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Paciencia y calidad

  • Cuarto El Málaga aunó a la perfección ambas virtudes para superar a un incomodísimo Levante tanto en el marcador como en la clasificación Protestado Iglesias Villanueva obvió dos manos en el área granota

Como un equipo, justo el camino que lleva tanto tiempo buscando Pellegrini, el Málaga superó al Levante y se acostó con la plenitud del que sabe que ha hecho su trabajo. También con la felicidad del que ve que hoy sólo el Athletic, que visita a Osasuna, le puede pelear la cuarta plaza que ayer arrebató al cuadro valenciano.

Fue el triunfo de un bloque ante un equipo de los desagradables, que te pone minas en cada pequeño tramo del campo y que, viendo lo que tienen, pese a todo, hay que admirar por el rendimiento que le sacan. Y se logró por la única vía posible, la de la unión de dos virtudes como son la paciencia y la calidad. Se tenía constancia de que existían en este Málaga, pero hasta ahora no con la continuidad de ayer.

Había curiosidad y ciertas dudas por ver cómo reaccionaba el chileno ante las buenas actuaciones de Joaquín, Eliseu y Demichelis, sus aplaudidas tres sustituciones en Getafe. La respuesta llegó de inmediato: los tres salieron de inicio, aunque como dejó caer el técnico en su conferencia de prensa antes del encuentro el argentino pasó a su puesto de central. Tocó entonces purgar a Mathijsen, Recio y Sebastián Fernández. Aunque suene crudo, y hasta sea injusto, no pesó a nadie.

La disposición del Levante, todos defendiendo en su campo, poblando de hombres cada espacio, pedía saber trabajar el encuentro. Pellegrini había aceptado el reto de antemano alineando a sus hombres más desequilibrantes. El equipo se movía a base de una posesión obscena (llegó a estar a favor de los malaguistas 80%-20% en la primera parte y acabó en un 63%-37%). Entre combinaciones rápidas e inteligentes desbordes. Cazorla e Isco, apoyados por un Joaquín que ayer volvió a mostrar que lee el juego como pocos y que vale para cualquier guiso, intentaban provocar alguna grieta en el fornido y poblado sistema defensivo levantino.

Eran la batuta de un equipo que les acompañaba en el solo que estaban interpretando. Muy bien, cada uno en su sitio, todos concentrados. Si Toulalan es el hombre más coreado, y ayer volvió a demostrar el porqué, no le fueron a la zaga los laterales, brillantes en los desdobles, siempre en el momento adecuado. En realidad todos brillaban, excepto Caballero, quien era un espectador más que de vez en cuando tocaba el balón con los pies.

El Málaga hacía todo para ganar. Simplemente por ello caían las ocasiones. No como un vendaval, pero sí oportunidades. Pese a que Rondón no llegó por poco a empujar una falta de Cazorla, Farinós estuvo a punto de alojar el balón en su meta, Ballesteros salvó in extremis un balón del venezolano que se colaba o Eliseu intentaba emular sin acierto su misil de Getafe, la sensación no era, como en otras tardes, que el Málaga estaba dejando vivo al rival. Más bien que lo estaba trabajando poco a poco.

En el minuto 36 la grada ya estaba encendida. Más que por el buen juego de su equipo, contra Iglesias Villanueva. Hasta tres penas máximas por mano en el área del Levante le habían reclamado. Dos de ellas, una de Pedro López y otra de Farinós resultaron bastante claras, pero el gallego y sus auxiliares estaban en una fase extraña de ausentismo.

Esa furia con la que berreaba La Rosaleda y la frustración por la impotencia del que no recoge el fruto buscado, no inmutó a este Málaga, que supo estar en todo instante y mantuvo el guión preestablecido. Se notó que en el terreno de juego también había hombres curtidos en unas cuantas batallas.

Como sólo uno era el que mostraba ambición por ganar y encima frustraba cualquier intento de salir a la contra del rival, el gol pasó a ser cuestión de no desesperar. Llegó a balón parado, una de las especialidades de ambos contendientes. Joaquín cogió el turno de Cazorla y puso un balón con toda la intención del mundo. Rondón lo desvió lo suficiente. Premio para el que lo buscó, justicia para el que lo peleó.

Quedaba dar la puntilla. Al ver que no llegaba, tocó reajustar con Camacho el bloque ante el intento de reacción de los de Juan Ignacio Martínez. Con el aragonés Pellegrini buscaba abortar el peligro de fractura que tantas veces habían padecido y tantos puntos costado. Se logró, aunque la mejor oportunidad corrió por las botas de Cabral. El central se plantó solo ante Caballero, quien le aguantó hasta ponerle nervioso. La mano del argentino valía dos puntos.

El destino tenía guardado un último gran susto. De esos que hacen apreciar más aún la victoria, pues al menos una cuarta parte del estadio vio cómo el efecto óptico le traicionaba con el último disparo del partido. El Zhar fue el autor. El marroquí acabó tirado en el suelo, con las manos en la cara. Muestra del zarpazo que había dado el Málaga, que hoy vuelve a despertarse en Champions.

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