Tribuna Económica

joaquín aurioles

El tamaño de la economía andaluza

Andalucía entra en campaña electoral y conviene prepararse para el aluvión de información contradictoria que divulgarán las redes sociales. El retorno de Andalucía al grupo de las regiones más pobres de Europa refuerza el interés por los temas económicos y, en concreto, por las causas del atraso secular de la comunidad y por las fórmulas de cada partido para conseguir en esta ocasión que funcione lo que lleva cerca de 40 años fracasando.

El problema del atraso secular es, en mi opinión, consecuencia del reducido tamaño de la economía. Si se compara con otras regiones, la relación entre el tamaño de la economía y la población en Andalucía es demasiado pequeña y en base a ello puede explicarse el elevado nivel de paro y la pobreza relativa de los andaluces. A finales del pasado año la relación entre población residente y personas con trabajo era de 2,85, mientras que en España la relación era 2,47, registrándose, en ambos casos, un empeoramiento con respecto al comienzo de la crisis (2,57 y 2,23, respectivamente, en 2008). Si la relación entre el tamaño de la economía y la población fuese similar a la del conjunto de España, el volumen de empleo en Andalucía aumentaría, aproximadamente, en 450.000 y la tasa de paro, actualmente en el 23,1%, podría reducirse hasta el 12%. Aunque el análisis es excesivamente simplista e ignora las diferencias en productividad y tasas de actividad, permite aventurar que tanto el paro como la persistencia del atraso, los problemas atávicos de la economía andaluza, están determinados por lo reducido de su tamaño.

Andalucía produce 18.470 euros por habitante (dato de 2017), mientras que España produce 24.999, es decir, un 35,3% más. La diferencia es parecida, o algo superior, a la que existía al comienzo de la autonomía, aunque muy volátil en el tiempo. Lo normal ha sido la reducción en las fases de bonanza y el aumento en las recesiones, lo que indica que la economía andaluza ha sido particularmente vulnerable a las adversidades y que la debilidad de sus defensas podría estar igualmente relacionada con el tamaño. Lo verdaderamente relevante del dato, sin embargo, es que, observado en el conjunto del periodo, la economía andaluza mantiene una condición periférica similar a la del comienzo de la autonomía, a pesar del cuantioso volumen de recursos venidos de fuera para corregirla.

El PIB por habitante es un buen indicador de la capacidad económica de un territorio porque indica la cantidad de riqueza generada por persona durante un periodo de tiempo, aunque a veces sea objeto de críticas por sus limitaciones como indicador del nivel de bienestar. La renta per cápita modifica el PIB añadiendo las transferencias de rentas recibida desde el exterior y detrayendo las que se envían fuera. El resultado es una magnitud con dificultades para explicar algunos problemas económicos, como el desempleo, pero con indudables ventajas para entender la solidaridad entre territorios y la capacidad de gasto. La realidad es que los andaluces disfrutamos de una capacidad de gasto, es decir, de bienestar, superior a nuestra capacidad productiva, que analizaremos en la tribuna de la próxima semana.

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