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Las lágrimas de Gustavo

  • Eliseu y sus familiares dejaron claros sus deseos de volver al Málaga al término del choque en La Romareda . Los impagos del Lazio pueden propiciarlo pese al desencuentro en el mercado invernal

Los pequeños Guilherme y Gustavo Pereira jugueteaban con los viejos amigos que quedaban entre los expedicionarios del Málaga que ya habían subido al autobús que minutos después partiría hacia Madrid. Llegó la hora de decir adiós y el hijo mayor de Eliseu bajó pronto, no así el pequeño, que se agarró a un llanto desconsolado porque no deseaba irse. "Yo quiero ir a Málaga, papá", argumentaba para no tener que volver a su casa de Zaragoza. Eliseu y su mujer, Soraia, sólo lo calmaron cuando le explicaron que en verano regresarían a la Costa del Sol. Como mínimo, para vacaciones. Si se cumplen los deseos que la familia Pereira expresó el sábado sin disimulo y el Málaga lo permite, para mucho más tiempo.

La estampa del sábado noche no dejó lugar a la duda de sus anhelos. Abrazos efusivos a amigos que hasta hace poco también eran compañeros e incluso a periodistas que meses atrás le preguntaban por una posible marcha afloraron su lado más cariñoso, que en los últimos meses de Málaga había desaparecido. En la puerta de salida de la zona mixta departió con todos los presentes que iban abandonando La Romareda, se subió hasta tres veces al autobús del Málaga a recordar tiempos recientes y sembrar ánimos de salvación y se cercioró de no subirse en su Mini hasta haber saludado a cualquier elemento blanquiazul que anduviera por allí. Y se marchó con un inquietante "¿Quién sabe si el año que viene estaré de nuevo por allí?".

Más allá de sus declaraciones pospartido, en las que abrió la puerta al regreso, la realidad de un regreso no es tan fácil. Muy presente queda el fuerte desencuentro con Fernando Sanz en el mercado invernal (sonríe si le recuerdan que le tildó de "impresentable") y las actitudes padecidas en la para él no tan bella Italia. La Roma monumental, una ciudad en la que cualquier persona soñaría con vivir, le estaba convirtiendo en uno de esos vestigios romanos que la riegan. Cuenta Eliseu que allí no sonreía, que pasaba más tiempo de calle que de corto y que si cambió el Guadalmedina por el Ebro en invierno fue por las fuertes presiones de los dirigentes del Lazio, más pendientes de cobrar las fuertes comisiones mañas que de satisfacer las deudas con el Málaga. Esta versión de obligación a marcharse al Zaragoza choca frontalmente con la del Málaga, que en voz de su presidente afirmó con rotundidad y palabras duras el cambio de elección del interior. Sin embargo, por cuestiones económicas y de necesidad deportiva, los impagos laziales por el millón de euros con el que fue vendido en verano podrían propiciar el regreso de Eliseu al Málaga en julio.

Más allá de si se concreta o no esa opción que tanto él como su familia anhelan para huir del frío del Moncayo, el reencuentro humano y deportivo confirmó un salto de madurez en él. En Málaga cambiaba de peinado continuamente, ahora ha consolidado una imagen afro bastante cuidada. Su castellano fluye más inteligible, más por la retirada de su ortodoncia que por influencia del marcado acento maño. Y su fútbol, se apreció el sábado, ha evolucionado hacia la solidez. Nadie le tosía los lanzamientos de falta, centraba por la derecha, por la izquierda, con una pierna, con otra. Fue un puñal contra sus ex y desde que llegó en diciembre muestra aquello de lo que siempre adoleció en Martiricos: continuidad. Eliseu, abocado a la melancolía en Roma, ha recuperado la sonrisa a orillas del Ebro. Pero es en Málaga donde sigue teniendo su corazón. Así Gustavo dejaría de llorar.

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