El diario de Próspero

El Espejo Negro o la rabia del teatro popular

  • Con nuevo estreno a la vista y con más de treinta años de oficio, la compañía consolida su posición referente en el arte de las marionetas y en la batalla contra la corrección política

Ángel Calvente, en el centro, junto a Laín Calvente, José Vera y las cabras autonómicas de ‘Espejismo’, el último espectáculo de El Espejo Negro.

Ángel Calvente, en el centro, junto a Laín Calvente, José Vera y las cabras autonómicas de ‘Espejismo’, el último espectáculo de El Espejo Negro. / Javier Albiñana

Con motivo de la presentación de Tos de pecho en la Fira de Tàrrega en 1993, Joan Anton Benach escribió una crítica en La Vanguardia en la que afirmaba que la obra suponía “un vibrante impulso rejuvenecedor a un tipo de teatro que en Andalucía ha dado nombres gloriosos, como aquellos títeres de La Tía Norica”. La tradición a la que hacía referencia el artículo ha evolucionado ciertamente de manera significativa en el marco concreto del teatro andaluz, con la semilla de la cachiporra y la manipulación directa y fieramente humana (en una dirección bien distinta a la de la gran marioneta, heredera de gigantes, cabezudos y otros fenómenos abultados, que prendió con fuerza en otros territorios) como signos esenciales. Y lo ha hecho gracias a compañías que han remado contra viento y marea para hacer del títere un compromiso estético singular, fértil y con mucho futuro por delante (un servidor recuerda El compromiso, de Axioma Teatro, estrenado en 2005, como uno de los espectáculos más bellos del presente siglo), muy a pesar de la ausencia de posibilidades de formación y de atención crítica. Pero nadie ha hecho más por el teatro de marionetas en los últimos treinta años que la compañía malagueña El Espejo Negro, ya no sólo por la calidad de sus propuestas sino, más aún, por ofrecer un modelo cada vez más imitado, aprendido y consolidado. Tantos años después de aquel artículo de Joan Anton Benach, ahora podemos decir que el proyecto de Ángel Calvente no sólo ha prolongado aquella tradición, sino que se ha convertido en una tradición en sí misma a la que se han adscrito numerosas compañías. Del mismo modo, y por extensión, tal vez es en El Espejo Negro donde el teatro andaluz tiene su más feliz cristalización y su mayor garantía.

Cris, la pequeña valiente protagonista del nuevo espectáculo. Cris, la pequeña valiente protagonista del nuevo espectáculo.

Cris, la pequeña valiente protagonista del nuevo espectáculo. / El Espejo Negro

Renovadas sus filas y reafirmadas sus raíces, la agrupación trabaja en el estreno de su nuevo espectáculo, Cris, pequeña valiente, que acogerá el Teatro del Soho Caixabank en Málaga a modo de coproducción a finales de enero si, como ya es casi de recibo añadir, la situación sanitaria lo permite. Alzado en armas contra la enfermedad en carne propia y contra una pandemia que se ha llevado por delante buena parte de la agenda de este año (incluido el ciclo que el mismo Teatro del Soho tenía previsto celebrar en verano con una selección de sus obras), El Espejo Negro vuelve a la escena familiar para contar la historia de una niña trans y su lucha por el reconocimiento de su identidad. Y es que, ya sea a la hora de dirigirse a niños o a adultos, Calvente ha mostrado desde siempre un instinto especial para subir a escena las cuestiones más candentes de cada momento, sin evitar la polémica ni el dedo en la llaga y haciendo aflorar tanto una sensibilidad exquisita (lo mismo para contar el dolor de un niño enfermo de gravedad que la reproducción humana, la vida diaria de un piojo o la desventura de una familia de gitanos con su cabra deslenguada) como una capacidad asombrosa de vulnerar los límites preferidos por los bien pensantes: esto es, dando a cada emoción, a cada certeza y a cada mensaje la intención más justa. Es en esta apuesta sin fisuras por el teatro popular donde El Espejo Negro se mantiene más fiel a aquella tradición andaluza del teatro de marionetas que acudía al títere, como el carnaval a la máscara, para decir bien a las claras lo que los guardianes de la moral preferían dejar en silencio. Hasta el punto de que no hay tal vez experiencia cultural más contraria a la corrección política en la actualidad que un espectáculo del Espejo Negro. El espectador acérrimo a cualquier tendencia ideológica, política o religiosa saldrá seguramente escaldado; esto es, invitado a reírse de sí mismo. Exactamente lo que lleva haciendo la comedia desde que la inventaron los puñeteros griegos.

Así, el estreno el año pasado del último espectáculo de El Espejo Negro, Espejismo, todavía en gira junto a otros montajes de la compañía, fue recibido como un oasis de libertad. Con la misma vehemencia de sus orígenes underground marcados a fuego por Eva Lorena, El circo de las moscas y Tos de pecho, Ángel Calvente pasaba por su filtro grotesco lo mismo el conflicto territorial español que el terrorismo islámico, la imaginería religiosa y cualquier despistado que se le pusiera a tiro. Habrá que agradecerle, siempre, la recuperación de la libertad de expresión como materia prima de la escena ante el pazguaterío general. Sólo cabe desear que dure.

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