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El sueño paradójico de perder

Hoy, cuando España juegue contra Holanda la final de Sudáfrica 2010, un sector de su población seguirá el partido soñando con un resultado ilógico: la derrota. Lo que parece impensable en cualquier otro país donde ganar un Mundial es lo máximo, forma parte de la compleja realidad de España.

Las diversas tendencias separatistas, particularmente fuertes en el País Vasco y Cataluña, chocan de plano contra todo lo que implica normalmente una selección de fútbol: un equipo para todo el país, muchas banderas y euforia en las calles por un éxito nacional.

Un cóctel incómodo en Cataluña, donde ayer se celebró una masiva manifestación de protesta contra una sentencia del Tribunal Constitucional que recorta el nuevo Estatuto de la región y que fue interpretado como una provocación.

La emisión de la semifinal contra Alemania alcanzó una audiencia récord en Cataluña, pero el tabú de la bandera española sigue vigente.

En Barcelona, mientras tanto, se instalaron por primera vez pantallas gigantes donde se emitirá la final. Algo que ocurrió durante todo el Mundial en las calles de las principales ciudades del país.

El alcalde Jordi Hereu explicó la decisión con un argumento enrevesado. "Cataluña lidera una selección española que triunfa en el mundo".

En País Vasco la selección inspira incluso menos adhesiones. Los lectores del diario Deia coincidieron en su opinión en una encuesta on line que preguntaba "¿Quieres que España gane el Mundial?". Cerca del 70% respondió que no.

También el nacionalismo de las Islas Baleares creyó necesario poner freno al entusiasmo por la selección. Un directivo de la radio autonómica ordenó en una nota interna que la información sobre el equipo no abra la sección de deportes.

La tensión no siempre se resuelve en encuestas y declaraciones ambiguas. Durante la semifinal con Alemania, un joven de 25 años fue apuñalado en Pamplona por llevar una camiseta de la selección.

Algunos analistas esperan que el éxito de la selección sirva como elemento unificador y superador de los complejos históricos. Pero otros temen que una sobredosis de bandera genere el efecto contrario.

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