El diario de Próspero

El arte más pobre, la industria pendiente

  • El calendario señala para este sábado la celebración del Día Mundial del Teatro y, mientras, la realidad se impone: el 97% de los actores y bailarines sobreviven bajo el umbral de la pobreza

‘Natanam’, el último espectáculo de la compañía Date Danza, estrenado recientemente.

‘Natanam’, el último espectáculo de la compañía Date Danza, estrenado recientemente. / Antonio L. Juárez

Lo de los días mundiales de cualquier asunto señalado en las efemérides de turno es, ya sabe, como para no tomárselo muy en serio. Este sábado se celebra, como cada 27 de marzo desde 1961 por iniciativa del Instituto Internacional del Teatro (ITI), el Día Mundial del Teatro, en el que se promueven actividades para la mayor visibilidad de las artes escénicas al abrigo de un mensaje o manifiesto reivindicativo. El correspondiente a este año lo ha puesto en bandeja la actriz Helen Mirren, un breve pero oportuno alegato que comienza así: “Qué periodo tan difícil para el mundo del espectáculo, para todos los artistas, técnicos, tramoyistas y para las mujeres que han luchado por esta profesión tan estigmatizada por la inseguridad económica”. Y, sí, ciertamente la inseguridad es un estigma ampliamente asociado al sector desde antiguo. Resulta oportuno, sin embargo, reparar en cómo la cuerda floja tiende a perdurar y consolidarse, especialmente cuando entran en juego elementos como la crisis ocasionada por la epidemia del coronavirus: según un informe presentado hace unos días por la Fundación AISGE, a modo de conclusión de una encuesta realizada entre unos tres mil socios de la entidad (una muestra de aproximadamente el 28% del total), el 97% de los actores y bailarines españoles han situado sus ingresos por actividades artísticas “por debajo del umbral de la pobreza” a raíz de la pandemia. Que el estudio, tal y como corresponde a una organización de las características de AISGE, se refiera en exclusiva al ámbito de los intérpretes resulta ilustrativo en la medida en que a menudo se señala a las plataformas audiovisuales como tabla de salvación de esta crisis para actores y actrices; sin embargo, aunque las mismas plataformas exciten la impresión de que producen mucho contenido de manera constante (en una especulación similar a la que fomentan las redes sociales), lo cierto es que el flotador no resulta ni mucho menos suficiente por muy espectacular que parezca. La conclusión del informe es clara y dolorosa: en estas condiciones, es imposible hablar de un tejido profesional de las artes escénicas en España.

El nuevo musical ‘¿Quién mató a Sherlock Holmes?’, estrenado hace unos días en Barcelona. El nuevo musical ‘¿Quién mató a Sherlock Holmes?’, estrenado hace unos días en Barcelona.

El nuevo musical ‘¿Quién mató a Sherlock Holmes?’, estrenado hace unos días en Barcelona. / Andreu Dalmau / Efe

Añade el informe un dato revelador: en enero de 2020, justo antes de que estallase la pandemia, el nivel de ocupación laboral en el sector era “el más alentador” en lo que va de siglo: un 46% de los artistas obtenían ingresos anuales por encima de los 6.000 euros. Este registro, aunque modesto, indicaba que el sector de las artes escénicas había encarrilado una tendencia prometedora para su reconocimiento como, nada menos, un tejido productivo en lugar de un lastre deficitario. Ahora que tal impulso ha quedado en nada, con la tasa de desempleo multiplicada por cuatro, los cierres de los teatros, la reducción radical de los aforos y la incertidumbre más absoluta respecto al futuro inmediato, cabe preguntarse si a la reconstrucción no le queda otra que volver al modelo de dependencia total de las ayudas públicas o si, por el contrario, sería posible empezar a hablar de las artes escénicas como industria, adoptar un nuevo paradigma y, digamos, empezar de cero. Siempre, claro, que no estemos demasiado aburridos.

En enero de 2020, antes de la epidemia, un 46% de los artistas obtenían ingresos anuales por encima de los 6.000 euros

Espantado definitivamente el fantasma de una ley de mecenazgo que no tendrá lugar, muy a pesar de lo cacareado, al menos en una larga temporada (resultó, claro, que no había un sector privado interesado en hacer de mecenas con bastante holgura, ni demasiado margen para aplicar los deseados incentivos fiscales: no hubo más remedio que conformarse con las fundaciones bancarias, y poco más), la superación del modelo de dependencia de ayudas públicas resulta harto complicada. Admitida la evidencia, al fin, de que la participación del sector público seguirá siendo imprescindible, corresponde preguntarse si en lugar de seguir alimentando este círculo vicioso que convierte a creadores y compañías en objetos de subsidio, sin más margen, sería posible crear nuevos sistemas de participación dirigidos a fomentar la autonomía y la profesionalización del sector, lo que por otra parte tendría consecuencias directas también en lo artístico (el sistema de ayudas tiende a homogeneizar temporadas y programas en la medida en que los criterios son cada vez más restrictivos). Está claro que el teatro será siempre un arte pobre y que hablar de industria significa incurrir a día de hoy en la utopía, pero quién sabe: un sistema basado en la dependencia sólo sirve para crear bolsas de miseria. Y tal vez otra vía es posible.

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