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Málaga recupera el orgullo

OCHO de la tarde, Pino Zamorano tiene el honor de pitar el final del partido y el Málaga vuelve a ser equipo de Primera División. La tensión acumulada durante estas dos temporadas de incertidumbres y sufrimientos deja paso a la liberación por el paraíso alcanzado, por tantos y tantos meses de estómagos cerrados y caras tensas. La alegría se desborda por una ciudad de alma festiva y corazón caliente, que ha aguardado pacientemente en el purgatorio de la Segunda, porque el infierno quedó atrás en los años oscuros de principios de los noventa. Tenía que ser Antonio Hidalgo, bandera y alma de este grupo, el que marcase los goles redentores, para los anales, para Málaga. ¡Muñiz!

En fútbol, hay que saborear al máximo los triunfos, las temporadas coronadas con títulos o ascensos. Porque los trofeos se los llevan unos pocos, para qué engañarse, la culminación del éxito es fruta prohibida para casi todos. La mayoría se debe contentar con la tibieza de las aguas templadas sin más objetivo que el de acercarse a Europa y evitar el desastre del descenso. El ascenso asoma como el gran título, como la promesa de una próxima temporada llena de emociones, de orgullo, de atención mediática. La ciudad volverá a respirar el aire fresco y revitalizante de la categoría dorada. El equipo y el sufrido aficionado disfrutará recibiendo las visitas ilustres y pisando los teatros de los sueños nacionales.

Atrás se quedan dos temporadas de ostracismo concursal, el precipicio de un desastre económico y deportivo que otra vez ha rondado demasiado cerca para lo que una capital como Málaga debería soportar. Una ciudad en plena reconstrucción, núcleo de dinamismo económico, aves y casi metros, que merece tener un equipo que le acompañe en el camino y le sirva de estandarte.

Nuevos retos

Modernizar el club es la tarea que deben afrontar ahora los Sanz. Una familia experimentada en fútbol y negocios obligada a evitar que los malos olores vuelvan a instalarse por Martiricos. Hedor de representantes que maniataron al club en el pasado hasta el ahogo, con la connivencia de unos gestores más interesados en hacer negocio que en asentar un equipo de fútbol. Propietarios que malvendieron, maltrataron a una brillante generación de jóvenes malagueños que tuvo que emigrar.

Una hornada, la de aquel Málaga B aún de cuerpo presente, que surgió de la nada. Y es que uno de los grandes retos de los Sanz es el de rehacer y cuidar una cantera históricamente maltratada. Equipos filiales que aseguran el futuro del club, tanto en lo humano como en lo económico, y de eso saben mucho por Villarreal o Sevilla. Modelos de clubes simples, sin puertas traseras ni pasillos oscuros, espejos en los que mirarse que no deben sonrojar, sino motivar.

Porque los cimientos son firmes, La Rosaleda luce renovada, las televisiones prometen maná y los aficionados andan sedientos de fútbol en blanquiazul, apasionados dispuestos a cambiar los domingos la iglesia por Martiricos. Porque Málaga es de Primera.

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