Entrevistas

"Los grandes autores están por encima de la política"

-Un italiano se viene a crear a España en el franquismo, en 1971. No parecía recomendable.

-Vine de vacaciones y me ofrecieron trabajo de arquitecto, que es lo que yo era. Llegué por casualidad.

-¿Qué recuerda de aquel tiempo?

-Gris. Lo recuerdo gris.

-Otro italiano, Marco Ferreri, vino antes y nos dejó dos obras maestras, El cochecito y El pisito.

-Ah, la locura de Ferreri. Él rompió con la comedieta propia de la época.

-Ayudaba que estuviera por allí Rafael Azcona.

-Eso fue lo que más ayudó.

-Usted también fue un rompedor. Se estrenó en España, a principios de los 70, con Un sabor de miel, una obra dura de los jóvenes airados ingleses.

-Con Miguel Narros de director y con Ana Belén. Impactó. No era una obra de telón pintado, sino que había que recrear un barrio londinense con actores moviéndose en distintas profundidades. Una madre alcohólica, un gay, un barrio obrero... Fue un gran éxito.

-Ha hecho de todo, desde 'Marat Sade' a Moratín.

-Ahora que lo dice, en Marat Sade, una fábula sobre el poder y que haríamos por el año 93, se me ocurrió que podíamos poner una foto de Felipe González en un espacio cerrado y opresivo. El poder es siempre poder, quiere controlar todo, estar en todas partes. En el Centro Dramático Nacional se llevaron las manos a la cabeza.

-¿Lo puso?

-No, qué va, ya le digo que el poder es siempre poder.

-¿Le fue mejor con Moratín en El sí de las niñas?

-Bueno, consistía en trabajar con la influencia goyesca. Yo trabajo según lo que demanden los personajes. El escenógrafo trabaja al servicio de una historia.

-De sus decenas de trabajos, ¿cuál recuerda como el más complicado?

-He hecho dos veces El sueño de una noche de verano, de Shakespeare. Es muy compleja. En el mismo espacio tienes que delimitar entre lo real y lo onírico. En el primero, que haría en los 80, jugué con trampillas y elevadores y un escenario negro, muy opaco, con una hierba altísima en un bosque. En la segunda versión, que haría diez años después, lo cambié todo. Era todo blanco, muy blanco, como si fuera cocaína, con montañas y jugando con espejos. Son dos soluciones a un mismo texto.

-¿Hace lo que dice el director?

-Intento hacer lo que me da la gana, por eso me hice productor, para elegir.

-Ha hecho poco cine. Y eso que tuvo un éxito clamoroso con La corte del faraón.

-Lo dejé porque no se puede hacer cine en este país. Son muchas horas y rodajes duros. Se puede hacer cine si cuentas con un equipo, pero si tú eres ayudante de ti mismo...

-Recuerdo 'Tirano Banderas'. No sé qué ayudantes tendría en la dirección artística, pero además hizo el vestuario.

-El rodaje fue en Cuba, muy difícil. Tuve que ir a México a por el material porque allí no encontraba nada. El equipo comía arroz con pollo a diario. Un pueblo en una situación de inferioridad tremenda. Los cubanos tienen una educación exquisita y es cierto lo de la sanidad, muy buena. Pero eso sí, no hables mal de Fidel.

-Gracias a usted conocemos un poco mejor a Pirandello, un autor que coqueteó con el fascismo.

-Se acercó a Mussolini, se equivocó. Pero los grandes autores están por encima de la política. Uno no se pregunta si Shakespeare era de derechas o izquierdas cuando en sus obras aborda la verdad humana.

-El teatro vence a la política.

-Hombre... no. No es lo mismo hacer un Benavente que hacer un Lorca.

-Ahora vemos en Andalucía 'Yo el heredero', de Eduardo de Filippo, emblema de la izquierda italiana.

-Lo es, sin duda lo es. Un gran dramaturgo. Y De Filippo es la herencia de Pirandello, que le legó uno de sus últimos textos para que él lo manejara.

-En España no se conocía esta obra, ni siquiera se había traducido.

-Se ha representado poco, incluso en Italia. Se recobró hace unos años en Milán y yo la traje al María Guerrero. Llenamos durante semanas. Tenemos a Ernesto Alterio, que ha entendido muy bien al personaje, Ludovico Rivera, quizá porque tenga algo de italiano.

-¿Quién es Ludovico Rivera?

-Un hallazgo. Un personaje muy mafioso, con mucha fuerza, que surge de repente en una familia y se convierte en el amo. Un gran manipulador.

-Dibuja a mano. ¿Algo contra el ordenador?

-La forma de explicar lo que tienes en la cabeza, el croquis, tiene que salir de tu mano, es lo que le da fuerza. Tengo ayudantes que no quieren dibujar, que prefieren el ordenador, pero yo no sabría hacerlo con un ordenador, tengo que sentir el lápiz en mi mano.

-Como arquitecto y urbanista, habrá asistido interesado a nuestra burbuja inmobiliaria. ¿Cuál ha sido su percepción de espectador de esta bufonada?

-Tremendo. ¿Conoce ese edificio inmenso de la plaza de Castilla de Madrid que es como un lápiz al que sólo le falta la Virgen de Fátima en la cúspide? Ha costado nueve millones. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué no se urbaniza pensando en el ciudadano? ¿Para qué sirve eso? Esto no es política, es lógica. ¿Por qué no hicimos cosas útiles en vez de hacer tonterías?

-Me supongo lo que piensa de los arquitectos estrella.

-Depende. Le Corbusier era quien era. Ahora, si me habla de Calatrava o de los puentes del Guadalquivir en Sevilla pues... Los puentes son para cruzar ¿no?

-No sabía que hizo decoración navideña en Madrid.

-Ah sí, un encargo de Gallardón, un lobo con piel de cordero. Ahora se ha quitado la piel.

-No diga eso, que le encargó la decoración navideña.

-No hay más remedio. Hay que hacer de todo. Estamos en esto para comer.

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