Elecciones Andalucía

Historia de una urna

  • Además de contenedores del voto, los transparentes depósitos son testigos de una amplia muestra social que delata cómo respira la ciudad

La mesa es la correspondiente a la sección 8, en el Colegio Nuestra Señora de Gracia, en la calle Ferrándiz, en Barcenillas. Un barrio representativo de la clase media, con una alta densidad de población, una actividad comercial aún notable aunque duramente castigada por la crisis y una naturaleza ampliamente multicultural: no en vano, el mismo colegio es pionero en la capital en cuanto a programas de integración social y lingüística. La urna se encuentra en una sala de usos múltiples, en realidad un recinto no muy amplio al que se accede directamente desde el patio del centro. Hay cinco personas en la mesa. La encargada de recibir los votos es una mujer de mediana edad, con el pelo corto teñido de rubio y amable expresión en su rostro, que atiende a los votantes en pie. A su derecha se sientan un hombre grueso, con el cráneo rasurado y brillante, vestido con un polo, pantalón corto y playeras, que golpea su bolígrafo en la mesa víctima de un tic; y una mujer de unos 50 años, con aspecto de maestra antigua, que comprueba la identidad de los electores con las gafas al borde de la nariz y con la acreditación de apoderada del PSOE colgada al cuello. A la izquierda se disponen, también sentadas, otra mujer con gafas, chaqueta verde demasiado tupida para la temperatura que hay en el interior del salón y disposición escrupulosa a la hora de comprobar los datos; y una joven con rebeca rosa y lunares blancos que luce su acreditación de agente electoral del PP. A eso de las 11:30, un remanso de votos se amontona en el fondo de una urna que se encuentra considerablemente menos llena de lo que aparenta.

Un matrimonio llega al patio del colegio, se dirige a la mesa y se coloca en la cola correspondiente. El hombre, de unos 60 años, avanza con dificultad apoyado en un bastón mientras la mujer, que debe ser de la misma edad aunque aparenta algo más, arrastra un carrito de la compra. El hombre le pide a su mujer que saque "los sobres" y ella busca en su bolso. Sólo encuentra uno. La mujer sigue buscando, con más ahínco, y el hombre se impacienta. "No sé dónde lo habrás dejado", dice al fin la esposa mientras el marido estalla en un exabrupto. Un hombre joven y con flequillo pelirrojo a lo Tintín que viene de votar en otra mesa asiste a la escena y recuerda al caballero malhumorado que puede coger otra papeleta en la mesa habilitada a tal efecto, y el airado asiente sin más, con un leve gesto de desprecio. Justo entonces empieza a llover. Los que forman la cola se acercan al muro buscando cobijo. Un niño de piel morena y melena muy rizada abre su paraguas y parece imitar a Gene Kelly, zapateado en charco incluido. Su progenitora, una mujer de unos cuarenta años, rubia como el oxígeno y rasgos enfermizos, lee despreocupada el periódico. Falsa alarma: lo que prometía chaparrón se queda en un leve goteo, que sin embargo persiste lo suficiente para crear más charcos en el suelo. Quien se dispone a votar ahora es un varón con aspecto de feliz jubilado, de reluciente guayabera y generoso perfume, que ha acudido a la cita junto a su mujer y otra pareja de igual edad. Mientras en la mesa comprueban su identidad, el hombre explica a sus acompañantes que el distrito electoral correspondiente al colegio termina justo en esa acera de la calle Ferrándiz, y que los de la acera de enfrente tienen que votar en otro sitio. Los cuatro camaradas completan la operación. El siguiente es un tipo de expresión muy seria, con el pelo largo, barba rala, chanclas muy usadas y muleta en la que se apoya al caminar. Cuando la mujer que toma su voto le da las buenos días, él no responde. Tampoco cuando, introducida la papeleta, es despedido con un "hasta luego" protocolariamente oportuno. Se da la vuelta como si le hubieran dado la peor de las noticias.

Dos vecinas se incorporan a la cola. Dos amigas en sus cuarenta y pico, de discreta estatura y ágil parloteo. Su indumentaria, chándal y deportivas, delata que han salido a andar por el Camino Nuevo y han decidido ir a votar de regreso. Una le dice a la otra: "Mi marido dice que él no vota, que para qué". Y la otra le responde: "Pues a mí me da cosa no venir a votar. Me acuerdo de la primera vez que fui a una votación, en el pueblo, con mis padres. Debió ser en el 78, ¿hubo unas elecciones en el 78? Yo tenía 5 años. Y recuerdo a los guardias civiles en el Ayuntamiento con metralletas. Con metralletas, niña. Era la primera vez que vi un arma. Y ahora que podemos votar tan tranquilos, me parece una lástima no venir". Justo entonces acaba de votar una pareja de treintañeros: cuando salen de la sala de usos múltiples, él la agarra por la cintura y con un gesto cariñoso le pregunta: "Venga, dímelo que no me voy a enfadar. Has votado al PP, ¿a que sí, sinvergüenza?" Las dos amigas continúan hablando: "Hay que ver lo serio que viene todo el mundo a votar". "Es que esto es serio, Mari, muy serio". En este instante, todo el personal que guarda su puesto en la cola ante la urna es de género femenino: una señora muy elegante, con permanente digna de madrina en la boda, avanza lentamente con un andador junto a una joven que lleva ya los dos votos en la mano. Otra mujer mayor se sale de la cola y observa con mucha atención las papeletas dispuestas en la mesa de la izquierda, mientras otra más mira sin cesar su reloj y se dice en voz alta: "Ya llego tarde a misa". Tras ella, una joven con chándal en gris, moño en ristre y aspecto poco aseado, como si se acabara de caer de la cama, intenta calmar a una niña que no para de llorar en sus brazos. Las últimas de la cola son dos señoras que llevan el Pronto en la mano y que acaban de desayunar en la cafetería de enfrente: "Lo tengo decidido. Por primera vez no voy a votar a Francisco de la Torre, aunque mi marido se enfade", dice una. "Allá tú", responde la otra. Fuera siguen cayendo gotas intermitentes. Dos niños aprovechan la coyuntura para jugar con una rayuela pintada en el suelo y salpicar un poco.

Cuando llega otro varón a la mesa ya apenas hay cola: un veterano con vestuario rockero, camiseta heavy, pañuelo en la cabeza y vistosos anillos, que mantiene una sonora conversación a través del móvil a cuenta de una cita frustrada la noche anterior. Un matrimonio formal y educado le sigue en el turno, acompañado de sus dos hijos pequeños. Cuando cumplen su cometido, uno de los niños pregunta: "Mami, ¿a quién habéis elegido?" Y la madre, claro, responde: "Niño, eso no se pregunta". Al menos, hasta mañana.

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