Teatro | El diario de Próspero

El lugar del otro: una escuela de máscaras

  • El Teatro Urgente puesto en marcha por Ernesto Caballero y Javier Gomá constituye un modelo necesario para la escena herida por el coronavirus, con el público como primera razón de ser

Noemí Climent, Silvia Espigado, Pedro Miguel Martínez, Estíbaliz Racionero y Germán Torres protagonizan ‘En el lugar del otro’ hasta el 8 de noviembre.

Noemí Climent, Silvia Espigado, Pedro Miguel Martínez, Estíbaliz Racionero y Germán Torres protagonizan ‘En el lugar del otro’ hasta el 8 de noviembre. / Teatro Galileo (Madrid)

Al desprestigio que entraña el señalamiento de los teatros como focos potenciales de contagio en plena epidemia de coronavirus a mano de las administraciones competentes, con la consecuente reducción de aforos cuando no se procede directamente al cierre de las salas, la difícil situación sanitaria entraña un riesgo tanto o más grave: la adopción de la idea de que se puede vivir sin teatro. De hecho, el paisaje no es muy diferente del acostumbrado. En los compases inmediatamente posteriores a la crisis económica de 2008, el porcentaje de población que iba al teatro más de una vez al año en España apenas sobrepasaba el 1%. Semejante tendencia sólo ha podido corregirse, que no enmendarse, muy a duras penas y de forma leve, a base de trabajo, pedagogía y algún buen espectáculo que otro, que de todo hay. Ahora, con los confinamientos prolongados o recuperados, con una oferta en las plataformas cada día más abultada y no necesariamente contraria a los estándares mínimos de calidad, la pregunta resulta legítima: ¿Quién quiere ir al teatro? ¿Y para qué? En el cine, por lo menos, como decía Miguel Romero Esteo, pasan cosas; pero en el teatro hay que estar dispuesto a sentarse y escuchar sin opción a botón de pause. El mismo sector de las artes escénicas se ha apresurado a garantizarse un hueco en el espectro virtual a través de herramientas como Zoom y Whatsapp, que permiten, al menos, una cierta ilusión respecto a la interacción en directo y a distancia. Si ya tenemos eso, ¿para qué vamos a ir al teatro? ¿Qué nos ofrece la asistencia que compense la fatiga, el recelo, la exposición, el peligro de vernos metidos vaya usted a saber dónde? Pues exactamente lo mismo que ofrece la escena desde que Aristóteles la definió como imitación de la realidad: la posibilidad de ponerse en el lugar del otro. No de una manera intelectual, especulativa ni teórica, sino desde la misma praxis. El teatro permite a todos los que participan en él conocer al otro y compartir sus razones, expectativas, éxitos y fracasos, de manera fehaciente y auténtica. Sin atender a distinciones entre ficción y realidad, sino haciendo realidad la ficción a través del juego. Ninguna otra expresión artística ha logrado hacer presente al otro con tal rotundidad en los últimos tres mil años.

Ninguna otra expresión artística ha logrado hacer presente al otro con tal rotundidad en los últimos tres mil años

A la hora de defender el teatro en las manifestaciones del sector en los últimos meses, se echaba en falta una referencia, una sola, a esta evidencia para dejar claro por qué el teatro es importante. Hasta que hace unos días se estrenó en el Teatro Galileo de Madrid En el lugar del otro, primera entrega del proyecto Teatro Urgente que ha unido a Ernesto Caballero y Javier Gomá, con cuatro obras breves cuya autoría se reparten ambos y con dirección escénica del primero. Ante la carestía impuesta por la pandemia, el Teatro Urgente nace para devolver a la escena su naturaleza primordial de ágora, en la confluencia de talentos puramente escénicos así como literarios, artísticos, filosóficos y de otra índole, bajo la convicción de que el teatro ofrece el contexto idóneo para hacer las preguntas oportunas en momentos de tan angustiosa inquietud. La intención es llevar el Teatro Urgente a otras ciudades y escenarios de España y favorecer un arraigo expansivo en lo local, para que este diálogo cunda en las distintas plazas; pero, de momento, el mano a mano firmado por el filósofo Javier Gomá y el director Ernesto Caballero, quienes ya en 2017 alumbraron el estremecedor monólogo Inconsolable con el que el primero debutaba como dramaturgo, resulta justo y necesario por dos motivos esenciales: la definición del otro como objeto filosófico que el teatro nos permite personalizar, nombrar, traducir desde el concepto a la acción; y el empeño puesto en recuperar al público, en ofrecer al mismo un instrumento para la transformación de sí y de su entorno que únicamente se puede encontrar en el teatro. Por mucho que lo virtual pudiera entrañar una salida en la ratonera, ya no vale seguir haciendo teatro para los amigos de Facebook. Hay que darle al público, en su dimensión justamente pública, lo que es suyo.

El filósofo y dramaturgo Javier Gomá. El filósofo y dramaturgo Javier Gomá.

El filósofo y dramaturgo Javier Gomá. / Fito Carreto

Recordaba Juan Mayorga que, para ponerse en el lugar del otro, los antiguos griegos acudieron a las máscaras. El teatro puede entenderse así, como una escuela de máscaras que nos permite aprender a ser los otros a los que no conocemos. En un periodo histórico marcado a fuego por la desconfianza, el recelo, la xenofobia, la frontera ideológica y el nacionalismo, el teatro tiene la vacuna. Y el laboratorio, sus puertas abiertas.

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