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El Málaga envenena el Sánchez Pizjuán

  • Autoridad Los blanquiazules apocan a un Sevilla que no paraba de amasar récords y firman otro histórico triunfo en Nervión Lanzados Cuarta victoria enlazada que reedita la anterior mejor racha de Tapia y aloja al equipo en puestos de UEFA

Llegaba el Málaga a Sevilla y allí no le cabían tantos récords entre las manos. Que si el cerrojo de Palop, que si 18 partidos seguidos marcando, que si 6 victorias oficiales consecutivas y 27 contando también las pachangas… Ahí comparecía el Málaga, menos soberbio pese a que también vivía una racha triunfalista. Nadie recordaba lo bien que se les da el Pizjuán porque ya hasta el único borrón, que los de Jiménez no jugaban de cine, se había diluido ante el Stuttgart. Pero salieron a jugar Tapia y sus once hormigas. Desparramaron su veneno por todas las líneas del campo y enmudecieron a todos menos una esquinita del campo, allí donde unos privilegiados recordarán una de las victorias más sabrosas de este equipo. Hace cuatro años fue la Champions lo que robaron los blanquiazules; ayer, la sonrisa y los sueños de grandeza. Cinco triunfos, dos empates y una sola derrota tras una década de visitas a Nervión tras otro partido monumental. El Sevilla le tiene alergia al Málaga.

Pero eso no es lo importante, por más que el más apasionado disfrute con el escozor sevillista. Lo grandioso es que el descenso se queda a siete puntos y, lo dice la historia, el Málaga vive la mejor racha posible. Llegó la cuarta victoria consecutiva cuando se preveía la primera de cuatro derrotas seguidas. Tapia igualó su propio listón histórico el día que cumplía 50 partidos oficiales en Primera. El regalo, de lujo: un eventual puesto en zona europea, aunque a cada jornada que pasa el concepto de eventual parece menos apropiado.

Adrián puso las velas en la tarta merced a su tanto, una vez más cargado de suma belleza. Su definición no tuvo peros, si bien errarlo habría sido echar por tierra un bellísimo pase de Nacho, que se vistió de Laudrup para asistirle y en la jugada posterior se subió en la bicicleta de Robinho para volver loco a Crespo. La puñalada llegó en el minuto 16. Cuando el sevillismo al unísono rememora a Puerta, Adrián silenció el Sánchez Pizjuán.

Tal y como se preveía, la autocomplacencia local abría una ventana a la esperanza de puntuar. El equipo la vio pronto y pronto se puso a jugar como ante el Getafe, como si lo hiciera en La Rosaleda, presionando fuertemente arriba, dándole igual el potencial que había enfrente. Los pitos que ya nacían mediada la primera parte confirmaban que el Málaga lo estaba haciendo francamente bien.

A Jiménez, después, le patinó el subconsciente y habló de que Tapia le había preparado "un partido feo". En realidad, lo que hizo fue lo que le ha hecho a todos desde la visita del Valencia: buscarle las cosquillas al adversario. El Málaga volvió a acomodarse en el campo como quien se desparrama en su sofá. Desde el minuto inicial tejió su molesta presión desde zonas avanzadas, todos ejecutaron a la perfección su rol y muy rápido llegaron los cortocircuitos sevillistas en los pases fáciles, en las sociedades entre líneas. Salvo una fuga que acabó con chut de Luis Fabiano al larguero, la sensación de agobio no planeó por la meta de Arnau. Mientras, en cada robo de esférico, los malaguistas extendían sus tentáculos hacia Palop, ayer el mejor local.

Tan mal lo vio Jiménez que al descanso recurrió a Romaric, la fuerza bruta, pese a que la idea era descargar sus piernas de la triple competición. Luego lo intentó con Chevantón, el alborotador, una versión menor del Darío Silva que trataba de sacar partido a los tumultos. Luego, a la desesperada, desmembrado por la autoexpulsión de Adriano, apeló al descaro del canterano Armenteros. El último intento pasó por el remedio más desesperado, el balón colgado. Hasta esos límites apocó el Málaga al Sevilla, que nunca pudo con el entramado blanquiazul.

El gran pecado fue no sentenciar, a veces no atinando, como Adrián ante Palop (67'), a veces no corriendo a la contra entre los muchos espacios que había pese a su superioridad (también numérica). Fue la única pega, pues el equipo ayer morado debió sentenciar para no ver cómo Weligton sacaba bajos palos el empate a Luis Fabiano (79'). Pablo Barros reeditó su gol errado ante el Valencia. Empero, la mácula da más lustre al colosal triunfo, que confirma la súbita pujanza.

Qué irónico. En el último amistoso de pretemporada Jesús Navas se fue de Calleja cuantas veces quiso porque el madrileño jugaba desubicado. Ayer, tantas veces lo había intentado el canterano como el zurdo le rebañó la bola o le impidió el paso. Pura evolución que no es hija de la casualidad, que diría Scariolo. Ahora da gusto ver la entrega e inteligencia que se exhibe. El Málaga se llevó del Pizjuán los puntos, los récords y el cartel que le recibía: que pase el siguiente.

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