pantalla de humo

Como si fuera una reposición más en la TDT

  • Un plató feo para un programa donde sólo se escucharon cosas que ya habíamos oído en otros días.

NO fue para tanto. Ni los indecisos se aclararon ni los convencidos vibraron entre tanto palabra prevista. Y oída. No se escuchaba nada nuevo de lo que ya habíamos sabíamos, y los cuatro candidatos, cenadores del apartamento de Sheldon, arrancaban muy templados para no perder. Y tozudos para no encontrarse entre sus esquinas. Un programa de gestos (empezó con las alusiones a Orlando, que inició Rivera) y frases aprendidas. Un debate, que se inició con retraso, que no estuvo después a la altura de la expectación.

Con eso del terreno neutral, como si Torrespaña fuera La Condomina, los de la Academia de TV volvieron a emular a los de Ikea, destino inevitable de esta campaña, y montaron un plató provisional, y feo, en el Palacio de Congresos madrileño. Los académicos quisieron ser tan sobrios que dispusieron un escenario algo rancio, con ese fondo laminado en celeste y negro, color del suelo, ruedo enlutado ante los participantes. Por arriba, unas coloristas líneas quebradas, ondulaciones demoscópicas, que remataban un decorado que parecía tapar más que mostrar. Y algún foco se cayó. Las redes sociales se reían de la fanfarria pomposa de la presentación y de los intermedios, banda sonora de la corte de Enrique VIII.

También estaban los atriles, burladeros de los cuatro candidatos. En el anterior de Atresmedia estaban más expuestos, más vivos, menos protegidos. Rajoy, ex ausente, desde el primer instante lanzó el capote de sus cartulinas, un cerrojazo al ataque, papel inevitable. Documentado, para que no le pillara el toro.

Para el espectador era fácil reconocer a cada uno de los candidatos, siguiendo de más formal a informal en el atuendo. Iglesias, camisa nueva; Rivera, sin corbata. Por puntuación en las ligas televisivas y méritos parlamentarios ambos ascendían a Primera con este play off. Con la resaca checa los previos de los canales tenían tintes futbolísticos: llegadas de los jugadores, túnel de vestuarios (menudo guirigay de fotógrafos), himnos y juego. Un juego romo, un maratón de ritmo trotón. "Y tú más", "y usted, no", y cosas así. Enfrente, como únicos espectadores (debió haberse contado al menos con unas gradas de público en vivo, eso es la televisión de plató del siglo XXI), los tres moderadores. Tres periodistas fajados en TVE, aunque dos de ellos sean líderes informativos de las dos grandes privadas. Por solvencia entre Ana Blanco, fijada en el cronómetro, y Vicente Vallés no iba a ser. Pedro Piqueras, diana de bromas en internet, se empeñaba en preguntas pastosas y larguísimas. Los tres son baluartes de un prestigioso pasado de la cadena pública, cuyos sindicatos protestaban en la calle.

El candidato del PP había llegado con maneras confiadas, convencional; Pablo Iglesias, al otro extremo, arrancaba ansioso, aunque modulaba sus discursos con una deseada moderación de la que se despojó en algunos momentos; Sánchez se afanaba también en su contención, socialdemócrata, claro; ligeramente impostado, como Rivera, entre aspavientos con el de Unidos Podemos. Protestón, gesticulante; kennedyniano de plástico en su discurso final. Y todos con las palabras aprendidas, con las frases hechas: "Gobernar es difícil, predicar es fácil", resumía el presidente en funciones, que encaró elprevista chaparrón sobre las corrupciones con la mirada calma como paraguas. Los otros también se enganchaban entre ellos y fue cuando el realizador, Fernando Navarrete, partía la pantalla, entre Rivera e Iglesias, o entre Iglesias y Sánchez. Las ansias de notoriedad, como si fueran las anteriores prisas vespertinas por marcar gol, fueron creciendo con los minutos. Hasta Rajoy echó mano de lo que llegó a decirse en Salvados. Pero, como una reposición más en la TDT, este capítulo ya lo habíamos visto y oído. Un empate a patadas.

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