-¿Por qué se hizo psiquiatra?
-Siempre me ha gustado escudriñar en el alma y el sentimiento humano. ¡Sabía hipnotizar a los 14 años!
-¿Hipnotizaba de verdad?
-Por supuesto. En aquella época me divertía haciendo hipnosis de salón con los amigos, como distracción.
-¿Qué opinaban en su casa?
-Mi padre, que era de Córdoba, estaba en las nubes. El campo se lo llevaba el encargado y él se dedicaba a oír música clásica. Tenía una gran educación, adquirida en Bélgica e Italia.
-¿Y su madre?
-Era todo lo contrario, con los pies en la tierra, de Sevilla pura y dura. Fue a la primera a la que conté que quería ser psiquiatra. Se le cayeron dos lagrimones.
-¿Por qué?
-Me dijo: "¿No puedes estudiar otra cosa? Todos los psiquiatras se terminan volviendo locos".
-Pues yo le veo muy normal.
-Los psiquiatras nos hacemos los locos porque conviene. Yo no me reprimo cuando alguien no me habla de verdad. Le suelto una tontería y me quedo tan pancho.
-¿Ve mucha hipocresía?
-En mi libro sobre las cofradías digo que a los andaluces nos gusta ponernos un antifaz en Semana Santa porque es la única vez al año que no necesitamos llevar la careta.
-¿Tan falsos somos?
-Queremos dar buena imagen para que nos quieran. Aunque nos educan para que parezcamos fríos, axiomáticos y duros, somos como mantequitas de Flandes. Necesitamos tanto el calor de los otros que, apenas nos dan un poquito, nos derretimos, se nos cae la baba.
-¿Siempre llevamos la misma careta?
-Nos la colocamos por la conveniencia de cada momento, en función de lo que creemos que la gente espera. ¡Hay quien se coloca una armadura de hierro!
-Eso no debe ser bueno.
-Es una gran tragedia. Con la armadura no recibes puñetazos, pero tampoco abrazos. He tratado a miles de personas y, sea cual sea el diagnóstico, casi siempre hay un trasfondo relacionado con la afectividad.
-¿Qué recomienda a sus pacientes?
-Que desarrollen los sentimientos, que son los que dan contenido a la vida. Que empleen tiempo en pensar, en sentir, en conocer y en vivir.
-Como si fuera tan fácil...
-Ya sé que habitualmente no tenemos ese tiempo, porque estamos en una vorágine de hiperactividad. Pero igual que el cuerpo necesita descansar, la mente necesita tiempo para recrearse.
-¿Se trata de vivir más despacio?
-Se trata de vivir intensamente, desarrollando al máximo la capacidad para regodearse en el propio sentimiento. Creo que el hombre se hace según siente a los demás. Disfruto de lo que te quiero.
-Eso suena a altruismo.
-Es más bien egoísmo. Usted me está haciendo una entrevista y me gustaría, cuando se vaya, haber saboreado cada pregunta y respuesta.
-¡No se si estaré a la altura!
-No hay que agobiarse. Ni su pregunta ni mi respuesta serán perfectas. Pero hay que vivir cada circunstancia como si fuera un tocino de cielo que nos metemos en la boca.
-¿Eso sirve también para el trabajo?
-El trabajo tiene que ser una realización suya, lo contrario es frustrante. Las personas que quieren hacer bien su trabajo rinden más.
-¿Y si sufro el síndrome posvacacional?
-Ése sólo lo sufre el que tiene vacaciones, de lo que cabe deducir que también tiene trabajo. Ahora que vamos a entrar en crisis el síndrome afectará a menos gente.
-¡Pero me espanta regresar a la rutina!
-Intente enamorarse del futuro. Hay que vivir mirando hacia adelante: cada día empieza el amor, la ilusión, el interés.
-¿Debo ser optimista?
-Debe ser realista: tomar de la realidad lo que le sirva para mejorar el futuro.
-¿Y si me desbordan la tareas pendientes?
-Será que la actividad está mal programada: ¡quien mucho abarca poco aprieta! No hay que ser demasiado exigente con uno mismo.
-¿Cómo encajar los contratiempos?
-En la sociedad desarrollada tenemos poca capacidad de aguante, queremos traer el paraíso a la vida natural. Todo bueno sin mezcla de mal alguno...
-¿Y...?
-Si buscamos el paraíso encontraremos la frustración. Otra cosa es la felicidad, que podemos encontrar aceptando las cosas como son.
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