joaquín y Sergio Sánchez casi dejan algo de maquillaje en el electrónico. No merece la pena fustigarse más, ya se produjo durante los 90 minutos. Ahora cabe más bien preguntarse si existe la suficiente entereza moral para alternar la necesidad de acabar en puestos europeos (si el TAS no quitase la sanción y el equipo estuviera fuera de plazas europeas, la sanción de un año se mantendría para la próxima temporada) con todo el desorden institucional de futuro que preside a este equipo. Ya hubo resurrección antes. Una temporada tan sobresaliente deja crédito tras esta pesadilla.

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