Llegó con acreditada fama a Málaga. Campeón olímpico y subcampeón mundial con su selección, primer argentino en jugar en la NBA tras un exitoso periplo en la Universidad de Temple y la etiqueta de un base de los de toda la vida, primero el equipo y después el ego. Le costó, no obstante, ganarse a la afición y la crítica. Y a su entrenador, que valoraba su talento pero no su actitud. No anduvo lejos de ser cortado a los tres meses de su llegada. Venía con los tobillos machacados tras varios veranos sin descanso.

A Pepe Sánchez se le pitó en su día en el Carpena. Hoy se le dará una merecida ovación cuando sea presentado a pesar de llevar la mal vista aquí camiseta del Barcelona. Costó entender su particular concepto del baloncesto, su aparente indolencia. Pero se acabó comprendiendo que en el parqué dirigía la función un jugador diferente, una mente superior que fue actor principal del trienio mágico del Unicaja (Copa, ACB y Final Four). Berni Rodríguez y Jorge Garbajosa, capos del vestuario, conectaron en el vestuario y trabó gran amistad con el delegado Manolo Rubia, que discutía hasta con las paredes para defender la calidad del base argentino cuando pocos la reconocían. Pepe derramó magia en el Carpena y allí donde defendió la camiseta del Unicaja. A veces desesperaba un pase largo que se perdía por la línea del fondo o uno por la espalda que robaba el rival. Normalmente, no dejaba de ser la mejor solución que había. Pepe propició también el salto de calidad del actual Carlos Cabezas, que hoy le pondrá la mano en la cara como en aquellos entrenamientos en los que el argentino se desesperaba: "Carlitos, pará ya".

Pepe llega con la camiseta del Barcelona, el equipo al que vistiendo de verde vacunó con un triple para los anales, el triple de Pepe, para que el Unicaja jugara a la primera Final Four de la historia. La zurda mágica de Bahía Blanca hoy viste de azulgrana pero está en el corazón del Carpena.