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El teatro acabó en pie

  • Brillante Málaga y Villarreal regalan un partido de alto nivel Rémoras La calidad amarilla arriba desarboló al equipo de Jesualdo, que luchó bravo hasta el final pese a jugar un tiempo entero sin Eliseu y a remolque

Perdió el partido, ganó respeto. El Málaga cayó porque los impactos del Villarreal fueron muchos, buenos y psicológicos. Pero le dio valor hasta su última gota de sangre. El equipo abandonó la cancha cabeza abajo, para no mirar al marcador, único lugar donde fue inferior; también extenuado ante sus brazadas contra corriente y en inferioridad. Aunque arriba en las gradas igualmente había aplausos, y en generosas raciones. Si el teatro acabó en pie para despedir a los suyos fue porque los vio morir de pie, reconociendo una victoria que no renta en la tabla, sí en la solidificación de la fe en esta idea de juego.

El teatro vibró con un lunes nocturno inaudito. Hubo condimentos de sobra. Goles superlativos como el de Eliseu, que rompió el encuentro a los cuatro minutos y casi la escuadra de Diego López; o el de Cazorla, que lo cerró con una guinda digna de su calidad en un avance personal messiano en el que Nilmar se disfrazó de Iniesta para tirarle la pared previa a un buen zurdazo. Cinco tantos en apenas media hora y ataques bumerán para demostrar el respectivo camino preferido hacia los tres puntos. También muchos en sus sillas se levantaron para censurar a Marchena, principio del fin blanquiazul. Si Cazorla apeló a su fútbol para demostrar por qué es campeón del mundo, el sevillano tiró de malas artes callejeras para expulsar a Eliseu. Mal para todos: el central por simulación, el luso por bisoñez para entrar en la provocación y el árbitro para pedirle consulta a su asistente cuando éste se encontraba de espaldas y él, que estaba de cara, ni lo había visto. Fue una roja por inercia.

Quien pensara que la función tendría sólo un acto estaba equivocado. Se cerró el grifo del gol, sin embargo emergió un Málaga bravo y generoso. No le llegaron ni la gasolina ni el empuje para saltar la muralla amarilla, aunque sí para apurar la llama del empate hasta el minuto 94, cuando Diego López atajó el enésimo avance blanquiazul. En medio hubo una fase de distorsión con los cambios impensables de Ferreira: Apoño dejó de ser medio centro para que lo hiciera Manu y Mtiliga, Sebastián Fernández y Juanmi acabaron haciendo luego como laterales diestros. Si el equipo sobrevivió al invento fue por su casta, empuñada por un Rondón que marcó, corrió por banda, defendió en el lateral y confirmó sus condiciones innatas para la pelea y el coraje. El Málaga invocó a Quincy para que saliera de la lámpara mágica, pero ayer era Cazorla su morador. El reloj corrió como un reloj de arena y a su fin tiñó otra vez la suerte local de negro justiciero. Es la ley del gol, ayer amarilla y esplendorosa.

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