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Aquí manda Isco (1-2)

  • El de Arroyo de la Miel se marca un partido de categoría y remonta con su doblete el tanto inicial del Levante. Contundente triunfo para solidificar la defensa de la cuarta posición

Isco regresó a su trono bajo la música que silba cuando cabalga a lomos de su magia. Entonces su pueblo respiró; los invasores entendieron que no había nada que hacer. Pero es obligatorio recrear la historia con todo lujo de detalles. Literalmente lo de lujo. Isco fue un trilero para el Levante en la segunda mitad. Escribió el segundo tutorial de cómo tirar un penalti. Definió en el segundo como si fuera otro once metros. Creó, distribuyó, remontó, congeló los balones que quemaban y el tiempo. Exorcizó las malas hierbas que se habían pegado a sus botas en las últimas semanas. Su última acción fue cortar un pase en el minuto 90. Como el ibuprofeno, vale para todo. Isco es monarca de 20 años todavía sin canción, aunque él también es un hombre pegado a una pelota de cuero.

Su nombre brilla de manera áurea en un triunfo coral porque se esperaba su regreso. Hay quien se apoca y sestea cuando aumentan los ceros de su nómina. Él no. Se ha quitado las arrugas del traje para volver a pasearlo. Ya es el rey del punto de penalti, un socio de honor más en el estilo de Del Bosque y un anuncio de vuelta a la comandancia del Málaga. Eclipsó otras noticias geniales. Que la Bestia ya ha roto sus cadenas y maneja un hambre voraz. El buen prólogo de Antunes, un lateral moderno amoldable al juego largo que Pellegrini quiere por las bandas. Las manos divinas de Caballero, a quien sólo le queda golpearse la cabeza contra un poste cuando pare; es la única manera de hacer ruido ante Alejandro Sabella. Los nuevos cajones que tiene Pellegrini en su armario para los juicios en Champions y Liga.

El Málaga dio una respuesta de categoría en un estadio donde sólo ganaron Real Madrid y Barcelona. El Ciutat de Valencia es un campo de minas y el Levante un verdugo que canjea bostezos rivales por goles. Entre Iturra y Toulalan desconectaron cada una de las trampas al tiempo que ellos repartían las suyas como migas de pan que marcaban un camino prohibido; Sergio Sánchez y Demichelis sufrieron ante Martins, pero acabaron atrapando al correcaminos. Había ganado el Valencia en la prolongación y la cotización de la Champions había subido como la espuma. Sin embargo, los blanquiazules se llevaron tres puntos soberbios, arrebataron un sueño al Levante y dieron un volantazo hacia la cuarta plaza. Aviso a navegantes.

Los blanquiazules fueron de menos a más en todo. En el marcador, en el juego, en la confianza. Clos Gómez, en un arbitraje de nevera, sancionó en las áreas dos faltas que luego no pitó fuera de ellas. Barkero puso a prueba la resistencia de la red de Caballero. Convirtió su zurda de seda en un cañón. Isco vio su apuesta y subió a órdago: fuerte y colocado batió a Munúa. Un dulce espadazo, nada que ver con su pase a la red en el penalti ante el Zaragoza. Queda claro que él también domina esa suerte. Ni Baptista le discutió la ejecución; al revés, los abrazos que le dio al malagueño en su par de tantos le convertían a él en el joven que idolatra al veterano. Baptista, el otro foco. No hubo sensación cristalina, todo lo contrario. No rehuyó un choque. Uno de ellos acabó en penalti a favor, otro en amarilla. Ha vuelto hecho pura fibra y sólo Pellegrini metió su ficha a que podía ser titular y jugar casi todo el partido entero. La Bestia ya no quiere volverse calabaza y sólo se hará mortal hoy con el láctico sabor de las agujetas.

El brillo del Málaga estuvo en su gen competitivo. Tumbó a ese monstruo de dos cabezas que es el Levante: salida en velocidad y un atosigamiento al borde del reglamento. Por enésima vez acudió al truco del hombre bala para ponerse en ventaja. Demichelis, anímicamente le costará regresar todavía, empujó a Martins para instalar al Levante en su película favorita de puntería y contragolpe. Pero el Málaga también sabe jugar a eso de manera mortífera. El doblete de Isco en el segundo tiro a puerta blanquiazul confirmó que le habían robado el libro de instrucciones a los locales. Salvo en otra intervención oportuna de Caballero ante Martins, nunca pululó la sensación de un empate. Se emborronó el tablero con entradas muy vigorosas, más las de Juan Ignacio Martínez. Seguramente todo fuera menos inflamable porque faltaban Ballesteros, Lugano y Weligton. Juanfran heredó el deshonor de las feas patadas por ser el siguiente en la línea sucesoria.

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