Tribuna económica

Gumersindo Ruiz

Piedras de colores

Habrá que tener un poco más de paciencia y esperar que en los primeros días de 2019 las bolsas den mejores noticias que  este cierre del año. Después de 2017 con elevados rendimientos, y 2016 bueno, 2018 ha sido un desastre, y las pérdidas en las bolsas europeas están entre el 13% y el 14%, sobre el 2% las norteamericanas, y dispares las asiáticas y emergentes, aunque también con pérdidas, con alguna excepción como Brasil.

Para poner algún color en la inversión, este año han empezado a sonar los llamados fondos de inversión responsables, que se conocen por nombres distintos, pero prevaleciendo la etiqueta ESG, por las siglas de medio ambiente (Environment), responsabilidad social (Social), y buen gobierno (Governance). Estos fondos son, por el momento, una amalgama de propuestas convencionales de inversión en empresas de siempre, con buenas intenciones, y mucho marketing. Tratan de llamar la atención sobre tres cosas. Una, no invertir en sectores a los que algunos inversores puedan ser sensibles, excluyendo industrias del tabaco, juego, y armas, entre otras. Segundo, discriminar  contra empresas que tienen un impacto negativo sobre el medio ambiente, como las del carbón, pero también las que contribuyen con su actividad a emisiones a la atmósfera, como el transporte o la construcción; y de forma positiva, en empresas que aunque no sean limpias, demuestran su voluntad para ir reduciendo ese impacto. Y tercero, los fondos ESG buscan empresas responsables, con buenas prácticas en igualdad de género, con los empleados, proveedores y clientes, en la idea de que una compañía que es cuidadosa con estos temas reduce la probabilidad de tener un problema  serio. De esta manera, la inversión responsable trata de reducir riesgos y mantener rentabilidad. Siendo un poco cínicos podríamos decir que aunque sufran los avatares de cualquier inversión, al menos la pérdida en algo que es conforme a la ética de un inversor, mortifica menos.

Me había prometido no sacar el tema, pero también los ayuntamientos tendrían que publicar cada año cual ha sido su impacto ambiental, cómo han mejorado y cuáles son las acciones que van a emprender. Habría que conocer la “huella de carbono” de tanto derroche de luces navideñas, poner objetivos de reducción, y rendir cuenta. Todo el mundo se ha adherido a los principios de las Naciones Unidas sobre desarrollo sostenible, y alardea de ello, pero la responsabilidad se mide con datos, que hasta ahora se evita dar. En fin, no es el momento de ser aguafiestas y sí de recordar Piedras de colores, un conjunto de relatos de Adalbert  Stifter, donde en uno de ellos, Cristal de roca, una niña y un niño se pierden en una tormenta de nieve cuando van en la noche de Navidad a visitar a sus abuelos en otro pueblo, se refugian y pasan la noche en vela en la cueva de un glaciar, que al salir el sol se ilumina y  brilla con mil colores. Hoy es un día ideal para leerlo, por el sosiego y serenidad que  transmite  –según dijo Rilke–, pues en Stifter la naturaleza es grande y terrible, pero por un rato parece salvarnos de la angustia, como si en el mundo no existiera el agobio, la precipitación o la amenaza, y sólo la claridad, pureza y brillo de la nieve.

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